Para proteger los derechos humanos en el extranjero, hay que predicar ante quienes votaron por Trump

Foto: Mor/Flickr (CC BY-NC 2.0)


Es bien sabido que el presidente estadounidense, Donald Trump, se siente cómodo con los líderes autocráticos. Celebró su “gran relación” con el presidente filipino Rodrigo Duterte, cuya mortífera campaña contra el crimen ha atraído críticas en su país y en el extranjero; busca designar como “organización terrorista” a los opositores políticos del autócrata egipcio Abdel Fattah al-Sisi; y apoya al príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman, a pesar de que este ha desempeñado un papel central en el asesinato político, la represión y las atrocidades militares

Estos y otros líderes autoritarios ofrecen todo tipo de apoyo al ejército de los Estados Unidos. Filipinas, por ejemplo, es sede de ejercicios y bases militares estadounidenses que son parte integral de las campañas de los Estados Unidos para combatir el terrorismo y contener a China; Egipto firmó un acuerdo de paz con Israel y colabora con los Estados Unidos contra los islamistas; y Arabia Saudita compra montones de armas estadounidenses y es un firme aliado militar del país, sobre todo en lo que respecta a Irán.

Pero ¿qué piensan los estadounidenses comunes sobre los vínculos de su país con algunos de los regímenes más despreciables del mundo? Para averiguarlo, contratamos a YouGov, una empresa líder de encuestas en línea, para que realizara una encuesta representativa a nivel nacional de 2000 adultos estadounidenses, junto con un sobremuestreo de 1000 de los primeros partidarios de la campaña presidencial de 2016 de Trump.

Nuestra encuesta informó a los participantes: “En la lucha contra el terrorismo, algunos de los aliados más cercanos de los Estados Unidos han sido gobiernos no democráticos [que] a veces persiguen a sus propios ciudadanos, pero también brindan apoyo al ejército estadounidense”.

Sorprendentemente, el 67 % de la población general estuvo de acuerdo con la declaración a favor de los derechos humanos.

Tras esta declaración, hicimos una advertencia, “Los Estados Unidos NO deberían aliarse con estos gobiernos no democráticos”, y les pedimos su opinión al respecto. Sorprendentemente, el 67 % de la población general estuvo de acuerdo con la declaración a favor de los derechos humanos. En la muestra se incluyeron alrededor de un 25 % de partidarios iniciales de Trump, cuyas opiniones fueron más conservadoras en general. Si se les hubiera excluido, el porcentaje que se oponía al apoyo a los regímenes autoritarios habría sido todavía mayor.

La afinidad de Trump con los líderes antidemocráticos cobra mayor sentido a nivel político cuando analizamos los puntos de vista de su base política. Entre los encuestados que votaron por Trump en las primarias republicanas de 2016, solo el 43 % de ellos estuvieron de acuerdo en que los Estados Unidos “NO deberían aliarse con estos gobiernos no democráticos”, un porcentaje mucho menor que el del público estadounidense en general.

A primera vista, el apoyo a Trump parece condicionar las opiniones de los estadounidenses sobre los líderes autoritarios. En igualdad de condiciones, el mero acto de votar por Trump en las primarias de 2016 —controlando otros factores— aumentaba por 28 puntos porcentuales la probabilidad de que los encuestados se opusieran a rechazar las alianzas con gobiernos no democráticos, en comparación con quienes votaron en las primarias del partido demócrata.

Sin embargo, la preferencia de voto en sí misma es producto de otras opiniones. Numerosos estudios han demostrado que los partidarios de Trump tienen personalidades más autoritarias, se preocupan más por la disminución de la cantidad y el estatus de los blancos en los Estados Unidos, están más resentidos con los afroestadounidenses y son más escépticos con respecto a los inmigrantes, los refugiados y los musulmanes que buscan entrar al país. Aunque la mayoría de los comentarios se han centrado en las implicaciones de estos puntos de vista para la política interna, hay razones para creer que el autoritarismo y los puntos de vista raciales también dan forma a las actitudes de los estadounidenses en materia de política exterior.

Consideremos, por ejemplo, la mentalidad autoritaria, definida como una fuerte necesidad psicológica de orden y seguridad, junto con una predisposición a la intolerancia de las diferencias en las personas, las ideas y el comportamiento. Según los psicólogos políticos, los estadounidenses con personalidades autoritarias tienden a ser más intolerantes con respecto a las políticas encaminadas a facilitar la entrada de inmigrantes y refugiados a los Estados Unidos.

Esto es especialmente cierto cuando hay diversidad racial en su entorno inmediato, una condición que los científicos sociales llaman “amenaza normativa”. Las condiciones de diversidad racial desencadenan el autoritarismo, y esto, a su vez, afecta las actitudes políticas de los estadounidenses.

Lo mismo ocurre con el etnocentrismo: la propensión a dividir el mundo en un grupo virtuoso al que se pertenece (“nosotros”) y un grupo externo infame (los odiados “otros”). Según los politólogos Cindy Kam y Donald Kinder, los estadounidenses blancos que obtienen puntajes más altos en las medidas de etnocentrismo también son más propensos a apoyar las acciones militares de los Estados Unidos en la llamada guerra contra el terrorismo. Los enemigos en este caso, los “terroristas”, son un grupo externo clásico: sospechoso, sombrío, radical y amenazante.

