Para crear nuevas narrativas sobre los derechos humanos, hay que tener nuevas fuentes de poder económico


El auge de las opciones políticas autoritarias a nivel mundial ha impulsado una agenda que rechaza el multilateralismo y la cooperación internacional, a la vez que culpa a la corrupción de los partidos tradicionales, a los movimientos sociales y de derechos humanos y a los inmigrantes de la mayoría de los problemas endémicos que enfrentan las sociedades de nuestros tiempos.

Para que el movimiento de derechos humanos conserve su carácter transformador, necesita aumentar considerablemente su impacto. Si las narrativas convincentes y otras estrategias complementarias no se basan en proyectos sostenibles, reproducibles y ampliables, será difícil superar el poder político y económico de los movimientos anti derechos humanos. Entonces, ¿cómo podemos generar nuestro propio poder económico específicamente para apoyar los derechos humanos?

La idea de llevar a cabo proyectos rentables que generen rendimientos a la vez que promueven los derechos no es del todo novedosa. Muchas ONG en diferentes partes del mundo están incorporando una mentalidad de negocios para diversificar sus opciones de financiamiento. Por ejemplo, Precedent, un bufete en Kirguistán, presta servicios jurídicos remunerados que ayudan a financiar una organización sin fines de lucro llamada Precedent Partner Group. Y Memria.org, es “una empresa social que se dedica a ayudar a los socios a recopilar, seleccionar y distribuir historias [de derechos humanos]”. La incorporación de herramientas empresariales es una buena manera de garantizar o, al menos, fortalecer los marcos de sostenibilidad de esas organizaciones. Pero no basta con cambiar los equilibrios actuales.

¿Cómo podemos generar nuestro propio poder económico específicamente para apoyar los derechos humanos?

Esto no se trata de iniciativas o proyectos aislados. Más bien, se trata de ecosistemas prósperos que promuevan los derechos civiles y políticos, generen rendimientos elevados y lleguen a públicos amplios. Yo les llamo “ecosistemas económicos orientados hacia los derechos humanos” (HuROEE, por sus siglas en inglés). Examinemos el ecosistema del filantrocapitalismo, como las OSF y Ford Foundations del mundo. Este ecosistema consiste en un conjunto de redes integradas, estables y dinámicas de instituciones y organizaciones que generan rendimientos, los cuales después se utilizan para respaldar la promoción y protección de los derechos humanos. La mayor parte del movimiento de derechos humanos en todo el mundo ha experimentado un crecimiento sustancial en los últimos 25 años, gracias a las sinergias generadas dentro de estos ecosistemas. Pero muchas de nuestras estrategias más exitosas parecen haber llegado a sus límites, y han sido contrarrestadas por los movimientos anti derechos humanos. Necesitamos crear estrategias nuevas y complementarias para llevar el movimiento el siguiente nivel. Para ello, tendríamos que crear muchos nuevos núcleos de filantrocapitalismo.

El ecosistema de las inversiones de impacto también se podría incluir en este grupo (aunque es muy difícil encontrar información consolidada sobre su impacto social y ambiental). Pero, en el mejor de los casos, las inversiones de impacto se centran principalmente en los derechos económicos y sociales o en cuestiones ambientales. Si bien es evidente que estas inversiones son necesarias, ¿qué hay de los derechos civiles y políticos? Según Civicus, los espacios para la participación de la sociedad civil se han estado reduciendo durante, al menos, los últimos ocho años y “…solo el cuatro por ciento de la población mundial vive en países en los que se respetan las libertades fundamentales de la sociedad civil: de asociación, reunión pacífica y expresión”.

A priori, parece difícil imaginar quién querría invertir en los derechos civiles y políticos, aparte de quienes ya lo hacen. Para obtener grandes cantidades de financiamiento e inversión, tenemos que generar dos tipos de incentivos: incentivos morales e incentivos económicos. Los incentivos morales se relacionan con el marco de valores del inversionista o donante. La elaboración de narrativas y metanarrativas convincentes es esencial para entablar un diálogo con los valores de los inversionistas y atraerlos al espíritu de los derechos humanos. Es una tarea difícil. En muchos países de América Latina, por ejemplo, es más fácil convencer a los inversionistas de que financien la reducción del desperdicio de alimentos y las emisiones de carbono, o de que ayuden a erradicar la desnutrición, que convencerlos de que inviertan en garantizar el derecho a manifestarse o a vigilar el uso excesivo de la fuerza por las fuerzas de seguridad.

Los incentivos económicos son igualmente importantes. Ningún inversionista dará dinero si la organización o persona que lo solicita no puede demostrar cómo y cuándo lo recuperará. Pero si podemos concebir y poner en práctica ideas novedosas, junto con modelos de negocio rentables y narrativas convincentes, estaríamos combinando los mejores aspectos de los ecosistemas de los derechos humanos y las empresas.

Tal vez, en lugar de reflexionar entre nosotros, deberíamos recurrir a la colaboración masiva para innovar.

Tras hablar sobre estos conceptos con muchos profesionales, donantes y defensores de los derechos humanos, generamos algunas ideas sobre cómo crear y mejorar los ecosistemas económicos orientados hacia los derechos humanos: crear nuevos núcleos de filantropía, monetizar los servicios de las organizaciones de derechos humanos, fortalecer los vínculos entre el movimiento de derechos humanos y el ecosistema de las empresas sociales (Ashoka, Skoll), fortalecer las capacidades comerciales de las organizaciones de derechos humanos, prestar servicios para ayudar a los Estados a formular políticas públicas con un enfoque orientado hacia los derechos humanos y darles seguimiento, capacitar y cultivar a los ricos y los innovadores del futuro, y crear un centro que fomente la creación de estos ecosistemas, entre otras.

Pero tal vez, en lugar de reflexionar entre nosotros, deberíamos recurrir a la colaboración masiva para innovar. Es posible que a nosotros, como miembros del movimiento de derechos humanos, nos resulte difícil alejarnos de las ideas convencionales y crear proyectos de derechos humanos rentables y ampliables. No todos los activistas tienen esta mentalidad. En cambio, podríamos usar nuestro poder de convocatoria para reunir a los jugadores, youtubers, programadores, agencias de mercadotecnia, cineastas, documentalistas, empresarios y otros para incubar y acelerar esta clase de proyectos y ecosistemas.

En la actualidad, existen algunos esfuerzos incipientes para acelerar los derechos humanos, como el acelerador de la agenda de derechos con sede en Suecia o el Acelerador de Justicia con sede en los Países Bajos. Sin embargo, ninguno de ellos se centra en esfuerzos rentables y no funcionan en muchas regiones en desarrollo. Por supuesto, el mero hecho de emprender este esfuerzo también ampliará nuestros horizontes. Pero tenemos que comprender otras formas de pensar para lograr una mayor aceptación y atraer a un grupo nuevo y diverso de actores al movimiento de derechos humanos.