Photo: Mwangi Kirubi/Flickr, edited (CC BY-NC 2.0)
Sabella Kaguna se reúne conmigo el miércoles a primera hora; trae consigo semillas autóctonas de mijo y sorgo. Se describe a sí misma como agricultora, guardiana de semillas y de sitios sagrados, y recuperadora de la memoria en su comunidad del condado de Tharaka, en Kenia central. Durante los últimos seis años, ha trabajado para recuperar la memoria de las semillas autóctonas y las tradiciones sagradas de Tharaka, viajando para buscar a mujeres ancianas en las aldeas del interior a fin de recuperar variedades de sorgo, mijo y frijol caupí.
El sorgo, el mijo y el frijol caupí son semillas autóctonas de África, pero su consumo ha disminuido. En el pasado colonial, la necesidad de efectivo para pagar impuestos y escuelas obligó a la adopción de cultivos extranjeros y, en algunas áreas, los misioneros cristianos restringieron el cultivo de especies que se utilizaban en los rituales indígenas, como el mijo. Hoy en día, la globalización y la urbanización han provocado un cambio en los paladares, y los gobiernos y las agencias de desarrollo prefieren destinar recursos a la producción de arroz, trigo y maíz. Dado que estos tres productos agrícolas forman parte de los mercados globales, son propensos a la volatilidad en los precios a nivel mundial, como ocurrió en 2007-2008, cuando el aumento en los precios provocó protestas por la crisis alimentaria en más de 25 países. También son vulnerables a los impredecibles efectos de la crisis climática.
Semillas recuperadas en Tharaka durante un diálogo intercultural comunitario, 2015.
El Sur global, incluidos países como Kenia, se lleva la peor parte de esta crisis climática agravada por años de colonialismo patriarcal y misionero, educación occidental y economía capitalista que lo han vuelto dependiente de la producción para los mercados del Norte. La combinación de estos factores reduce la resiliencia de los pueblos y las tierras indígenas, y su capacidad de responder al cambio climático, lo que crea una crisis ecológica y cultural. Los residentes de la ribera del río Kathita en Tharaka describieron años consecutivos de poca lluvia, dificultades para acceder al agua, una creciente dependencia de las semillas híbridas y los fertilizantes para producir alimentos en tierras que ya perdieron nutrientes y un aumento correspondiente del agua que se necesita para el riego. Al viajar dentro del condado, se apreciaban paisajes secos con poco pasto y cubierta vegetal, así como ríos estacionales secos y ríos permanentes con aguas someras. La tala de árboles para producir carbón vegetal expone los paisajes ya secos y carentes de nutrientes al clima cada vez más cálido, pero ofrece un respiro momentáneo de la aplastante pobreza financiera para algunas personas.
En el Norte global, se ha vuelto frecuente afirmar que los pueblos indígenas tienen las soluciones a la crisis climática. Estas afirmaciones corren el riesgo de ser solo palabras vacías si las soluciones no reconocen ni otorgan recursos al trabajo encabezado por las comunidades indígenas para resarcir los daños causados a las culturas indígenas, no se comprometen con el resurgimiento indígena y no integran la sabiduría de los valores indígenas. Después de décadas de vergüenza, represión y devaluación, gran parte del conocimiento indígena que poseen comunidades como la tharaka se ha olvidado, ocultado o mermado. Las mujeres tharaka comentaron que parecía que “todo iba a desaparecer”. Frente a esta crisis ecocultural, recordar y restaurar el conocimiento y las prácticas de las mujeres indígenas, con base en un paradigma de respeto y colaboración con la Tierra, se ha convertido en un camino hacia la resiliencia.
La restauración del conocimiento y las prácticas de las mujeres también ha reducido la dependencia de la economía capitalista.
El viaje de Kaguna para recuperar semillas autóctonas se inició con su incorporación a la Society for Alternative Learning and Transformation (SALT), creada en 2013 para recordar y restablecer los conocimientos y prácticas indígenas tharaka. Cada que los miembros se reúnen, llevan semillas autóctonas para compartir y regalar, como lo habrían hecho tradicionalmente las mujeres indígenas. Las semillas son territorio exclusivo de las mujeres entre los tharaka: las mujeres seleccionan las semillas antes de cosecharlas para la comida, las clasifican de acuerdo con las características deseadas y proporcionan semillas para los rituales.
