El aniversario 75 de la Declaración de las Naciones Unidas sobre Derechos Humanos ha inspirado diálogos fructíferos sobre la trayectoria del campo de los derechos humanos. Sugiero que los complementemos con debates prospectivos sobre los próximos 75 años. ¿Qué temas emergentes necesitará abordar el movimiento de derechos humanos para seguir siendo relevante en lo que queda de siglo? ¿Qué señales de cambio se pueden identificar en las ideas y tácticas de los actores más innovadores en este campo, desde jóvenes activistas climáticos hasta pueblos indígenas, colectivos de artistas y una nueva generación de abogados de movimientos sociales?
Esto es lo que los expertos en pensamiento sobre escenarios futuros llaman “mirar hacia atrás para mirar hacia adelante”: examinar cuánto han cambiado las cosas en el pasado para apreciar cuán radicalmente cambiarán en el futuro. En un momento difícil para los derechos humanos globales, es particularmente importante participar en un ejercicio colectivo para imaginar y prepararse para futuros alternativos en un mundo que estará marcado por las profundas consecuencias de acontecimientos contemporáneos como el cambio climático y el auge de tecnologías como la inteligencia artificial y la edición genética. Este es precisamente el objetivo del programa sobre el Futuro de los Derechos y la Gobernanza Global (FORGE, por su nombre en inglés), que lanzamos recientemente con colegas del Centro de Derechos Humanos y Justicia Global de la Universidad de Nueva York y más de 160 investigadores, activistas, artistas, científicos y otros pensadores y practicantes de todo el mundo que se unieron a nosotros en la primera conferencia anual de FORGE en Nueva York.
Me parece que el primer paso hacia un diálogo generativo sobre el pasado y el futuro es superar el debate sobre la supuesta desaparición de los derechos humanos. Han pasado diez años desde la publicación del libro de Stephen Hoopgood sobre el “fin de los tiempos de los derechos humanos”, que dio lugar a un animado debate en Open Global Rights y otros lugares. Si bien Hopgood señaló cuestiones reales de desigualdad y estancamiento estratégico dentro del movimiento de derechos humanos, su argumento se basaba en evidencia empírica escasa y tenía importantes puntos ciegos analíticos, como sostuve en mi contribución al debate de ese momento y otros autores como Gráinne de Burca y Kathryn Sikkink han demostrado más a fondo desde entonces. Una década después, lo que parece haber perdurado es el provocativo título del libro, más que sus argumentos más matizados. Varias contribuciones posteriores al debate (especialmente de académicos del Norte Global con conocimiento limitado de la diversidad de prácticas de derechos humanos en todo el mundo) se unieron al coro del fin de los tiempos y lanzaron una tendencia que Ruth Teitel llamó acertadamente “finalismo”.
Ya hemos visto esta película antes. Hace treinta años, Francis Fukuyama lanzó su fallida proclamación del fin de la historia. Curiosamente, el fin que Fukuyama tenía en mente incluía el triunfo de los derechos humanos y la democracia liberales. La moda que desató su trabajo también sería criticada más tarde como “finalismo”. En retrospectiva, el finalismo parece un hecho cíclico y predecible, tan inevitable como efímero. Es una tendencia firmemente arraigada en la psicología humana. “Parece que la historia siempre termina hoy”, concluyeron los autores de un estudio clásico sobre los sesgos cognitivos humanos sobre el tiempo.
Sugiero que pasemos página y acojamos el fin del finalismo en materia de derechos humanos. La mejor evidencia disponible muestra que, después de diez años, el fin de los derechos humanos no ha llegado. En contraste explícito con la escasa evidencia reunida por los proponentes del fin de los tiempos, un estudio cuantitativo reciente realizado por Geoff Dancy y Christopher Fariss muestra que personas en todo el mundo continúan acudiendo a los derechos humanos. Encuentran que la popularidad del lenguaje de derechos humanos, medida a través de búsquedas en línea, “es tan popular como lo era hace una década. De hecho, hoy la gente busca información sobre derechos humanos mucho más que sobre otros conceptos políticos como justicia social, desigualdad o seguridad nacional”. Contrariamente a la visión de los críticos de los derechos humanos que los ven como un proyecto de élite centrado en el Norte Global, los datos de Dancy y Farris muestran que el máximo interés en los derechos humanos se encuentra en lugares y momentos de emergencias de derechos humanos en el Sur Global. De manera similar, una encuesta global reciente realizada por Open Society Foundations mostró que la gran mayoría de los encuestados (72%) expresaron una visión positiva de los derechos humanos, especialmente en el Sur Global.
Nada de esto pretende negar los formidables desafíos que enfrentan los valores y normas de derechos humanos en una época de guerras, emergencias ecológicas, disrupciones tecnológicas, retrocesos democráticos, tensiones geopolíticas y desigualdades crecientes. Tampoco quiero decir que los conceptos, tácticas y narrativas tradicionales del movimiento sean adecuados para enfrentar esos desafíos. De hecho, he sugerido que es necesario renovarlos considerablemente para que los derechos humanos sigan siendo relevantes en las próximas décadas.
Declarar el fin del finalismo es un paso inicial pero importante en esta dirección. Al pasar nuestra atención de proclamaciones abstractas hacia debates específicos sobre la riqueza, la complejidad y la realidad rápidamente cambiante de los derechos humanos en el terreno, los actores de derechos humanos liberan un valioso espacio mental para desarrollar nuevas ideas y respuestas. Al dejar el pesimismo que el finalismo tiende a producir, abrimos un espacio emocional para movilizarnos con el beneficio de la esperanza.
Reorientar la esperanza y mirar hacia el futuro sería una forma útil de celebrar los 75 años de la Declaración de las Naciones Unidas sobre Derechos Humanos. La respuesta al pesimismo no es un optimismo fácil. Como escribe Rebecca Solnit: “La esperanza no es optimismo. El optimismo supone lo mejor y asume su inevitabilidad, lo que conduce a la pasividad, como también lo hacen el pesimismo y el cinismo que suponen lo peor”. Si bien sentimos el dolor de la pérdida de vidas y medios de vida humanos y no humanos en todo el planeta, también sabemos que “tener esperanza es reconocer que podemos proteger lo que amamos al tiempo que lamentamos lo que no podemos, y saber que debemos actuar sin saber el resultado de esas acciones”.