Sustituyendo el objetivo de 1,5°C por lo que exige la ciencia: El límite de 350 ppm

Crédito: Alejandro Ospina

Es un hecho científico indiscutible que el planeta se está calentando a niveles que ponen en peligro la vida. La propuesta política para resolver esta crisis de derechos humanos es limitar la elevación promedio del calentamiento global a 1,5 °C. Sin embargo, no existe ningún respaldo científico a la idea de que, si nos mantenemos en 1,5 °C por encima de las temperaturas preindustriales, como lo exige el Acuerdo de París, estabilizaremos el sistema climático de la Tierra y protegeremos a la humanidad, especialmente a los niños y a las generaciones futuras. Por el contrario, la mejor evidencia científica disponible concluye—con un alto grado de certeza—que el calentamiento a 1,5 °C no es seguro. La prueba reside en investigaciones exhaustivas que documentan que un calentamiento de 1,5 °C será peligroso para miles de millones de personas en todo el planeta. Para proteger los derechos humanos, especialmente los derechos de los niños, los líderes mundiales deben comprometerse a reducir el CO2 atmosférico de las actuales~420 partes por millón (ppm) a menos de 350 ppm lo antes posible. Sólo así eliminaremos el actual desequilibrio energético de la Tierra y la acumulación excesiva de calor.

 

Antecedentes

La década de 1890 marcó un momento clave en la historia de la climatología. Gran Bretaña había empezado a quemar grandes cantidades de carbón, lo cual llevó al Dr. Svante Arrhenius a darse cuenta de que, si la humanidad quemaba carbón durante un tiempo lo suficientemente largo, podría calentar el planeta. En 1903, recibió el Premio Nobel de Química e hizo la deducción científica de que la quema de combustibles fósiles aumentaría la concentración de gases de efecto invernadero—especialmente CO2—y podría causar el calentamiento global.

Al comprender que la cantidad de CO2 atmosférico era importante, la comunidad científica buscó la manera de medir el nivel de este gas captador de calor en nuestra atmósfera. En 1958, el Dr. David Keeling lo consiguió, marcando el momento en que el mundo pudo observar la desestabilización de la atmósfera en tiempo real. En 1958, el nivel de CO2 atmosférico era de 315 ppm. En 2022, alcanzó ~419 ppm: un aumento de más de 100 ppm en 65 años. La decisión deliberada de los gobiernos de todo el mundo de seguir construyendo sistemas energéticos basados en combustibles fósiles desde la década de 1960, a sabiendas de que el aumento de CO2 condenaría a la humanidad a vivir en un peligroso escenario climático, es—en pocas palabras—inconcebible.

 

["Para el año 2000 el aumento del CO2 atmosférico... puede llegar a ser suficiente para producir cambios mensurables y tal vez marcados en el clima", que "podrían ser perjudiciales desde el punto de vista de los seres humanos".]

— Informe de la Casa Blanca: Restaurar la calidad de nuestro medio ambiente, Noviembre de 1965

 

 

Preocupada por los peligros del exceso de CO2 y dotada de la capacidad de medirlo, la comunidad científica comenzó a preguntarse: "¿Qué nivel de CO2 atmosférico es seguro?"

En 2008 y 2013, uno de los principales científicos del clima a nivel mundial, el Dr. James Hansen, colaboró con otros líderes en sus campos para publicar estudios que establecían el objetivo al que debía aspirar la humanidad. Yendo directamente al grano, la mejor investigación científica disponible sostiene que ya estábamos—y estamos—"en la zona de peligro", identificando 350 ppm (o menos) como el objetivo para lograr la estabilidad climática. Además de identificar este objetivo, el documento de 2013 propone que el "desequilibrio energético de la Tierra" se utilice como indicador para vigilar y medir los efectos del cambio climático y, a su vez, evaluar hasta qué punto los gobiernos están controlando el cambio climático. En la actualidad, el desequilibrio energético de la Tierra se ha descrito como el indicador "más crítico" para determinar "las perspectivas de un calentamiento global y un cambio climático continuados". En la última década, el límite de 350 ppm y la importancia del desequilibrio energético de la Tierra para restaurar nuestro sistema climático no han hecho más que corroborarse y reforzarse. En resumen, reducir el CO2 atmosférico por debajo de 350 ppm permitirá que el exceso de calor atrapado en la Tierra se libere de nuevo al espacio exterior, restableciendo el equilibrio energético de la Tierra.

