Además de enfrentar desafíos políticos crecientes en todo el mundo, los conceptos y la práctica de los derechos humanos han sido objeto de un escrutinio cada vez mayor por parte de académicos que ven la era actual del autoritarismo populista y el fin de la Pax Americana como los “últimos días” de los derechos humanos. Según una variación de este argumento, el hecho de que la expansión global del neoliberalismo y el auge de los derechos humanos internacionales se hayan producido de forma simultánea durante las últimas cuatro décadas no es una coincidencia histórica. Desde este punto de vista, se sostiene que al centrarse en los derechos civiles y políticos en lugar de en los derechos socioeconómicos y el aumento de la desigualdad, los actores de derechos humanos han provisto de argumentos políticos y jurídicos al capitalismo neoliberal. Dado este diagnóstico, los críticos tienden a transmitir la sensación de que los derechos humanos no tienen un papel significativo que desempeñar en la teoría y la política progresistas del siglo XXI.
He argumentado que, aunque acierta al llamar la atención sobre el aumento de las desigualdades socioeconómicas, el punto de vista de los “últimos días” es muy limitado al fundamentarse en la trayectoria de las organizaciones de derechos humanos con sede en el Norte global, con lo que deja de lado la abundancia de ideas y prácticas a través de las cuales los académicos y activistas del Sur global han incorporado la justicia socioeconómica en los derechos humanos. Este descuido también está presente en el recuento histórico que hacen los críticos sobre el movimiento de derechos humanos, como demostró Kathryn Sikkink de forma convincente.
¿Cómo pensamos y practicamos los derechos humanos anticapitalistas en este siglo?
Dado que se ha gastado mucha tinta (y pixeles) en este aspecto del debate, aquí quiero sugerir una nueva línea de conversación con los críticos que apoyan la visión de los “últimos días”, una que espero desemboque en un debate más productivo y con visión de futuro sobre el lugar que ocupan las luchas por los derechos humanos en la justicia y la supervivencia planetaria. En lugar de centrarnos en si los derechos humanos refuerzan o no el statu quo bajo el capitalismo neoliberal, propongo abordar la siguiente pregunta: ¿los derechos humanos pueden ayudar a imaginar espacios no capitalistas en el siglo XXI?
Llegó el momento de hacer esta pregunta, no solo por el resurgimiento de un debate político serio sobre el socialismo democrático en lugares como los Estados Unidos, sino también por la publicación del último libro de Erik Olin Wright, una de las mentes más brillantes del marxismo y la teoría crítica de las últimas décadas, que falleció a principios de este año. How to Be an Anticapitalist in the 21st Century (Cómo ser un anticapitalista en el siglo XXI), la última y más accesible versión del pensamiento riguroso y profundamente creativo de Wright, destaca las posibilidades de crear instituciones y esferas sociales basadas en la igualdad, la democracia y la solidaridad. Erik, querido maestro y mentor de muchos de nosotros, llamó “utopías reales” a esas posibilidades y dirigió un esfuerzo colaborativo de dos décadas con académicos y activistas para discernir los detalles de las iniciativas no capitalistas que encarnan esas posibilidades, desde los ingresos básicos universales hasta la presupuestación participativa y la producción entre iguales en línea.
Parafraseando el título del libro de lectura obligada de Wright, la pregunta que propongo para debate es: ¿cómo pensamos y practicamos los derechos humanos anticapitalistas en este siglo? Aquí me limitaré a bosquejar los parámetros de la pregunta.
Una característica sorprendente, y bastante frustrante, del trabajo de los defensores de los “últimos días” es que se niegan explícitamente a proporcionar una alternativa. En contraposición con la más famosa de las Tesis sobre Feuerbach de Marx, ven su contribución como una forma de interpretar al mundo, y no de cambiarlo. Este es un lujo que no podemos permitirnos los académicos comprometidos y aquellos de nosotros que dividimos nuestro tiempo entre la investigación y la práctica de los derechos humanos.
Quiero sugerir una nueva línea de conversación con los críticos que apoyan la visión de los “últimos días”, una que espero desemboque en un debate más productivo y con visión de futuro sobre el lugar que ocupan las luchas por los derechos humanos en la justicia y la supervivencia planetaria.
Con esto no quiero decir que las ideas y las herramientas existentes en nuestro arsenal de derechos humanos sean suficientes. He argumentado que el campo de los derechos humanos necesita una renovación radical para afrontar los desafíos existenciales actuales que se manifiestan de forma simultánea, desde la crisis climática y el autoritarismo populista hasta la disrupción tecnológica y el surgimiento de China como una superpotencia global.
Para los activistas y los activistas-académicos, la tradición del pensamiento “utópico realista” es una fuente de ideas particularmente fértil.
Sin duda, para responder a esta pregunta es necesario poner los derechos socioeconómicos y la desigualdad en primer plano, como lo han hecho los movimientos y defensores del Sur global durante décadas. También es necesario estudiar de manera sistemática y contrarrestar dos formas de capitalismo que, aunque reciben poca atención en las conversaciones sobre los “últimos días”, han sido objeto de un fructífero debate en la teoría social reciente: el “capitalismo de combustibles fósiles” y la crisis climática resultante que amenaza la supervivencia misma de la especie humana; y el “capitalismo de vigilancia” y la correspondiente erosión de la democracia y los derechos humanos, posible gracias a la acumulación de datos personales y la manipulación del comportamiento por las megacorporaciones digitales.
Este ejercicio de renovación conceptual y práctica, como sostiene Wright, requiere de un enfoque utópico realista que incorpore la experimentación, la transformación gradual, las soluciones híbridas y una visión ecosistémica de las estructuras sociales, desde el capitalismo hasta el régimen de los derechos humanos. La experimentación, las soluciones híbridas, el pensamiento ecosistémico, el análisis empírico y la resolución de problemas no son algo natural para la mayor parte de la teoría y la práctica de los derechos humanos. Debido a la fuerte influencia del pensamiento jurídico y el utopismo normativo en ambos sectores, la modalidad dominante de argumentación y análisis sigue siendo muy prescriptiva. Por consiguiente, en lugar de hacer comparaciones con las prácticas y posibilidades existentes hoy en día, las comparaciones con un mundo ideal en el que los derechos se ejercen a plenitud tienden a dominar el campo y a obstaculizar el tipo de experimentación social que se necesita para revitalizar los derechos humanos en un mundo altamente complejo y que se transforma con rapidez.
Entonces, para llevar a cabo ejercicios utópicos realistas en materia de derechos humanos, es necesario formular un enfoque experimentalista, como el de Gráinne de Burca y otros estudiosos. También es necesario alejarse del tipo de normativismo jurídico y teórico tan común en los círculos de derechos humanos, y que tanto los defensores como los críticos del campo adoptan, explícita o implícitamente. Por último, es crucial ahondar en los detalles de las campañas, organizaciones, redes, instituciones y otras iniciativas concretas que encarnan este enfoque y que tienen potencial para hacer que las herramientas de derechos humanos trasciendan la crítica del neoliberalismo.