La era de la movilización estatal ha terminado: bienvenidos a las calles

Protestors in Hong Kong gather against emergency anti-mask legislation, passed in response to months of demonstrations. Photo: Etan Liam/Flickr (CC BY-ND 2.0).


Se ha perdido la confianza en los Estados como representantes de los intereses populares y como garantes fiables de los derechos humanos, incluso en las democracias. En consecuencia, los manifestantes civiles han inundado las calles de las principales capitales del mundo para exigir que los gobiernos actúen de inmediato.

Thomas van Linge: "#Azerbaiyán: varios miles de personas se reunieron hoy en la capital, #Bakú, para protestar contra la corrupción del régimen."
Sarah Abdallah: "Un levantamiento no sería un levantamiento en el #Líbano sin un poco de música y baile."

En Bakú, los manifestantes se reunieron para reivindicar su derecho de reunión. En Beirut, los ciudadanos piden que se erradique la corrupción gubernamental. En Bagdad, los manifestantes exigen una reforma electoral, a pesar de que las fuerzas de seguridad iraquíes ha respondido con fuerza letal. En Santiago, la oposición a un aumento del cuatro por ciento en las tarifas del metro se convirtió en un grito de guerra para exigir reformas sociales más amplias. Y en Hong Kong, los ciudadanos prometieron hacer que el “caos entre semana” sea la nueva normalidad en la ciudad, como una manera de adaptar sus tácticas después de seis meses sin respuesta a sus reclamaciones de autonomía política.

Si busca la etiqueta de tendencia #TakeToTheStreets, encontrará movimientos dirigidos por ciudadanos contra Trump y contra el Brexit en Estados Unidos y el Reino Unido. Si busca la etiqueta #GiletsJaunes, encontrará al infame movimiento de los Chalecos Amarillos de Francia celebrando el primer aniversario de sus protestas.

Los funcionarios gubernamentales deben escuchar este sonoro y claro mensaje: somos sus ciudadanos. “La gente se muestra cada vez más escéptica de que los Estados traten los derechos como significativos y los respeten”, dijo Akwe Amosu, director de integración de Open Society Foundations. “Así que salen a las calles para hacerlo por sí mismos”.

En algunos casos, las protestas multitudinarias generaron resultados inmediatos. El gobierno libanés suspendió su controvertido impuesto sobre la mensajería de voz de WhatsApp, que desencadenó las protestas en todo el país, desde el primer día de disturbios. Y los funcionarios chilenos suspendieron de inmediato el aumento propuesto a los precios del metro.

Pero esas rápidas concesiones no lograron silenciar los llamamientos más amplios a la reforma política. En cambio, los movimientos de protesta centrados en un solo tema hicieron metástasis, cobraron impulso y demostraron su poder de permanencia en las calles. Los videos en las redes sociales, como los clips de Madi Karimeh, el “DJ de la Revolución” del Líbano, o la cadena humana de 170,000 personas en la que se unieron manifestantes desde la capital norteña del Líbano en Trípoli hasta su capital sureña en Tiro, han ayudado a forjar una sensación de unidad y visión compartida entre los movimientos de protesta a nivel de ciudad. Los videos de la policía chilena cegando a los manifestantes o abriendo fuego contra ellos han provocado una indignación constante.

“Los ciudadanos están reclamando sus derechos de nuevo en las calles, pero hay una diferencia importante este año”, afirmó Chris Stone, profesor de Práctica de Integridad Pública en la Escuela Blavatnik. “Los manifestantes ciudadanos están haciendo una nueva pregunta: ¿podemos crear una noción de la aplicación de los derechos que no dependa de los Estados?”.

Es importante que las organizaciones de derechos humanos consideren esta pregunta. Durante años, el movimiento de derechos humanos se ha basado en las acciones paralelas de los defensores de derechos humanos de primera línea y las organizaciones internacionales de defensa y promoción, como Human Rights Watch y Amnistía Internacional.

Los activistas de primera línea han desempeñado un papel fundamental documentando violaciones específicas, convocando a la sociedad civil y amplificando mensajes en las redes sociales. Después, las agrupaciones como Human Rights Watch y Amnistía Internacional han fortalecido sus campañas con una investigación y documentación rigurosas, y han tendido puentes hacia los representantes de la ONU y los jefes de Estado flexibles.

“Los manifestantes ciudadanos están haciendo una nueva pregunta: ¿podemos crear una noción de la aplicación de los derechos que no dependa de los Estados?”.

Pero dado el grupo de líderes autocráticos, como el presidente Recep Tayyip Erdogan de Turquía, o líderes populistas, como los presidentes Donald Trump de Estados Unidos, Vladimir Putin de Rusia y Jair Bolsonaro de Brasil, a cargo de los Estados más influyentes del mundo, Kenneth Roth, el director ejecutivo de Human Rights Watch, sugiere un giro táctico hacia los aliados no tradicionales de derechos humanos y las coaliciones de Estados pequeños o medianos.

“Antes acostumbrábamos a dirigir la mirada a Ginebra, Nueva York, D. C. y Bruselas”, confirmó un investigador sénior de la Egyptian Initiative for Personal Rights (EIPR), “pero los aliados que solíamos dar por sentados ya no están ahí”. Sin aliados confiables a nivel estatal, puede que la arquitectura fundamental del movimiento de derechos humanos se vea obligada a cambiar.

“Necesitamos invertir en redes que estén más orientadas hacia las bases”, continuó el jefe de investigación de EIPR, que habló en condiciones de anonimato. “Las redes locales nos ayudarán a diversificar a nuestros aliados y nos introducirán en esferas de movilización que el movimiento egipcio de derechos humanos no conoce”.

Es preciso que mi generación milénial de manifestantes reconozca esta oportunidad: a falta de aliados estatales confiables, las organizaciones mundiales de derechos están listas para asociarse con nosotros. Por supuesto, las agrupaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch siempre han trabajado con los activistas de primera línea, pero esta puede ser una nueva oportunidad para que los jóvenes manifestantes civiles lideren el camino.

En primer lugar, los manifestantes deben invertir en relaciones que fortalezcan sus movimientos y amplifiquen sus demandas. En segundo lugar, deben ver más allá de las etiquetas de tendencia y la cantidad de gente en las calles: en un artículo de opinión de 2017, el académico turco Zeynep Tufekci, autor de Twitter and Tear Gas: The Power and Fragility of Networked Protest (Twitter y gas lacrimógeno: el poder y la fragilidad de la protesta en las redes), advierte que las redes sociales pueden hacer que llevar a cabo una protesta multitudinaria sea mucho más fácil que antes, pero “la importancia de la protesta depende de lo que ocurra después”.

Los manifestantes que se reunieron en Beirut, Bagdad, Santiago, Puerto Príncipe, Barcelona y Hong Kong deben organizar a sus multitudes e identificar los siguientes pasos para la acción colectiva. Con un plan de trabajo en la mano, las organizaciones internacionales de derechos humanos pueden ofrecer su apoyo. Y juntos, podemos ejercer presión para que los Estados sean más participativos, seguros e incluyentes.

Por ahora, la etiqueta #TakeToTheStreets sigue siendo tendencia. Veremos hasta dónde puede llegar el poder popular.