Las mujeres defensoras de derechos humanos lideran la protección colectiva para defender la vida y el territorio

Berta Zúñiga (d), hija de la ambientalista Berta Cáceres, asiste a un rito en conmemoración de los tres años del homicidio de Cáceres en La Esperanza (Honduras). EFE/ Gustavo Amador

Nuestros territorios indígenas y comunales han sido invadidos por las industrias extractivas, entre ellas la minería, el petróleo, el monocultivo, y los megaproyectos de energía y turismo, causando conflictos, criminalización, desplazamiento y destrucción ambiental. Las comunidades, a menudo lideradas por mujeres indígenas, están luchando contra esta invasión. Y por defender su tierra y territorio, las mujeres defensoras de derechos humanos son blancos de ataques.

Las agresiones contra las defensoras debilitan liderazgos, generan tensiones y conflictos internos, y restan tiempo y energía para que sus comunidades y organizaciones avancen, y pueden llegar hasta el asesinato. La defensora y coautora de este artículo, Aura Lolita Chávez Ixcaquic, Maya K’iche’, ha sufrido seis intentos de asesinato, acoso sexual, allanamientos ilegales, campañas de difamación y más de 25 demandas en su contra. A pesar de contar con medidas cautelares de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, tuvo que exiliarse con familiares para salvaguardar su vida. 

En este contexto hostil, las comunidades originarias están desarrollando nuevos modelos de protección colectiva, basados en el respeto a la red de la vida, el cuidado mutuo, la igualdad y la justicia social. La protección colectiva combina nuestros propios saberes, formas de organización comunitaria y redes de apoyo que hemos construido nacional e internacionalmente. El modelo de protección colectiva comunitaria activa una red de apoyo inmediato desde la cultura, las capacidades y los recursos que ya tenemos en nuestras comunidades y organizaciones. 

El proceso empieza por la construcción del poder colectivo. Cuando las comunidades se organizan para la consulta comunitaria o logran impedir la entrada de las empresas mineras, los territorios quedan protegidos de los daños, violencias y efectos nocivos del extractivismo. El pueblo se vuelve más unido y menos expuesto a riesgos y se incrementa la capacidad de protección personal. Para enfrentar esta etapa agresiva del extractivismo, el poder colectivo se contrapone al modelo económico y social a la vez que busca reducir los riesgos. 

La protección colectiva va de la mano con la consolidación de modelos de convivencia y resistencia que rechazan las violencias y se centran en el cuidado y la protección de toda la red de la vida. Implica construir relaciones justas e igualitarias en nuestras familias, comunidades y organizaciones. Por esta razón, las mujeres somos fundamentales para implementar las estrategias de protección colectiva.

El modelo de protección colectiva comunitaria activa una red de apoyo inmediato desde la cultura, las capacidades y los recursos que ya tenemos en nuestras comunidades y organizaciones.

El territorio se entiende como una red de vida que conecta con nuestros cuerpos e historias, lo cual crea un vínculo entre las luchas por la defensa de los cuerpos de las mujeres y de los territorios que nos sostienen. Las mujeres en Mesoamérica y en todo el mundo lideran las luchas en defensa de la tierra y de los derechos de las mujeres, y desafían las muchas maneras en que el patriarcado usa la violencia contra las mujeres como un instrumento de control social y miedo, para debilitar los movimientos y despojarnos de los bienes naturales. 

Para enfrentar los ataques a nuestros cuerpos y tierras de forma simultánea, hemos trabajado para erradicar las estructuras de discriminación y las relaciones desiguales de poder en todas las esferas. La protección colectiva implica crear espacios seguros para la participación de las mujeres en condiciones de igualdad, y reconocer y abordar las violencias que las defensoras vivimos, así como advertir las cargas desproporcionadas de trabajo doméstico y de cuidado. Algunos ejemplos de medidas efectivas son: crear pactos y mecanismos internos en las organizaciones para abordar los casos de acoso sexual, apoyar a las activistas que están viviendo situaciones de violencia familiar y contar con espacios de cuidado colectivos de hijos e hijas. También es importante que los hombres emprendan su propio camino de transformación, una transformación que inicia al reconocer y cuestionar las prácticas machistas en las que han sido socializados.

