“Acompañar a los sobrevivientes en su duelo”: incorporar el compañerismo en el estudio de los derechos humanos


Los académicos de derechos humanos nos encontramos ante una encrucijada, donde la urgencia de amplificar las denuncias de violaciones de derechos se cruza con el imperativo académico de la crítica. Se nos ha inculcado el impulso de ejercer nuestras propias formas de violencia intelectual, ya sea mediante el desprecio abierto de las ideas opuestas o mediante una exclusión más implícita en nombre del rigor, la política o las acreditaciones. La idolatría del conflicto intelectual nos enfrenta con nuestros colegas, con los autores a los que estudiamos, con las soluciones que se ofrecen. Nos permite pensar que la crítica es acción suficiente. Y, por lo general, causa que se marginen las voces de aquellas personas a las que buscábamos ayudar con nuestro trabajo. Ante estos antagonismos endémicos al debate intelectual, a veces me pregunto qué se necesita para un compañerismo genuino. 

Dado que mis investigaciones se centran en las narraciones de esclavos, a menudo las releo cuando tengo preocupaciones éticas. Un pasaje de la sobreviviente-académica-activista Minh Dang me parece especialmente relevante para la cuestión del compañerismo. Pregunta: “¿Cómo acompañamos a los sobrevivientes en su pena? ¿Realmente nos sentamos a hacerles compañía? ¿O tenemos tantas ansias de ‘actuar’ que olvidamos que sentarnos y escuchar son acciones?” Nos recuerda que “el duelo no es solo para los sobrevivientes. El duelo es para todos nosotros. Todos vivimos en un mundo en el que la violencia impregna nuestras formas cotidianas de relacionarnos”.  

¿Y si nuestras prácticas críticas estuvieran menos centradas en los agravios intelectuales y más en sintonía con este “duelo conjunto”? ¿Y si evitáramos repetir la violencia cotidiana en la esfera intelectual para, en cambio, basar nuestro trabajo en la conmiseración, la conversación, la colaboración... el compañerismo?

El duelo no es solo para los sobrevivientes. El duelo es para todos nosotros.

Para esta práctica de compañerismo necesitaríamos salir de la cámara de eco que es el sector académico para “sentarnos con y escuchar a” los sobrevivientes de las violaciones de derechos que estudiamos. Entre los investigadores universitarios del trabajo forzado, pocos académicos se identifican abiertamente como sobrevivientes. Una actitud de compañerismo, entonces, requeriría que evitemos las trampas del voyerismo y colaboremos con ellos no solo por el valor probatorio de su opresión, sino también por sus aportaciones intelectuales al campo, aunque no tengan las acreditaciones que tanto apreciamos. De esta manera, transferiríamos los privilegios de nuestras plataformas a los sobrevivientes y amplificaríamos sus innovaciones intelectuales. Como nos recuerda la sobreviviente-autora Brook Parker-Bello: “[Las personas sobrevivientes] podemos comunicar a partir de nuestras experiencias del cuello hacia abajo —y del cuello hacia arriba, de hecho. A cualquiera se le puede enseñar una teoría del cuello hacia arriba, pero la exposición y la experiencia del cuello hacia abajo no se puede enseñar. Por consiguiente, debemos estar en la mesa de los líderes”. Ya sea en la mesa de los líderes o en la de los seminarios, los sobrevivientes son nuestros colegas y compañeros intelectuales al teorizar sobre la violencia, los derechos y, ciertamente, la experiencia misma. 

Los sobrevivientes no siempre están de acuerdo entre ellos, y tampoco es necesario que nosotros estemos de acuerdo con todas sus ideas o afirmaciones. Pero debemos tener en cuenta que los sobrevivientes de las formas contemporáneas de esclavitud formulan las preguntas fundamentales de nuestro campo de una forma distinta; por tanto, las soluciones también suelen ser muy distintas. Los sobrevivientes rara vez dedican su formidable energía a hacer estimaciones de prevalencia —no necesitan cifras para probar que se están violando derechos. Por lo general, no plantean el trabajo forzado como una cuestión de seguridad nacional ni recomiendan intervenciones militares —demasiados de ellos quedaron vulnerables a la esclavitud precisamente a causa de estos ejercicios de poder hegemónico. No veneran el trauma ni se explayan hablando sobre el dolor —no les interesa el voyerismo, ni siquiera del tipo académico. 

Cuando escuchamos los diferentes procesos de duelo de los sobrevivientes, como nos indica Dang, nos damos cuenta de que, repetidamente, relatan los factores de su propia vulnerabilidad como evidencia de las desigualdades estructurales que sustentan una economía mundial depredadora. Las personas sobrevivientes de la esclavitud critican las vulnerabilidades derivadas de la falta de oportunidades económicas o de un salario vital para la gente empobrecida de todo el mundo. Analizan la criminalización de las mujeres víctimas de abuso sexual, violencia doméstica y trabajo sexual forzadoInterrogan la incapacidad de los regímenes de derechos humanos para proteger eficazmente a inmigrantestrabajadoras domésticas y manuales, y niñas.

El compañerismo requiere que ya no se relegue a los sobrevivientes a ser solo sujetos del conocimiento que producimos; sus aportaciones exigen que se les entienda como productores de ese conocimiento.

Cuando me siento a escuchar a los sobrevivientes, oigo que piden cambios sistémicos radicales. Nuestra responsabilidad como académicos privilegiados es amplificar su llamamiento a proporcionar a todas las personas las libertades sustanciales que muchas veces les hacen falta, incluso después de su liberación de la esclavitud. Es atraer atención a sus recomendaciones sobre el desmantelamiento de las desigualdades de género, desde la cosificación de las mujeres jóvenes hasta el abuso sexual contra las mujeres en los campos de batalla, así como la subsiguiente devaluación y estigmatización de las mujeres que son víctimas de estos abusos. Debemos amplificar sus críticas sobre las dimensiones raciales y étnicas de la desigualdad y sus llamamientos a la unión a través de las fronteras para combatirlas. 

Necesitamos personas en el sector académico y en todas las profesiones que actúen como megáfonos para promover estos cambios sistémicos. No es necesario cambiar de profesión para realizar esta labor; tenemos que cambiar las normas de la profesión a la que pertenecemos. Como explica Mikki Kendall: “el enfoque más realista sobre la solidaridad es uno que presupone que a veces simplemente no es tu turno de ser el centro de la conversación”. Para las personas que están acostumbradas a estar al frente de las aulas o detrás del podio, esto puede ser un desafío. 

El compañerismo requiere que ya no se relegue a los sobrevivientes a ser solo sujetos del conocimiento que producimos; sus aportaciones exigen que se les entienda como productores de ese conocimiento. Podemos hacerlo al integrar la teoría sobre los sobrevivientes en nuestros planes de estudio y conferencias, al utilizar las narraciones de los sobrevivientes como evidencia en igualdad de condiciones que las publicadas por los académicos, al dialogar con ellos como interlocutores respetados, al cederles el escenario, al sentarnos y escuchar. Asimismo, podemos asesorar deliberadamente a más sobrevivientes sobre los métodos que usamos en el sector académico y capacitarlos para participar en nuestro ámbito discursivo. En el camino, es probable que tengamos que descartar algunas de las estrategias antagónicas que hemos apreciado por tanto tiempo, leer con espíritu de aceptación en lugar de oposición, aceptar la fe en lugar del escepticismo, y hacer duelo con —en lugar de por— otras personas.