Reimaginar los derechos humanos como un encuadre de justicia


Las reflexiones sobre el futuro de los derechos humanos son más productivas cuando se basan en una gran variedad de campos de investigación y práctica, en diferentes maneras de imaginar el futuro. Además de los tipos de conocimiento comunes en los círculos de derechos humanos, como el derecho y las ciencias sociales, esto implica implementar las herramientas del pensamiento de largo plazo, la ficción, la narración de relatos, la teoría social y la historia global, entre otras.

La buena noticia es que cada vez más académicos y profesionales se están acercando a los derechos humanos desde ángulos menos explorados, entablando deliberadamente debates que apuntan al futuro. Uno de ellos es Michael Ignatieff, cuya obra reciente plantea (y responde) la provocadora pregunta de si es realista y deseable esperar que los derechos humanos sean la ética global del futuro cercano.

Ignatieff devuelve la discusión sobre la naturaleza de los derechos humanos al lugar en el que debe situarse: el espacio del razonamiento moral. Sostiene que la legalización excesiva de los derechos humanos ha provocado que se pierda de vista el hecho de que, más que un conjunto de tratados y normas constitucionales, los derechos humanos son reivindicaciones morales sobre el valor intrínseco de todo ser humano. De forma similar, Amartya Sen escribió en contra de esa “visión jurídicamente parasitaria de los derechos humanos”, argumentando que se debe concebir a los derechos humanos como un enfoque ético, que contrasta, por ejemplo, con el utilitarismo.

Ignatieff no solo se pregunta si los derechos humanos constituyen una teoría ética robusta, sino también si se trata de una ética que afecta la conducta cotidiana y las “virtudes ordinarias” de las personas en diferentes partes del mundo. De esta manera, se aproxima a una discusión sobre el impacto y la implementación de los derechos humanos.

Lógicamente, esto lo lleva a un tercer punto de interés: si los derechos humanos son reivindicaciones éticas universales y es necesario medir sus efectos en nuestra vida cotidiana, ¿qué clase de mensaje puede aumentar su eficacia, su resonancia emocional entre los ciudadanos? Dado el creciente impacto de los mensajes populistas-nacionalistas contra los derechos humanos, la cuestión es cómo crear discursos alternativos para contrarrestarlos e influir de forma efectiva en la opinión pública y las percepciones de los ciudadanos sobre los derechos humanos y las personas que los defienden.

Pero hasta ahí llegan las buenas noticias. Aunque coincido con la crítica de Ignatieff contra el universalismo sin reflexión, no estoy de acuerdo con él en que los contextos locales sean la única “comunidad moral que podemos crear” y mucho menos en que sean “lo único que podemos crear”. Una larga tradición de sociología política ha demostrado que las identidades se forjan en gran medida a través de “comunidades imaginadas”. Las identidades nacionales se imaginaron y reimaginaron, y siguen haciéndolo, a través de guerras, políticas migratorias y lingüísticas, sistemas educativos, reinterpretaciones de los mitos originarios, etc. Por mencionar tan solo un ejemplo, el gobierno fundamentalista de Narendra Modi en la India emprendió una nueva fase de su proyecto político, que adopta abiertamente la idea de que la identidad india equivale a la identidad hindú, lo que por supuesto excluye a la minoría musulmana que ha sido parte del país desde su independencia.

Así, los límites entre lo particular y lo universal están constantemente en disputa. Hay un debate abierto sobre quiénes somos “nosotros” y quiénes son “ellos”. De hecho, el populismo nacionalista que prolifera en diferentes partes del  mundo y amenaza los derechos humanos se puede entender como un esfuerzo por reducir y solidificar la definición de “nosotros” y ampliar la definición de “ellos”.

Nada de lo anterior disminuye la importancia o urgencia de que los actores de derechos humanos presten atención a las identidades y marcos locales y se relacionen con ellos para tener más eco e incidencia. Pero más que una oposición estática entre lo local y lo universal, se trata de un proceso fluido.

Ciertamente, los derechos humanos son un “experimento mental”, como sostiene Ignatieff. Sin embargo, este experimento no se realizó en una sola ocasión ni generó un conjunto único de resultados que deben preservarse para siempre. Por el contrario, los derechos humanos son un experimento en curso.

Tanto la teoría como la práctica de los movimientos sociales proporcionan elementos útiles para una tarea de redefinición constante. Los estudios sobre la teoría de los marcos (frames) han mostrado que los cambios sociales dependen de que los activistas que los defienden logren construir y reconstruir marcos que den identidad al movimiento (creación de marcos), para que puedan tener eco entre la audiencia (resonancia entre marcos) y para que puedan establecer vínculos con discursos y agendas de otros movimientos (vinculación entre marcos).

En vista de la creciente influencia de los marcos políticos contrarios a los derechos, estas tres tareas deben ser prioritarias para el movimiento de derechos humanos. Hay ejemplos prometedores de cada una de ellas. Con respecto a la creación de marcos, los pueblos indígenas en América han ampliado el significado y la incidencia de su derecho a que se les consulte sobre los proyectos o leyes que los afectan. Originalmente, la Convención 169 de la OIT imaginó la consulta en términos liberales de procedimiento, y no otorgaba a los pueblos indígenas el derecho de vetar acciones que dañaran sus territorios o cultura. En la práctica, sin embargo, las organizaciones indígenas y sus aliados promovieron con éxito un encuadre más colectivo y sustancial de ese derecho.

La vinculación entre marcos es una tarea igualmente importante. El marco del regalo del que habla Ignatieff (el conceder algo a los otros no como cuestión de derecho, sino como una expresión de generosidad) difiere de los derechos humanos. En el contexto global actual, puede resultar más eficaz para convencer a los ciudadanos de que apoyen causas como la protección de los refugiados. Pero no creo que eso sea necesariamente incompatible con los derechos humanos. Como sostiene Ignatieff, ponerse en el lugar del beneficiario (pensar que esa persona “podría ser yo”), es una de las razones que motivan a quien da el regalo. La empatía puede traslaparse con el reconocimiento de los derechos humanos; y, de hecho, puede ser la fuente de dicho reconocimiento.

Más allá del marco específico del regalo, quiero destacar la importancia general de reconocer las coincidencias y tender puentes con otros marcos morales como una manera de ampliar la resonancia y las bases de apoyo de los derechos humanos. Por ejemplo, las “virtudes ordinarias” de muchas personas se inspiran en credos religiosos. En ellos, es posible encontrar versiones e interpretaciones que afirman el valor intrínseco del ser humano de una manera que está muy en consonancia con la idea de dignidad que subyace a los derechos humanos.

Siendo realistas, los académicos y defensores de derechos humanos no podemos esperar que nuestro marco se convierta en el sentido moral común universal. Si el pasado de los derechos humanos consistió fundamentalmente en construir este marco, su futuro será más híbrido y dependerá de nuestra capacidad para crear, detectar y promover vínculos con otros marcos de justicia.

 

Este artículo es una versión revisada de la respuesta del autor a una conferencia de Michael Ignatieff que más adelante se amplió para publicarse como libro.