En Tharaka, la recuperación, la plantación y el procesamiento de semillas autóctonas ha ido de la mano con la reivindicación de rituales y ceremonias en las que dichas semillas son fundamentales. Las ceremonias son marcadores del crecimiento de una persona en la comunidad, mientras que los rituales establecen y mantienen relaciones entre las personas y con la tierra. A medida que las lluvias de octubre marcan el comienzo del año indígena, se realiza el ritual kuangia mburi para abrir el año, rezar por una buena lluvia y buscar bendiciones para la tierra. Las mujeres proporcionan las gachas de mijo perla preparadas especialmente para el ritual, organizan a los niños para que recorran los límites de la aldea y recolectan las semillas que se plantarán. Una mujer vieja y respetada planta cuatro semillas ceremoniales antes que los demás y, de esta manera, se bendice la plantación de toda la comunidad. Kaguna explicó que, para los tharaka, las niñas y las mujeres son los conductos para las bendiciones para el hogar y la comunidad. Si los cultivos se ven afectados por plagas y enfermedades, las mujeres tienen la función de proteger las granjas mediante bendiciones acompañadas de las gachas de mijo perla en el ritual kutiia.
Recordar y restablecer los roles de las mujeres tharaka ha implicado una recuperación del respeto y el valor de los que alguna vez gozaron las mujeres, pero que no tienen lugar en la cosmovisión patriarcal colonial-capitalista. Salomé Gatumi, una anciana y experta en la artesanía con cuentas, relató que hay jóvenes, incluidos estudiantes de una universidad local de estilo occidental, que la visitan para aprender lo que echan de menos en una educación orientada hacia la economía de producción industrial. Kanyani, que aprendió de Gatumi cómo decorar con cuentas, se alegra de que, si bien no había olvidado sus costumbres indígenas, este trabajo de memoria le mostró que no está “rezagada”.
La restauración del conocimiento y las prácticas de las mujeres también ha reducido la dependencia de la economía capitalista. Muregi, que también participa en el grupo de memoria, señala con orgullo que sus nietos insisten en beber gachas de mijo y comer kithongo —una especialidad de Tharaka hecha de mijo, frijol caupí y hoja de frijol caupí— en lugar de los refrescos endulzados y el arroz blanco comprados en tiendas que solía darles. Al cambiar su dieta a estos alimentos sumamente nutritivos, ella aprovecha más su granja y sus conocimientos, y sus nietos están mucho más sanos y fuertes, así que tiene menos necesidad de tiendas y hospitales.
Sabella Kaguna, guardiana de semillas en Tharaka
No obstante, el esfuerzo por restaurar semillas, ceremonias y rituales indígenas no está exento de desafíos. Mientras caminamos por una aldea, nos encontramos con un hombre de la asociación de productores de cereales que promueve el uso de semillas híbridas, fertilizantes artificiales y pesticidas entre los agricultores rurales. Mónica, la nuera de Gatumi, describió la manera en que esas organizaciones y empresas les “regalan” a los agricultores la primera temporada de fertilizantes y semillas híbridas, con lo que los enganchan para seguir utilizándolos. Además de la dependencia económica que ocasiona, esta clase de agricultura agrava el riesgo climático de las áreas secas como Tharaka. Los fertilizantes artificiales necesitan condiciones óptimas para funcionar, incluido un suministro adecuado de agua, la cual es escasa en Tharaka. También reducen la capacidad de la tierra para retener nitrógeno, degradan la estructura del suelo y sus nutrientes con el paso del tiempo y agregan gases de efecto invernadero a la atmósfera. Las semillas híbridas no se pueden usar en las ceremonias indígenas, y para plantarlas es necesario comprar semillas cada temporada. En varios países africanos, una poderosa confluencia de gobiernos extranjeros, organizaciones privadas y empresas está decidida a cambiar el sistema de semillas autóctonas a este modelo industrial en detrimento de los entornos y los agricultores locales.
No obstante, las mujeres en Tharaka no se cansan de plantar, procesar, compartir y hablar sobre sus semillas como una oportunidad para recuperar la resiliencia ante las pérdidas culturales y la crisis de un colapso ecológico provocado por la colonización. En estos tiempos de crisis y transformación a nivel mundial, esta recuperación y revalorización del conocimiento y las prácticas de las mujeres indígenas contiene las semillas de nuevas-viejas maneras de vivir que nos enseñan cómo reparar las relaciones —entre las personas y con la Tierra— para lograr un futuro ecológica y culturalmente resiliente. Estos son lugares fértiles donde podemos cultivar la solidaridad con los pueblos indígenas mediante una escucha genuina, la dotación de recursos y la creación de espacios para que estos procesos florezcan, aprendiendo de los esfuerzos indígenas para recordar y restaurar sus formas de vida.