Indígenas participan en Sao Paulo Brasil, en la llamada "Movilización Nacional Indígena", con protestas convocadas en Brasilia y en otras ciudades del país en Octubre. 2013. EFE/Sebastião Moreira
Con los derechos humanos en una encrucijada, ¿hacia dónde debería dirigirse el movimiento?
Espero contribuir al debate y reflexionar sobre algunas de las experiencias y estrategias de los movimientos de derechos humanos, derechos de la mujer y derechos sobre la tierra en América Latina. Al mirar hacia dónde debe dirigirse el movimiento, destaco tres cuestiones relevantes para desarrollar estrategias efectivas para el avance de los derechos, teniendo en cuenta los desafíos regionales y globales a los que nos enfrentamos.
En primer lugar, el movimiento de derechos humanos debe profundizar su análisis sobre cómo se interconectan los principales desafíos de nuestro tiempo. Se trata de un llamado para comprender a los actores, los procesos y la dinámica del cambio. Los profesionales y defensores de derechos humanos nos enfrentamos a retos complejos e interrelacionados, como responder a la emergencia climática, reducir la desigualdad, mantener el Estado de derecho, preservar la democracia y la paz, acabar con la pobreza y evitar la migración forzosa, entre otros. Comprender los vínculos entre estos retos y las luchas es fundamental para resolverlos, así como para reconocer las principales causas y las consecuencias de la inacción, con el fin de identificar nuevos aliados y tácticas, y ayudar a construir esfuerzos conjuntos. Este análisis más amplio también es útil para reconocer las limitaciones de algunas de las acciones emprendidas de forma aislada.
Un ejemplo sobre el terreno que muestra algunos de estos vínculos es la estrategia para evitar la deforestación del Amazonas. Este objetivo crítico está vinculado a la garantía de los derechos de los pueblos indígenas, pero también tiene relación con fallos en el Estado de Derecho; la falta de aplicación de la normativa sobre desmontes y derechos de propiedad; la desertificación y los cambios en los patrones de lluvia; el elevado número de asesinatos de líderes de la tierra; las formas modernas de trabajo esclavo; el desplazamiento, la hambruna y la migración. Por lo tanto, sería casi imposible abordar la deforestación sin garantizar la protección de los defensores de la tierra y los pueblos indígenas; o proteger a los defensores de la tierra mediante medidas específicas como la protección policial sin tener en cuenta el papel de la aplicación de los derechos. Del mismo modo, el aumento del número de refugiados centroamericanos procedentes de Honduras ilustra el impacto del cambio climático y de las políticas del Estado de Derecho/justicia en los flujos migratorios.
Aumentar la amplitud de los actores implicados en la plataforma común de los ideales de los derechos fundamentales reforzaría la capacidad del movimiento de derechos humanos para mantenerse y abrir nuevos caminos.
En segundo lugar, el movimiento debería acelerar el cambio del lugar de apoyo y los objetivos de la defensa. El movimiento de derechos humanos (no en la literatura, sino en la práctica) se ha apoyado en un amplio conjunto de actores de la sociedad civil y los ha englobado. También ha tratado de influir en las narrativas y los valores sociales, y se ha dirigido a agentes de poder más allá de los gobiernos, como empresas, sindicatos, iglesias, movimientos sociales, partidos políticos e instituciones nacionales e internacionales.
Aumentar la amplitud de los actores implicados en la plataforma común de los ideales de los derechos fundamentales reforzaría la capacidad del movimiento de derechos humanos para mantenerse y abrir nuevos caminos. Múltiples actores podrían hacer mucho más para construir valores coherentes con los derechos humanos y diseñar iniciativas de la sociedad civil centradas en sectores clave. Por ejemplo, salvar algunas de las brechas de empatía y política que son clave para luchar contra el racismo o el sexismo arraigado o para abordar la emergencia climática; con este espíritu, el movimiento “#NiUnaMenos” llevó a las calles el reclamo de una acción política decisiva para enfrentar los femicidios en América Latina.