Para medir la influencia de los rasgos de personalidad y los puntos de vista raciales, utilizamos un índice de “vulnerabilidad-resentimiento blanco”, que combinaba las percepciones de los encuestados sobre la medida en que los blancos son discriminados en los Estados Unidos de hoy, junto con su resentimiento con respecto a los afroestadounidenses. También utilizamos un índice “antiextranjeros”, que combinaba los puntos de vista de los encuestados acerca de la admisión de refugiados y nuevos inmigrantes al país, su opinión sobre la prohibición de la entrada de los musulmanes propuesta por Trump, y su disposición para deportar a los inmigrantes que viven de forma ilegal en los Estados Unidos.

Nuestros hallazgos revelan que las opiniones de los estadounidenses con respecto a las relaciones raciales y los extranjeros que buscan ingresar al país están estrechamente relacionadas con sus actitudes sobre la política exterior estadounidense.

Los resultados fueron claros: si descartamos el efecto de los puntos de vista raciales y los rasgos de personalidad, las preferencias de voto importaban muy poco. Los encuestados que obtuvieron el máximo puntaje en los índices de resentimiento-vulnerabilidad y antiextranjeros apoyaban más, con una diferencia de 42 y 71 puntos porcentuales, las alianzas estadounidenses con gobiernos autoritarios, independientemente de si votaron por Trump o por otro candidato en las primarias de 2016.

Nuestros hallazgos revelan que las opiniones de los estadounidenses con respecto a las relaciones raciales y los extranjeros que buscan ingresar al país están estrechamente relacionadas con sus actitudes sobre la política exterior estadounidense. Entre mayor sea el sentimiento de asedio racial que experimentan los blancos estadounidenses en casa, será más probable que apoyen los vínculos de los EE. UU. con las figuras autoritarias de otros países, independientemente de las consideraciones de derechos humanos. 

Sin embargo, hay algunas buenas noticias para los activistas de derechos humanos: si una figura religiosa plantea argumentos contra el trato con dictadores, y el autoritarismo se presenta como una causa de extremismo, aumenta el apoyo a los derechos humanos.

Esto quedó claro cuando dividimos nuestra muestra representativa a nivel nacional en varios grupos y a cada uno le presentamos una combinación distinta de argumentos a favor de poner fin a las alianzas de los Estados Unidos con dictadores, expresados por diferentes tipos de personas. Cuando les dijimos a los partidarios de Trump —el 55 % de los cuales dijeron que la religión era “muy importante” en su vida cotidiana— que “líderes religiosos” habían dicho que “los gobiernos autoritarios producen semilleros para los extremistas que suelen atacar a los EE. UU.”, era 28 % más probable que se opusieran al apoyo a los líderes autoritarios.

Incluso en el caso de los primeros partidarios de Trump—, es posible convencerlos de que adopten posturas más favorables para los derechos humanos, si se utilizan los argumentos y mensajeros correctos. 

El mensaje final para quienes buscan que la política exterior estadounidense tenga una orientación favorable para los derechos humanos es mixto. Por un lado, el resentimiento racial está profundamente arraigado en la sociedad estadounidense, y las actitudes raciales se han convertido en un predictor cada vez más fuerte de otras actitudes políticas, como las que tienen que ver con los regímenes autoritarios. Y a medida que aumenta la diversidad racial, se convierte cada vez más en un factor desencadenante para aquellas personas que no toleran las diferencias, lo que hace que se desplacen hacia la derecha en una amplia gama de cuestiones de política interior y exterior.

En el lado positivo, dos tercios de los estadounidenses se oponen a que su país se alíe con dictadores, incluso cuando esos gobernantes ofrecen apoyo al ejército estadounidense. E incluso en el caso de los estadounidenses blancos que se sienten más amenazados desde una perspectiva racial —los primeros partidarios de Trump—, es posible convencerlos de que adopten posturas más favorables para los derechos humanos, si se utilizan los argumentos y mensajeros correctos. Por lo tanto, los activistas de derechos humanos y los líderes religiosos deben desempeñar un papel más central en la defensa de una política exterior estadounidense más humana.

Grandes segmentos de la población consideran creíbles a los líderes y expertos religiosos, y muchos de estos comparten al menos algunos de los ideales de los activistas de derechos humanos. Los grupos de derechos humanos deben desarrollar estrategias para interactuar con figuras progresistas y pro derechos humanos dentro de una amplia gama de comunidades religiosas de los Estados Unidos. Sin duda, las organizaciones seculares de derechos humanos y los líderes religiosos no estarán de acuerdo en todo; es muy probable que algunos temas, como el derecho al aborto, por ejemplo, los sigan dividiendo. Pero habrá algunos motivos para trabajar juntos, incluida la inmoralidad del apoyo estadounidense a los regímenes que violan los derechos humanos en el extranjero.

 

Este artículo se publicó originalmente en Foreign Policy (21 de agosto de 2019).