 

El desequilibrio energético de la Tierra y por qué esta métrica es fiable

Aunque la ciencia del clima es compleja, los principios atemporales de la física y la química atmosféricas son elementales. En pocas palabras, ciertas moléculas de nuestra atmósfera—principalmente nitrógeno y oxígeno—permiten que la energía calorífica procedente del Sol se irradie de vuelta al espacio. En cambio, el CO2 y otras moléculas de gases de efecto invernadero de la atmósfera absorben la energía térmica emitida por la superficie terrestre. Así, en lugar de salir de la atmósfera hacia el espacio, la energía permanece atrapada. Sin el CO2 natural y otros gases de efecto invernadero, la Tierra se congelaría. Con un exceso de esos mismos gases emitidos por la quema de combustibles fósiles y acumulados en la atmósfera a lo largo del tiempo, la Tierra se calienta, lo que provoca inestabilidad climática. 

Por analogía, el CO2 y otros gases actúan como una manta que envuelve la Tierra, atrapando la energía dentro de nuestra atmósfera. A medida que el CO2 atmosférico atrapa más y más calor, el sistema energético de la Tierra se desequilibra. Este proceso se traduce en un aumento de la temperatura global que calienta nuestros océanos, derrite en mayor medida los mantos de nieve, los glaciares, las capas de hielo y el hielo marino, provoca el aumento del nivel del mar y exacerba los fenómenos extremos como las olas de calor, las tormentas, las inundaciones, las sequías y los incendios forestales. Aunque el aumento de la frecuencia y la magnitud de estos fenómenos relacionados con el clima es alarmante, la comunidad científica también está preocupada por los puntos de inflexión climáticos, también conocidos como puntos de no retorno. Si se cruza un punto de inflexión, aumenta la probabilidad de que le sigan otros, con lo que se corre el riesgo de producir un impacto en "cascada" que podría reforzar aún más el calentamiento global y dar lugar a efectos incontrolables que podrían volver inhabitables amplias zonas de nuestro planeta.

Hay varias razones por las que el desequilibrio energético de la Tierra es una medida más importante que el aumento de la temperatura en la superficie terrestre. He aquí dos. El desequilibrio tiene en cuenta el calentamiento adicional ya producido por las emisiones pasadas, mientras que las mediciones de la temperatura promedio global no lo hacen. Por consiguiente, el uso exclusivo de la temperatura oculta la magnitud del calentamiento global. Además, el desequilibrio energético de la Tierra refleja la gravedad y la urgencia de la actual crisis climática con mayor precisión que los objetivos de temperatura del Acuerdo de París. Las temperaturas globales promedio de la superficie han alcanzado ~1,1°C-1,3°C por encima de los niveles preindustriales, lo que da la impresión errónea de que queda un "presupuesto" sin utilizar para que los Estados sigan emitiendo CO2 de forma segura antes de que se alcance el objetivo de temperatura de París de 1,5°C. Esto es sencillamente falso. El CO2 atmosférico ha superado ~420 ppm, rebasando el límite de 350 ppm avalado científicamente para un clima estable y reflejando correctamente que a la Tierra no le queda ningún presupuesto de carbono. 

 

Balance actual de la Tierra

La consecuencia de este rebasamiento es que la humanidad ya está inmersa en una emergencia climática. El creciente acervo científico comprueba los devastadores efectos derivados de ~1,1°C-1,3°C por encima de las temperaturas globales promedio de la Tierra desde la Revolución Industrial en el siglo XIX. Tan sólo desde el 2020, el mundo ha experimentado olas de calor históricas en Europa, África, Asia, Norteamérica y Sudamérica. Las inundaciones y lluvias extremas en Pakistán, Brasil, Vietnam, Estados Unidos y varias naciones de Europa y África han causado desplazamientos masivos, lesiones, enfermedades y muertes. En África, Asia y otras regiones del hemisferio norte, las sequías que se prolongan desde hace una década están provocando la muerte por inanición de la población debido a la escasez de alimentos y agua. La escala y frecuencia de los incendios, históricamente destructivos, desde el oeste de Norteamérica hasta Australia, no sólo provocan la pérdida de hogares, sino también de medios de subsistencia y vidas. 

Si las comunidades ya están sufriendo tanto con un calentamiento global promedio de entre ~1,1°C y 1,3°C, debemos preguntarnos por qué los líderes mundiales adoptaron como objetivo una temperatura promedio aún más alta, que provocará incluso más sufrimiento y devastación. En lugar de ello, ¿por qué no proteger los derechos humanos fijando el objetivo que exige la ciencia?