Pero, como movimiento, también tenemos que reorientar nuestros ámbitos de actuación en función de una mejor comprensión de algunos de los procesos de cambio positivo y negativo. Así, sin dejar de lado a los gobiernos nacionales y el apoyo y compromiso de la sociedad, tenemos que abordar el papel de las empresas, de los procesos transnacionales, de las ciudades, de la comunidad científica, incluso de las iglesias como actores clave del cambio. Estos actores pueden ser aliados y objetivos en el desarrollo de nuestras estrategias para el bien. Volviendo a la intersección entre el cambio climático y los derechos humanos, es difícil hacer mella en las cuestiones de salud, calidad del aire y contaminación sin centrarse en las políticas de las ciudades de las Américas. Además, el trabajo de los científicos, expresado en el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, o los estudios de Carlos Nobre sobre la Amazonia, han sido fundamentales para concienciar sobre la emergencia climática, lo cual desencadenaría debates públicos y cambios en las políticas. Y varias iglesias organizadas se han comprometido a responder al cambio climático y así se añadieron aliados a la búsqueda de una respuesta global a este desafío.
En tercer lugar, el movimiento de derechos humanos debe profundizar en su determinación de explorar y desplegar enfoques multifacéticos para garantizar la dignidad, la igualdad, la comunidad y la elección. Para avanzar en esta dirección, debería perfeccionar su conjunto de herramientas interdisciplinarias para analizar los procesos sociales e históricos de cambio, así como para desarrollar estrategias y acciones. Esto debería hacerse en un esfuerzo por comprender los límites y el potencial de distintas herramientas para abordar una situación específica.
El movimiento de derechos humanos necesita reenfocar su lente para ser más eficaz en sus estrategias de cambio social.
En relación con este tercer punto, el movimiento debe seguir profundizando en su comprensión de los derechos y el cambio social. Así, puede analizar cómo los derechos evolucionan y son remodelados por las comunidades que reimaginan sus límites; cómo se superan los prejuicios; cómo parte de la agenda tiene que cuestionar necesariamente el papel de algunas leyes e instituciones en la perpetuación de la desigualdad. Por ejemplo, entender el desarrollo del derecho de las mujeres a estar libres de violencia requiere repensar los límites de la ciudadanía y la ley, de quién cuenta, qué mujeres cuentan, qué espacios y voces son relevantes para la ley. Trabajar para eliminar la violencia de género requiere comprender los prejuicios implícitos y explícitos; los límites de las leyes e instituciones para cambiar los patrones culturales, políticos y económicos; y el impacto de las sentencias internacionales sobre derechos humanos en la reasignación de poder y recursos. Diversas disciplinas, como la sociología, la antropología, las ciencias políticas, la historia, las relaciones internacionales, las ciencias del comportamiento y la psicología social y organizativa, pueden ayudarnos a comprender y complementar las herramientas jurídicas y de defensa tradicionales para el cambio. Y al comprender estas dinámicas con mayor profundidad y alcance, podrían surgir intervenciones artísticas, narrativas de cambio, estudios económicos e incluso desarrollos legales e institucionales que contribuyan a las soluciones emancipadoras necesarias para la igualdad. Por ejemplo, en el desarrollo de la teoría de las reparaciones en la Corte Interamericana de Derechos Humanos, las organizaciones de derechos humanos pidieron actos públicos de reconocimiento de responsabilidad y espacios de memoria, en un paso inédito para tribunales similares en ese momento. Esta petición, en diálogo con conceptos clave de la psicología social, la historia y la ciencia política, al entender que cambiar el discurso público y reconocer los agravios del pasado, era fundamental para las víctimas y también para la sociedad en su conjunto.
En resumen, el movimiento de derechos humanos necesita reenfocar su lente para ser más eficaz en sus estrategias de cambio social. Al pasar a comprender la interconexión de algunos de los retos, la necesidad de dirigirse a un conjunto más amplio de aliados reales y potenciales, y perfeccionar sus herramientas interdisciplinarias, el movimiento estaría mejor posicionado para lograr el cambio. Estos pasos adelante ampliarían la base de actores comprometidos positivamente con la lucha por la dignidad, la justicia y la igualdad, y harían más inteligentes y variados los caminos para lograr y mantener los cambios que pretendemos.