A la hora de prever posibles futuros para los derechos humanos, el mejor lugar para empezar es el presente. Dos herramientas de las metodologías de construcción de escenarios futuros -la detección de señales de cambio y de motores de cambio- ofrecen puntos de partida especialmente útiles. Las señales de cambio son pequeñas innovaciones que tienen el potencial de perturbar un campo de práctica si crecen y se difunden ampliamente. Basta pensar, por ejemplo, en el impacto potencialmente transformador que tendrán las investigaciones de derechos humanos colaborativas que son hechas a través de plataformas digitales, a partir de contribuciones de miles de personas. Los motores del cambio son transformaciones estructurales más amplias en la sociedad, la tecnología, la economía, el medio ambiente y la política que subyacen a los cambios a largo plazo. Este artículo se centra en la identificación de los motores del cambio, en particular las tendencias estructurales que plantean retos existenciales para los derechos humanos. Me ocuparé de las señales de cambio en entradas posteriores.
Hay cinco grandes tendencias que plantean retos especialmente graves para los derechos humanos. El primero es el desafío geopolítico. El orden mundial euroamericano heredado de la segunda posguerra, que proporcionó la columna vertebral geopolítica para la globalización de los derechos humanos en la segunda mitad del siglo XX, ya no existe. El ascenso de los países BRICS en la década de 2000, que anunció una nueva era de multipolaridad, fue la primera alarma. Resulta que todo lo que queda de la sigla BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), en términos de aspiraciones realistas de poder geopolítico global, es la "C" de China. Mientras tanto, el orden euroamericano implosionó, tras el Brexit, Trump y el ascenso del populismo de derechas en Europa --con la ayuda de Rusia, ahora relegada al papel de perturbador global. El resultado es un orden jurídico y político internacional más fragmentado e imprevisible, desprovisto de potencias mundiales que sean líderes fiables de las causas de los derechos humanos.
Las señales de cambio son pequeñas innovaciones que tienen el potencial de perturbar un campo de práctica si crecen y se difunden ampliamente.
En segundo lugar, el vertiginoso avance del procesamiento de la información y las telecomunicaciones en la era digital supone un formidable desafío tecnológico para los derechos humanos. Mientras que la historia de la década de 2010 giraba en torno a cómo Internet y las redes sociales empoderaban y conectaban a los activistas y a las organizaciones de justicia social más allá de las fronteras, la historia de los albores de la década de 2020 gira en torno a cómo esas herramientas y otras tecnologías, como la inteligencia artificial, se están utilizando para recopilar cantidades de datos personales sin precedentes, manipular el comportamiento humano, perturbar las elecciones y concentrar el poder en manos de las empresas digitales y los Estados de vigilancia. Como ha demostrado Shoshana Zuboff, las tecnologías e instituciones de la nueva era del capitalismo de la vigilancia socavan las condiciones para el ejercicio de los derechos básicos, desde la privacidad hasta la autonomía y la participación política. La biotecnología, que permite a los más pudientes comprar capacidades cognitivas y físicas mejoradas, plantea un reto igualmente formidable, en tanto amenaza con cristalizar y profundizar las desigualdades que ya están socavando los derechos humanos en todo el mundo.
En tercer lugar, el desafío político que el autoritarismo populista supone para la democracia y los derechos humanos ha llegado para quedarse. Su ascenso no es un accidente temporal en la trayectoria del liberalismo global. Al polarizar las sociedades a través de una división moral categórica de la política entre "nosotros y ellos", entre la "el pueblo verdadero" y el resto, los populistas autoritarios atacan la creencia central de los derechos humanos en la igual dignidad de todos. Para ello, se apoyan en las tecnologías digitales (como las redes sociales) que se crearon para conectar a los individuos y las organizaciones, y que ahora se utilizan para afianzar las divisiones tribales, ya sean ideológicas, étnicas, religiosas, nacionalistas o de otro tipo.
En cuarto lugar, la crisis climática y medioambiental altera las condiciones básicas de la vida en la Tierra y, por tanto, las de los derechos humanos. Este desafío ecológico llegó a los titulares de los medios en 2018-2019, cuando los informes de los paneles de expertos de la ONU sobre el clima y la biodiversidad se superpusieron a la cascada de fenómenos climáticos extremos que los científicos venían advirtiendo desde hacía décadas. La llegada del Antropoceno, la era geológica marcada por el dominio (y potencial aniquilación) del planeta por parte de la especie humana, fue anunciada por esos primeros indicios del planeta inhabitable que heredarán las generaciones futuras si no se adoptan urgentemente medidas drásticas de descarbonización para cambiar la trayectoria que está llevando al planeta a 1,5°C -2°C grados de calentamiento a mediados de siglo y a 3°C -4°C grados a finales de siglo. El Antropoceno abre las puertas a violaciones de los derechos humanos a una escala sin precedentes, como decenas de millones de muertes inducidas por el clima y oleadas de desplazamientos forzados que superan con creces las causadas por las guerras, y un sufrimiento económico mucho más profundo y generalizado que los asociados a la Gran Depresión y las crisis financieras. En todos estos aspectos, la pandemia de coronavirus puede verse como un ensayo de los impactos sobre los derechos humanos que el empeoramiento del calentamiento global desencadenará en los próximos años y décadas si no se toman medidas urgentes y drásticas contra él.
Por último, el aumento de la desigualdad plantea un desafío socioeconómico fundamental. La desigualdad es, en efecto, "la antítesis de los derechos humanos", como demuestran el aumento de la desigualdad de ingresos en casi todos los países, el hecho de que menos del 1% de la población mundial posea casi la mitad de la riqueza del mundo y la realidad (confirmada una vez más por los efectos desiguales de la pandemia y expuesta poderosamente por las protestas por la justicia racial en 2020) de que la desventaja económica está estrechamente interrelacionada con otros sistemas de opresión, desde el racismo hasta el patriarcado y el nacionalismo discriminatorio.
Tomados por separado, cualquiera de estos motores de cambio estructural implicaría profundas transformaciones en el campo de los derechos humanos. En conjunto, suponen nada menos que un reto existencial para el mismo. Sin embargo, un número cada vez mayor de actores de los derechos humanos está haciendo frente a estos retos, y estos y otros motores de cambio también crean oportunidades para el movimiento de los derechos humanos, como analizaré en posteriores entradas de este blog.
Como ha señalado Yuval Harari, "aunque los movimientos de derechos humanos han desarrollado un arsenal impresionante de argumentos y defensa contra los prejuicios religiosos y los tiranos humanos, este arsenal apenas nos protege contra los excesos consumistas y las utopías tecnológicas". Yo añadiría que -a menos que se actualice y renueve- apenas nos protege contra autócratas elegidos democráticamente, distopías digitales o riesgos planetarios como el calentamiento global y las pandemias.