Los activistas de derechos humanos siempre han contado historias sobre sus experiencias con desconcertante desenfado: platicando sobre la vez que casi secuestraron a una activista mientras investigaba una ejecución o dando una respuesta demasiado gráfica cuando sus amigos les preguntan sobre su trabajo, por ejemplo. Se habla con risa sobre estar nerviosos (sobresaltándose cuando el motor de un auto petardea durante sus vacaciones) o imaginar que se están cometiendo torturas en la casa de los vecinos cuando escuchan el llanto de un niño. A menudo, estas historias se cuentan entre tragos, a altas horas de la noche, durante viajes largos, y a veces se transforman poco a poco en conversaciones serias. Los defensores de derechos intercambian historias sobre las experiencias al ser amenazados o detenidos, la incapacidad de dejar de pensar sobre las imágenes en los videos gráficos de ejecuciones o el volver a escuchar las voces de los sobrevivientes narrando sus historias. Lo que no se suele mencionar en estas discusiones es que el trauma, directo e indirecto, personal y secundario, tiene un impacto real, serio y duradero en las vidas de los defensores de derechos humanos.
Encontramos investigaciones sobre trabajadores humanitarios, periodistas y trabajadores sociales que documentaban depresión, agotamiento y trauma y estrés secundarios a niveles altos. No existía nada comparable con respecto a los defensores de derechos humanos.
Me tranquiliza saber que formo parte de una comunidad cada vez mayor de defensores e investigadores que han comenzado a reflexionar seriamente acerca de estos temas. Como académica, pertenezco a un equipo de investigación que trabaja para comprender mejor la información, que hasta la fecha ha sido mayormente anecdótica, sobre el agotamiento, el trauma indirecto y la depresión entre los defensores de derechos humanos. Cuando comenzamos a trabajar juntos hace varios años, Sarah Knuckey, Adam Brown y yo no pudimos encontrar mucha información sobre el trauma secundario entre los defensores de derechos humanos. Sabíamos que algunas organizaciones de derechos humanos comenzaban a abordar el problema, y que los activistas en algunos lugares utilizaban desde hace tiempo una variedad de técnicas de autoayuda. Encontramos un recurso fantástico: What’s the Point of Revolution if We Can’t Dance? (¿Qué sentido tiene la revolución si no podemos bailar?), una innovadora publicación escrita por Jane Barry y Jelena Dordevic, activistas feministas de derechos humanos, que presenta los relatos y la sabiduría de activistas de muchas partes del mundo. En la literatura sobre psicología, encontramos un estudio sobre los trabajadores de derechos humanos en Kosovo que describe el impacto del trabajo sobre el personal que reúne información sobre los derechos humanos. Pero lo que faltaba era una base de evidencia científica que fundamentara los esfuerzos para responder a las inquietudes sobre el bienestar de los defensores de derechos humanos. Encontramos investigaciones sobre trabajadores humanitarios, periodistas y trabajadores sociales que documentaban depresión, agotamiento y trauma y estrés secundarios a niveles perturbadoramente altos. Pero no existía nada comparable con respecto a los defensores de derechos humanos. Decidimos dar un paso hacia la creación de una base empírica, documentando la situación actual de los defensores de derechos humanos.
Pixabay (Some rights reserved)
"We must bring these discussions out of the shadows and embrace them for what they are: an acknowledgement of the complex perils—and deep joys—of human rights work."
El primer paso de este trabajo consistió en una encuesta en línea a los defensores de derechos humanos. En total, 346 personas ubicadas en decenas de países respondieron la encuesta. Adaptamos listas de verificación estandarizadas y preguntas de opción múltiple que utilizan los psicólogos para investigar la exposición al trauma, analizar las experiencias de agotamiento y estrés e identificar el trastorno de estrés postraumático (TEPT). También preguntamos sobre los estilos cognitivos, las tendencias a pensar de cierta manera sobre las experiencias, los cuales están vinculados con la vulnerabilidad al trauma secundario y el agotamiento. Por último, analizamos la resiliencia: la capacidad de adaptarse, recuperarse y fortalecerse a partir del trabajo. La encuesta fue voluntaria y no se diseñó para recolectar datos aleatorios o estadísticamente representativos, por lo que no cabe duda de que la muestra está sesgada de maneras conocidas y desconocidas. Sin embargo, creemos que nuestro estudio es un paso útil hacia la creación de una base empírica para los esfuerzos por aumentar el bienestar de los defensores de derechos humanos.
