¿Cuándo son los derechos humanos parte del problema?

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La  tradición  de  los  oprimidos  nos  enseña  que  la  regla  es  el  «estado  de  excepción»  en  el  que  vivimos.

-Walter Benjamin, Tesis VIII de filosofía de la historia

 

Esta serie nos pregunta si los enfoques dominantes de los derechos humanos son o no parte del problema en la defensa de los derechos humanos y, en caso de serlo, en qué momento. Me centro en Estados Unidos para considerar estas cuestiones. Mientras celebro el fin de la era Trump, quiero reflexionar sobre estas preguntas mientras pienso con Benjamin: ¿Las emergencias de los últimos cuatro años durante Trump estaban incrustadas en la “regla” de los años anteriores y qué presagian para el futuro?

Hoy en día se presta mucha atención a las diferencias entre la administración Trump y la administración Biden, entre el gobierno autoritario y “excepcional” del primero, y el gobierno benignamente “normal” que se espera del segundo. Todos hemos vivido la era Trump como un estado de emergencia, como una catástrofe que se precipita hacia un precipicio, empujada por plagas bíblicas y cultos a la muerte, incendios forestales y icebergs que se derriten, niños arrancados de sus familias e implacables episodios de asesinatos policiales de hombres y mujeres negros. Desde la perspectiva de los derechos humanos, no hay duda de que la era Trump trajo el racismo y la mala distribución económica con esteroides, pero ¿cómo, desde esa misma perspectiva, llegamos a la prehistoria de las atrocidades de la era Trump?

El futuro de los derechos humanos requiere una visión largoplacista que se extienda hacia adelante y mire hacia atrás. Hubo una cierta dependencia de la trayectoria que dio forma a la política de inmigración y la fiscal, a las prácticas policiales y a la capacidad y orientación de las respuestas del Estado a las emergencias de salud pública y climáticas. Las catástrofes de la era Trump tuvieron patrones familiares en cuanto a qué personas sufrieron los mayores golpes y quiénes obtuvieron los mayores beneficios. Ha sido una era de emergencias que parecen distribuir las ganancias y las pérdidas con una alta previsibilidad. En ese sentido, para la “tradición de los oprimidos”, estas catástrofes no eran nuevas ni excepcionales; se han desarrollado de forma coherente con cómo eran las cosas antes y son probablemente presagios de momentos venideros

Sin embargo, dentro del marco de los derechos humanos, las “estrategias que desplegamos para defender los derechos humanos” dominantes en la era Trump han funcionado a menudo como si todas esas atrocidades fueran realmente la excepción. Consideremos la respuesta del Consejo de Derechos Humanos a los asesinatos policiales de George Floyd, la reacción policial a las protestas de Black Lives Matter (BLM) y la amenaza de Trump de una militarización aún más intensa desde Minneapolis hasta Portland. En las semanas que siguieron al asesinato de Floyd, el Consejo se reunió, emitió una resolución en la que censuraba “la aplicación de la ley racialmente discriminatoria” y pedía que “una comisión internacional independiente” estudiara esos asesinatos en aras de llevar a los perpetradores ante la justicia. De forma simultánea, la resolución avanzó junto con su afirmación del “papel fundamental que desempeña el personal encargado de hacer cumplir la ley para lograr un mundo más seguro”, el debate sobre la proporcionalidad y la actualización de los manuales de formación.

La resolución es un ejemplo sorprendente de cómo el movimiento de derechos humanos mantiene la línea entre la emergencia y la norma. Se inscribe en un ciclo familiar de reacción ante un caso de abuso sistémico al expresar indignación, señalar una atrocidad, condenarla, encargar un informe y reafirmar la fe en las piedades liberales. Esto es como una actuación ritual que a menudo parece destinada a exonerar al sistema de derechos humanos (“adoptamos una postura” o “esto no es lo que somos”), en lugar de cambiar el sistema político. Si los derechos humanos son el problema, es al menos en parte porque este repertorio familiar de señalización de la virtud parece enmarcar acontecimientos como el asesinato de Floyd como una violación de la forma en que el sistema debe funcionar.  

¿Qué pasaría si el movimiento de derechos humanos impulsara políticas que no estuvieran vinculadas al Estado carcelario?

Los rituales característicos de las voces dominantes del mundo de los derechos humanos contrastan con las intervenciones más radicales (como la de BLM, por ejemplo), que podrían incluso inspirarse en el discurso de los derechos humanos sin canalizar su voz dominante. Es mucho más probable que este trabajo se vea a sí mismo como político y estratégico en lugar de neutral o técnico a la hora de definir e intervenir en un problema, y quizás mucho más probable que se comprometa con la desobediencia civil y otras estrategias que interrumpen las rutinas de la ley y el procedimiento.

