El discurso de los derechos humanos no es la única, y ni siquiera la principal, vía de intento de emancipación política en la actualidad. Ha perdido relevancia para muchos en la izquierda, ya que han surgido nuevos discursos políticos que no se basan necesariamente en los derechos o que ni siquiera pretenden incorporarlos. Las luchas políticas emancipadoras de hoy en día pueden resonar tanto en los registros de la desigualdad, el cambio climático o la corrupción como en el de los derechos humanos.
Los defensores de derechos humanos han respondido a este cambio de discurso de dos maneras. Algunos insisten en la necesidad, e incluso la centralidad, de los derechos humanos como medio para responder a una gama más amplia de cuestiones que, según reconocen, plantean algunos de nuestros mayores retos en materia de justicia social en la actualidad. Así, piden que se amplíen el ámbito y las herramientas del movimiento de derechos humanos, para convertir la desigualdad económica en un asunto de derechos humanos, por ejemplo, al utilizar el derecho y la política fiscal para lograr una mejor distribución de la riqueza y los ingresos.
El reto, por tanto, para el movimiento (o los movimientos) de derechos humanos es tomarse en serio los posibles conflictos con algunas de estas otras luchas emancipadoras, que a menudo llevan incorporadas críticas importantes a los derechos humanos que la expansión o la colaboración no pueden mediar.
Otros defensores reconocen las diferencias entre los derechos humanos y otros movimientos. Pero, en lugar de intentar que los derechos humanos abarquen todos los asuntos de justicia social, reclaman una “forma de colaboración más profunda que responda a la necesidad de aunar conocimientos y activismo diversos de una forma, hasta cierto punto, extraordinaria”, como afirmó Martín Abregú, vicepresidente de la Fundación Ford, en su explicación de la reestructuración de la fundación que llevó a la eliminación de su división de derechos humanos en 2017.
Ya sea al llamar a la expansión o a la colaboración, ambas respuestas tienden a restar importancia a la posibilidad de que el derecho, el discurso o los movimientos de derechos humanos lleguen a conclusiones diferentes de las de otros proyectos más explícitamente de izquierdas, e incluso las impidan. Lo más evidente es que muchos proyectos emancipadores invocan análisis anticapitalistas y respuestas antiestatales. Aunque quienes participan en estos proyectos pueden utilizar a veces el discurso de los derechos humanos, no suelen depender de él para las demandas más radicales que plantean.
Pensemos en los llamados a la abolición de las prisiones y la policía. Los defensores de derechos humanos y los abolicionistas de las prisiones y la policía pueden estar de acuerdo en muchas cuestiones, y a menudo se consideran aliados. Todos se oponen a la pena de muerte, al encarcelamiento masivo y a la violencia policial. Sin embargo, ven las causas y las respuestas a estos problemas de forma muy diferente. Mientras que los abolicionistas rechazan las ideologías y prácticas del Estado carcelario, los defensores de derechos humanos suelen depender de él para respaldar su grito de guerra contra la impunidad. Y aunque todos pueden estar de acuerdo en la necesidad de abolir la pena de muerte, los defensores de derechos humanos utilizan a veces su repudio a la pena de muerte para contribuir a la legitimación de las instituciones penales que apoyan y que la excluyen, como la Corte Penal Internacional.
El reto, por tanto, para el movimiento (o los movimientos) de derechos humanos es tomarse en serio los posibles conflictos con algunas de estas otras luchas emancipadoras, que a menudo llevan incorporadas críticas importantes a los derechos humanos que la expansión o la colaboración no pueden mediar. Quienes participan en las luchas pueden no articular (o incluso ver) estas críticas, precisamente porque las luchas se articulan en un registro diferente. Y ese hecho es un importante recordatorio de que el mundo del activismo no gira en torno a los derechos humanos, ni siquiera existe necesariamente en relación con ellos.
Como defensores y académicos de los derechos humanos tenemos que dejar de lado nuestros instintos de preservación frente a los derechos humanos para reconocer y tomar en serio estos conflictos. Tenemos que renunciar a nuestro recelo de que la crítica pueda, como dice Wendy Brown, “acabar con un proyecto político progresista”. Como ya he escrito en otro lugar, incluso los académicos y defensores críticos de los derechos humanos delatan un temor a que nuestras propias críticas —sobre todo si se dicen en voz demasiado alta o al público equivocado— puedan destruir, o al menos ser percibidas como una destrucción, del proyecto de los derechos humanos. Muchos, en respuesta, moderan sus críticas o trazan una línea divisoria entre la defensa y la crítica, por temor a que esta última pueda ser perjudicial, en el peor de los casos, y poco útil, en el mejor, para la primera.
Si las luchas emancipadoras operan en nuevos planos, tenemos que estar dispuestos a reconocer y quizás incluso a pasar a esos planos.
Enfrentarse a la posible inconmensurabilidad de los derechos humanos y otras luchas brinda una oportunidad necesaria para considerar de nuevo los objetivos políticos que los defensores de los derechos humanos esperan alcanzar. Al hacerlo, sin duda surgirán tensiones entre nosotros. Algunos podrían reafirmarse en las raíces liberales de los derechos humanos y rechazar otras luchas emancipadoras por considerarlas demasiado anticapitalistas o comunalistas, o incluso simplemente inalcanzables. Pero quienes nos consideramos de izquierdas deberíamos escuchar con atención el lenguaje y las reivindicaciones de esas otras luchas, incluidas las que podríamos haber asimilado como movimientos de derechos humanos, en parte al crear un espacio institucional para sus reivindicaciones. Aunque algunos de esos otros movimientos podrían “vernacularizar” los derechos humanos, y tal vez incluso traigan consigo una concepción más radical de los derechos, tenemos que aceptar que los derechos humanos podrían no ser fundamentales para sus proyectos políticos. De hecho, podrían ser antitéticos a ellos. Ese reconocimiento debería llevarnos más allá de la aceptación de que los derechos humanos son a menudo “parte del problema”; debería hacernos estar atentos a lo que nos perdemos cuando sólo escuchamos el discurso de los derechos humanos en la articulación de demandas sustantivas con las que estamos de acuerdo.
Si las luchas emancipadoras operan en nuevos planos, tenemos que estar dispuestos a reconocer y quizás incluso a pasar a esos planos. Al mismo tiempo, los críticos entre nosotros no deben hacer que esas luchas sean inmunes a la crítica. Como insiste Gayatri Chakravorty Spivak, incluso en los momentos de liberación, no debe dejarse atrás el “malestar productivo de una crítica persistente”.