Lo que encontramos fue sorprendente: de los defensores de derechos humanos que respondieron la encuesta, el 19 % parecían tener TEPT, el 19 % tenían síntomas importantes asociados con el TEPT, el 15 % parecían experimentar depresión y el 19 % informaron tener agotamiento. Estos niveles son comparables con los encontrados entre los equipos de respuesta inicial e incluso los veteranos de guerra. Con frecuencia, los defensores estuvieron expuestos a trauma secundario y primario al entrevistar a los sobrevivientes y testigos (89 %), visitar los lugares en los que se cometieron violaciones (63 %) y presenciar violencia (34 %) o privaciones graves de las necesidades básicas (79 %). Un considerable 20 % de ellos habían sufrido amenazas de ser golpeados, tomados como rehenes o detenidos en relación con su trabajo de derechos humanos, mientras que el 20 % habían experimentado realmente a o varias de estas violaciones.
Los participantes que estuvieron expuestos al trauma durante su labor de derechos humanos, que mostraban ser perfeccionistas o que tenían opiniones negativas sobre el trabajo de derechos humanos, parecían sufrir niveles más severos de TEPT. Los perfeccionistas y quienes consideraban que sus esfuerzos no eran eficaces mostraban una depresión más grave. Sin embargo, las respuestas a la encuesta también indicaron niveles altos de resiliencia: el 43 % de los encuestados reportaron síntomas mínimos de TEPT. No obstante, los defensores de derechos también informaron que no estaban preparados para los efectos que tiene su trabajo sobre la salud: el 71 % de ellos dijeron que no se les preparó, o que recibieron solo la mínima preparación, con respecto a los costos emocionales del trabajo de derechos humanos, y el 75 % dijeron que su organización no los apoyaba, o los apoyaba muy poco, para lidiar con estos efectos. Estos resultados plantean tantas preguntas como las que responden, así que continuaremos con el trabajo a través de alianzas con organizaciones de derechos humanos para comprender mejor las dinámicas en juego y los recursos necesarios para abordar estas cuestiones.
Nuestra investigación es parte de una cantidad cada vez mayor de iniciativas importantes para estudiar y responder al trauma en el campo de los derechos humanos. Eyewitness Media Hub publicó un importante informe sobre el impacto de los medios de testimonios directos sobre los periodistas y los investigadores de derechos humanos. Utilizando un enfoque crítico sobre la seguridad y la protección, Alice Nah y sus colegas del Centro de Derechos Humanos Aplicados de la Universidad de York han comenzado a publicar los resultados de un estudio que dedicó especial atención al bienestar de los activistas. Las personas que trabajan en la protección de los defensores de derechos humanos están adoptando planteamientos de seguridad integral, que incluyen un enfoque en el bienestar. Y lo que es más importante aún, los activistas cada vez hablan más entre ellos sobre sus experiencias y estrategias.
Los activistas de derechos humanos en todo el mundo, especialmente los que enfrentan opresión, discriminación y amenazas a su seguridad todos los días, utilizan desde hace tiempo estrategias de autoayuda y bienestar colectivo que están estrechamente vinculadas con sus objetivos de cambio social. Estas estrategias incluyen la adopción de enfoques de seguridad integral, estilos de liderazgo transformador y prácticas que incorporan los conocimientos sobre el trauma. Hay mucho que aprender de lo que ya existe, y esperamos contribuir al trabajo en curso mediante una documentación sistemática y una mejor comprensión de las respuestas prometedoras. Pero queda mucho trabajo por hacer: se necesitan respuestas a nivel personal, organizacional y de todo el movimiento. Para desarrollar estas respuestas, primero debemos traer a la luz estas discusiones y aceptarlas como lo que son: un reconocimiento de los complicados peligros, y las profundas alegrías, del trabajo de derechos humanos.