Shutterstock/Artistic Photo. All rights reserved.
No vivimos en la época del triunfo, sino en la de los últimos días de los derechos humanos. En nuestro mundo multipolar de poder estatal y social dispersos, los límites inherentes del modelo global de derechos humanos impulsado por organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch se están haciendo dolorosamente aparentes. Ambas organizaciones están intentando ajustarse, Amnistía reubicándose en el sur global y Human Rights Watch transformándose en una marca verdaderamente global. Pero para que el concepto de derechos humanos mundiales permanezca, tiene que surgir un movimiento nuevo, más político, transnacional, flexible y ágil, que sustituya al modelo de activismo actual, de liderazgo vertical y dirigido por occidente.
Para empezar, no hay razón alguna para pensar que los estados del sur global se comportarán de manera distinta a los estados del norte. Los estados son estados. Los BRICS no son un nuevo comienzo, sino aspirantes al estatus global como miembros de la hipocresía organizada de los estados soberanos. La pregunta es, ¿pueden las organizaciones occidentales de derechos humanos enfrentar esto si se alían de forma exitosa con grupos de la sociedad civil del sur? Hasta ahora, las ONG de occidente han fallado en la tarea de crear un vínculo con el público del sur, más allá del nivel de las élites. ¿Puede esto cambiar? Después de todo, muchas organizaciones y movimientos locales del sur mantienen creencias que no ocupan un lugar importante en el pensamiento occidental sobre derechos humanos. Éstas incluyen creencias sobre la religión, la justicia, la solidaridad étnica, los derechos laborales y la importancia de la familia. Estas creencias siguen siendo aspectos vitales de sus identidades, incluso mientras estos grupos sureños están siendo perseguidos por sus propias élites y estados. ¿Qué suerte correrán los ideales de derechos humanos universales en la creación de un movimiento de solidaridad con este conjunto de actores diversos y muchas veces en conflicto, cuando muchos de ellos ven a los derechos humanos como compatibles con las normas no liberales o están comprometidos con derechos sociales, económicos y culturales determinados por Human Rights Watch como una base inadecuada para una campaña eficaz?
¿Quién define el concepto de derechos humanos?
La globalización implica la diversidad; pero, hasta ahora, los derechos humanos “universales” han sido una forma bastante monoteísta de religión secular.
Muchos en el occidente creen que sí existe un movimiento global de derechos humanos único, y que su ímpetu es imparable. Pero esta idea esconde la realidad de que existen profundas desigualdades internas de recursos, objetivos, prioridades e influencia. ¿Por ejemplo, por qué la justicia criminal marca la vanguardia de derechos humanos a nivel mundial, en vez de la justicia social? Porque así lo decidieron Amnistía, Human Rights Watch, el Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU, el Comité Internacional de la Cruz Roja y la Comisión Internacional de Juristas.
Existe una marcada diferencia entre el concepto de derechos humanos que comparten las élites, la mayoría de las cuales están, hasta el momento, ubicadas en occidente (lo que podríamos llamar Derechos Humanos), y lo que esos derechos significan para la gran mayoría de la población del mundo (lo que podríamos llamar derechos humanos). Los Derechos Humanos son una ideología centrada en Nueva York-Ginebra-Londres que se enfoca en el derecho internacional, la justicia criminal y las instituciones de gobernanza mundial. Los Derechos Humanos son producto del 1%.
El resto del mundo, el 99%, ve al activismo de derechos humanos como uno entre muchos mecanismos para llegar a un cambio social significativo. Por su naturaleza, los derechos humanos (con minúsculas) son dúctiles, adaptables, pragmáticos y diversos; son normas democráticas de abajo para arriba, en vez de reglas autoritarias de arriba para abajo.
El apogeo de los Derechos Humanos llegó en los años de 1977 a 2008, años de la creciente unipolaridad de EE. UU. y el derrumbamiento de la Unión Soviética. En el camino, los Derechos Humanos impulsaron la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989, pero también debilitaron el potencial radical de los movimientos nacionales de auto-determinación. A partir de la caída del muro de Berlín, y por casi dos décadas, los Derechos Humanos reinaron triunfantes en la Declaración de Viena de 1993, en la Conferencia de El Cairo de 1994, en los tribunales ad hoc para Yugoslavia y Ruanda, en el Estatuto de Roma que creó la Corte Penal Internacional (ICC, por sus siglas en inglés), en la intervención en Kosovo y en la evolución de la Responsabilidad de Proteger (R2P). Este último concepto se ha proclamado como el sucesor de la intervención humanitaria y fue, según sus partidarios, justificado totalmente por la acción de la OTAN en Libia. Pero estos éxitos disfrazan la realidad de que las decisiones a nivel global se tomaron por un país y sus activistas: EE. UU. Incluso durante este tiempo, Estados Unidos, que es amigo de los derechos humanos sólo en las buenas, ha sido más culpable que cualquier otro estado en su negativa a integrar las normas de derechos humanos de manera permanente cuando tuvo el poder de hacerlo.
