Las campañas de vergüenza como herramienta de derechos humanos

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Promover los derechos humanos es una tarea de enormes proporciones. Acontecimientos recientes demuestran la rapidez con que los gobiernos y los agentes no estatales los violan. Frente a esta violencia, las organizaciones de derechos humanos y los periodistas desempeñan un papel crucial en la prevención de los abusos. Por desgracia, cada vez hay más escepticismo sobre su eficacia. En concreto, una de las principales herramientas de los defensores, las campañas de vergüenza, no parece ser tan eficaz como se esperaba. En un próximo artículo, afirmaré que la vergüenza es una parte necesaria y eficaz de la caja de herramientas de un defensor. Pero hay un problema.

Las campañas de vergüenza se inician en respuesta a los abusos y tratan de imponer costes materiales y de reputación a los autores. La esperanza era que si los defensores de los derechos humanos podían elevar estos costes lo suficiente, los países que cometían abusos empezarían a respetar los derechos humanos. Pero muchos se han vuelto escépticos. Hace años, Aryeh Neier, cofundador de Human Rights Watch, escribió sobre los decepcionantes resultados de la vergüenza. Dos años más tarde, Marc Limon observó que a veces la vergüenza incluso ha empeorado las cosas. Algunos académicos han llegado a conclusiones similares. A menudo consideran que, en el mejor de los casos, la vergüenza sólo ayuda en determinadas condiciones. Dados los limitados recursos de las ONG, ¿podrían dirigirse mejor sus esfuerzos a otros ámbitos?

En mi opinión, el desencanto con la vergüenza debería moderarse. Es cierto que los agresores rara vez dejan de cometer abusos en respuesta a este tipo de campañas. Sin embargo, esta desafortunada realidad no debe llevarnos a concluir que los esfuerzos de los defensores son ineficaces. El beneficio de avergonzar no es sólo poner fin a los abusos. También sirve para evitar que se produzcan. Al hacer balance de la vergüenza, la cuestión no es sólo si puede hacer que los agresores dejen de hacerlo. También deberíamos preguntarnos cuántas nuevas violaciones de derechos humanos se producirían si no existiera la amenaza de la vergüenza. 

Tomemos como ejemplo la rebelión zapatista de 1994. Los zapatistas eran un pequeño grupo guerrillero mexicano que luchaba por la inclusión política de los indígenas. Poco después de alzarse en armas, la dictadura mexicana los derrotó. El ejército tenía rodeados a los zapatistas y muchos esperaban represalias violentas. En lugar de ello, el gobierno optó por negociar. La razón no fue que el gobierno mexicano estuviera comprometido con los derechos humanos; tenía un largo historial de represión de la disidencia organizada. En cambio, optó por la moderación porque sabía que el mundo estaba mirando. Los zapatistas habían captado la atención de periodistas y activistas de todo el mundo. El gobierno llegó a la conclusión de que el oprobio público que habría causado su represión no merecía la pena. Optó por la moderación ante la amenaza de la vergüenza.

Este ejemplo subraya la importancia de tomarse en serio el efecto disuasorio de la vergüenza. Los críticos se pierden gran parte de la historia si se centran únicamente en cómo la vergüenza no consigue detener los abusos continuados. Por cada uno de esos casos, puede haber otros en los que el abuso nunca se produjo en primer lugar debido a la posibilidad de avergonzar. Los observadores de estos últimos casos verían respeto por los derechos humanos y un mínimo de vergüenza y podrían asumir que la vergüenza es innecesaria para proteger los derechos humanos. Sin embargo, en realidad, es la posibilidad de enfrentarse a la condena pública -la amenaza de la vergüenza- lo que salva a estos países de la represión. 

Una forma de cuantificar la amenaza de la vergüenza es centrarse en la supervisión de los derechos humanos. Utilizo el término vigilancia para referirme a la cantidad de información sobre derechos humanos disponible y a la infraestructura que la produce. La vigilancia es un precursor de la vergüenza. Los defensores la utilizan para detectar violaciones y construir sus casos contra los objetivos de la vergüenza. En esencia, la vigilancia pone sobre aviso a los posibles autores. Saben que es más probable que se les avergüence cuando una sólida red de defensores y periodistas documenta los abusos en sus países. En consecuencia, podemos examinar el impacto de la amenaza de la vergüenza centrándonos en los niveles de vigilancia observados. 

Mi estudio muestra que una vez que los análisis se centran en la vigilancia, es fácil ver el impacto positivo de la defensa de los derechos humanos. Documento los niveles de vigilancia en todo el mundo desde 1976 hasta 2017. Los resultados son alentadores. Descubro que, al igual que en el caso de México y los zapatistas, la vigilancia reduce las violaciones de la integridad física. Mi investigación muestra que muchos países han reducido su probabilidad de experimentar nuevos abusos en un 30% debido a la supervisión. Además, alrededor del 85% de los países experimentaron mejoras estadísticamente significativas a medida que se intensificaba la supervisión. Del mismo modo, constato que la tortura es menos frecuente cuando la supervisión es elevada. El siguiente gráfico muestra el impacto de la supervisión en la tortura intimidatoria y la tortura encubierta (tortura diseñada para pasar desapercibida). En ambos casos, hay un descenso de aproximadamente el 60% cuando se pasa del percentil 5 al 95 de supervisión. 

Por el contrario, al igual que otros, encuentro que los casos reales de vergüenza no tienen ningún impacto en los derechos humanos. Una vez más, este resultado no indica que avergonzar sea contraproducente. Por el contrario, nos dice que una vez establecida la amenaza de la vergüenza, llevarla a cabo tendrá poco impacto. Los autores reprimen sabiendo que se enfrentarán a las críticas. No es de extrañar que no cambien su comportamiento una vez que la crítica finalmente llega.

La lección aquí no es que los defensores deban priorizar la vigilancia sobre la vergüenza: la vigilancia es eficaz porque comunica la amenaza de la vergüenza. Si avergonzar no supusiera ningún coste para los agresores, la vigilancia no tendría sentido. Ambas estrategias forman parte integrante de la defensa de los derechos humanos. En última instancia, la comunidad de derechos humanos debe estudiar cómo reaccionan los autores potenciales ante la amenaza de la vergüenza, no sólo ante la vergüenza real. Una vez que lo hacemos, es fácil ver que la defensa de los derechos humanos funciona.

Es cierto que no existe una solución milagrosa para acabar con todos los abusos. Algunos países parecen impermeables a los esfuerzos de los defensores. Sin embargo, los defensores avergüenzan a estos países no sólo para conseguir que pongan fin a los abusos, sino también para evitar que otros sigan sus pasos. Desde este punto de vista, avergonzar tiene éxito y debe seguir formando parte de la defensa de los derechos humanos.