Las certezas terapéuticas de los enfoques dominantes en materia de derechos humanos pueden parecer especialmente atractivas en este momento de transición política en EE.UU.; sin embargo, este es precisamente el momento en el que deberíamos prestar atención a las ideas y estrategias de enfoques más radicales

Por ejemplo, siguiendo el análisis de BLM, en lugar de centrarnos únicamente en cuestiones como la tortura en las cárceles, la pena de muerte o la discriminación racial en las sentencias, deberíamos dirigir nuestras energías a desfinanciar a la policía y avanzar hacia su abolición. En otras palabras, ¿qué pasaría si el movimiento de derechos humanos impulsara políticas que no estuvieran vinculadas al Estado carcelario?

¿O qué pasaría si, siguiendo los movimientos por los derechos de los inmigrantes, en lugar de centrarse en cuestiones como el debido proceso en las audiencias de inmigración, las organizaciones de derechos humanos dominantes pusieran en primer plano la libertad de movimiento y adoptaran la desobediencia civil para ayudar a las personas que cruzan las fronteras ilegalmente?

También podríamos imaginar resonancias con otras luchas. ¿Qué pasaría si el movimiento de derechos humanos se centrara en el apoyo y la solidaridad para las acciones laborales insurgentes, desde las huelgas hasta otros tipos de interrupción del trabajo rutinario, y del “business as usual”? O si reviviera las solidaridades de la época de Bandung para seguir el liderazgo de los actores antiimperiales para desafiar y rechazar las nuevas formas de intervención colonial (como los proyectos de promoción de la democracia y las políticas de ajuste estructural).

Para algunos, la idea del business-as-usual puede parecer especialmente atractiva tras las extraordinarias amenazas e incertidumbres de la era Trump, cuando todas nuestras anclas predecibles se desmoronaban, se desataban terrores infernales sobre el mundo y las bestias se deslizaban hacia Belén. El aura de gobierno posemergencia de una presidencia de Biden puede parecer el bálsamo y la promesa que una comunidad de derechos humanos maltrecha necesita en este momento.

Una de las formas en que el movimiento de derechos humanos se convierte en el problema es centrándose en la atrocidad e ignorando la norma, cuando sus expresiones de indignación ante la violencia catastrófica se unen a la normalización de la violencia lenta.

Sin embargo, es de vital importancia plantear preguntas difíciles acerca de cuándo los derechos humanos se convierten en parte del problema, y rechazar el efecto anestesiante de los ritos y rituales de nuestro repertorio recibido. A medida que el barómetro de la presión política se reduce del “Estado de emergencia” a la “norma” por defecto, podemos volver a caer sin problemas en el racismo blando presidencial, el neoliberalismo normalizado y la intervención imperial que se convierte en la historia de fondo de más atrocidades. Una de las formas en que el movimiento de derechos humanos se convierte en el problema es centrándose en la atrocidad e ignorando la norma, cuando sus expresiones de indignación ante la violencia catastrófica se unen a la normalización de la violencia lenta.

Mis reflexiones en esta breve intervención se han centrado en Estados Unidos, pero hay resonancias en la forma en que el movimiento de derechos humanos también se ha comprometido con otros contextos. Por ejemplo, puede que se quiera considerar la gama de trabajos críticos sobre las formas en que hemos respondido a las atrocidades contra los derechos humanos al convocar otra comisión más como el camino a la justicia. Con demasiada frecuencia, este tipo de iniciativas han servido para desplazar la justicia en contextos tan diversos como Sri Lanka, Palestina y Sudáfrica. El llamado a los derechos humanos para que aprendan del espíritu de BLM y de movimientos similares consiste en atender las causas subyacentes, pero también, como sugerí antes, en desarrollar una práctica alternativa de compromiso político, es decir, lo que algunos han descrito como una política de interrupción, otros como una política de rechazo y otros como la política de abolición.

Siguiendo la línea citada anteriormente, Benjamin continúa en la Tesis de la Historia al aconsejar que “tendremos entonces en mientes como cometido nuestro provocar el verdadero estado de excepción; con lo cual mejorará nuestra posición en la lucha contra el fascismo.” ¿Tiene el proyecto de los derechos humanos una concepción de la historia y la imaginación política para “provocar un verdadero estado de emergencia” a través de esas prácticas alternativas de compromiso político? El modo en que abordemos esta cuestión puede ofrecernos una pista sobre si el proyecto de derechos humanos será parte del problema.