¿Pueden las organizaciones occidentales llegar a ser verdaderamente globales?
¿Cómo están enfrentando el orden mundial cambiante las grandes ONG como Amnistía Internacional y Human Rights Watch? Tienen diferentes estrategias. Amnistía está delegando sus operaciones de investigación a las ciudades del sur. Espera aliarse con defensores locales de derechos humanos y aumentar la pequeña porción de su membresía proveniente del sur. Amnistía nombró su estrategia ‘moving closer to the ground’ (acercarse al suelo). Human Rights Watch, que no tiene miembros de qué preocuparse, está creando una red mundial de oficinas de investigación, defensa y recaudación de fondos, en parte gracias a la ayuda de los $100 millones de dólares de George Soros. Ambas estrategias contrastan con la de la Fundación Ford, la cual está dando dinero directamente a siete organizaciones de derechos humanos en el sur global.
¿Por qué no servirán estas estrategias en el mundo post-occidental, post-secular y multipolar? Una razón es el deterioro relativo, especialmente en Europa, del poder de los estados que han convertido las normas de derechos humanos en uno de los objetivos de su política exterior. No es probable que Estados Unidos ocupe el vacío generado. Ya sea que su enfoque hacia Asia sea una ‘vuelta al equilibrio’ o un ‘giro’, lo cierto es que los derechos humanos no ocupan un lugar preferente en su agenda. Además, Estados Unidos tiene sus propios y considerables problemas de derechos humanos. Este cambio debilitará la autoridad mundial de las normas de derechos humanos. No es que los BRICS estén en contra de los derechos humanos, sino que van a buscar una renegociación de los supuestos y la esencia de lo que significan esos derechos en la práctica, y de si afectan la soberanía estatal y cómo lo hacen. La estrategia de Human Rights Watch depende de su capacidad de ‘nombrar y avergonzar’ a estos gobiernos, con la expectativa de que tener oficinas locales incremente su credibilidad y eficacia (así como sus ingresos y perfil de marca) para hacerlo. Hasta ahora, no hay pruebas convincentes de que esta estrategia vaya a ser exitosa. Sólo con el tiempo sabremos si dará resultados.
Amnistía Internacional depende tanto de sus investigaciones como de la presión de sus miembros. Está tomando un gran riesgo en suponer que los activistas locales, bajo la presión de sus propios gobiernos y redes, pueden denunciar abusos sin consecuencias. También espera que los abogados y políticos en Ginebra y Nueva York tomen en serio el trabajo de investigación centrado y desarrollado en el sur. Si funciona, resultará en millones de nuevos miembros, parados hombro con hombro en solidaridad con Amnistía en India, México, Sudáfrica, Brasil, Hong Kong, Senegal y Tailandia. Sin embargo, a pesar de haber gastado cientos de millones de dólares desde 1961, Amnistía todavía no ha logrado contar con una membresía masiva en el sur. Y esto fue durante las décadas en las que no había otra organización de derechos humanos a la cual unirse. Ahora hay cientos, o incluso miles, de ONG de derechos humanos en los países del sur. ¿Cuál es el valor añadido de Amnistía respecto a ellas? ¿Por qué habrían de unirse a una organización que es sinónimo de la Europa de la posguerra y la Guerra Fría?
¿Llegó el momento de un nuevo tipo de activismo?
La mayor esperanza para los derechos humanos puede recaer en la creciente clase media de profesionales en los BRICS y en otros estados clave como Indonesia. ¿Será posible que ellos se vuelvan miembros de Amnistía y financien a Human Rights Watch? Algunos académicos han argumentadopreviamente que la democracia requiere una clase media cada vez más activa que la respalde. Puede ser que suceda lo mismo con los derechos humanos, que estén correlacionados con la riqueza: un lujo de estilo de vida, como las maletas Louis Vuitton. Ellos no son, claro, ‘la gente’. E incluso esta visión parece poco convincente en países poderosos como China y Rusia. No hay razón alguna por la que no pueda existir, en China, por ejemplo, un capitalismo sin democracia y sin derechos humanos. Después de todo, la mayoría de los ciudadanos de clase media en las sociedades occidentales ni contribuyen ni se manifiestan a favor de los derechos humanos.
Lo que sí es cierto es que, en un mundo multipolar, llegar con los Derechos Humanos como un conjunto de leyes, normas y estrategias de apoyo previamente empaquetados enajenará a los simpatizantes. Será esencial alcanzar compromisos respecto a las metas y estrategias, y tengo dudas de que las organizaciones de Derechos Humanos lo puedan hacer.
Tal vez la respuesta se encuentra en un tipo de activismo completamente nuevo, que vaya desde los boicots de consumidores hasta la piratería informática y la Primavera Árabe, y que traerá consigo un cambio político y social más profundo del que jamás traerán los Derechos Humanos.