La gran luchadora hondureña, Berta Cáceres, asesinada en Honduras el 3 de marzo de 2016, resumió el impacto que tiene la violencia de género ejercida contra las mujeres defensoras: 

“No es fácil ser mujer dirigiendo procesos de resistencias indígenas. En una sociedad increíblemente patriarcal, las mujeres estamos muy expuestas, tenemos que enfrentar circunstancias de mucho riesgo, campañas machistas y misóginas. Esto es una de las cosas que más puede pesar para abandonar la lucha, no tanto la transnacional, sino la agresión machista por todos lados”.

Otro aspecto fundamental de la protección colectiva es el reconocimiento del liderazgo, la palabra y los aportes de las mujeres. Fortalecer la participación, la voz y el poder de las mujeres es un proceso que abarca múltiples ámbitos de transformación. Implica que ellas tengan un mayor liderazgo y capacidad de decisión, desmantelando roles tradicionales. 

Algunas herramientas útiles son los procesos de formación para el fortalecimiento del liderazgo colectivo por y para defensoras y la creación de espacios seguros—redes de protección y procesos de sanación. La Iniciativa Mesoamericana de Defensoras y Alquimia Escuela de Liderazgo Feminista para mujeres indígenas y rurales son algunos ejemplos de este tipo de experiencias que se ha impulsado desde la organización Asociadas por lo Justo (JASS), en asociación con otras organizaciones.

Los retos para las organizaciones de protección y la comunidad internacional de derechos humanos

El modelo de protección colectiva que conecta la defensa del territorio con el cuerpo-territorio es un desafío a los modelos actuales de protección individualizada. El enfoque de las medidas de protección en la persona puede generar conflictos en las organizaciones, y a veces sustrae a la defensora de su comunidad por razones de seguridad, debilitando la lucha colectiva. 

Para apoyar los modelos comunitarios de protección colectiva y seguridad para defensoras se requiere hacer un ajuste en cómo se concibe la protección. Aquí presentamos algunos pasos necesarios: 

1. Revisar los discursos para construir un lenguaje que dé cuenta de la gravedad y la dimensión de la problemática actual, así como de la urgencia de avanzar hacia cambios sistémicos. 

2. Fortalecer los procesos de protección colectiva desde los saberes y orientaciones de las comunidades y las mujeres, revisando las estrategias y enfoques de protección basados en la protección individual. Sin negar la necesidad de reaccionar y apoyar de manera oportuna cuando está en riesgo la vida de una defensora, es importante redoblar esfuerzos para construir un enfoque de protección que aborde el impacto colectivo de la violencia y la seguridad colectiva como la base de la seguridad personal. 

3. Construir nuevas alianzas y fortalecer las existentes con el objetivo de fomentar y consolidar procesos de protección colectiva. Requiere revisar la forma en la que nos estamos relacionando, coordinando y articulando entre organizaciones internacionales y organizaciones en defensa del territorio. Es necesario construir puentes entre organizaciones de derechos humanos, de protección y de defensa de la tierra y territorio, y buscar una mayor coordinación de trabajo entre sí. 

4. Apoyar sus propias formas de autoprotección. Como defensoras, documentamos y denunciamos constantemente la violencia y el impacto de esta en nuestras comunidades. Creamos nuestras propias redes, espacios seguros y procesos de sanación. Es necesario apoyar estos procesos, y reconocer nuestras visiones, estrategias y formas de organización basadas en nuestros propios conceptos del feminismo, cosmovisión y territorio. 

Esto implica construir una solidaridad mucho más activa en el señalamiento y denuncia de los perpetradores de la violencia y la violencia estructural del sistema actual que se origina en las políticas coloniales, el extractivismo, y las formas de consumo de los países del norte. Es urgente desarrollar trabajo dirigido hacia las financiadoras, los bancos y las instituciones financieras internacionales para parar el financiamiento a proyectos que arrebaten las tierras de los pueblos, causen conflictos y destruyan el medio ambiente.

Con las amenazas multiplicadas ahora con la pandemia y el aumento de la violencia, 

es momento de escuchar a los pueblos originarios que nos ofrecen un modelo de sociedad basado en el respeto y la sostenibilidad de la vida. Es momento de escuchar a las mujeres y nuestra determinación de no seguir sosteniendo en nuestros cuerpos y nuestras vidas un sistema que nos oprime, nos violenta y nos excluye. 

 

Si queremos proteger de forma efectiva a quienes defienden los derechos humanos, pongamos la protección colectiva y el cuidado de la vida en el centro.

 

Las autoras le agradecen al Fund for Global Human Rights por su apoyo en el trabajo y el informe.