Cuando aparece un video viral de violencia impactante en línea —como los videos de las fuerzas de seguridad en Irak lanzando “granadas de gases lacrimógenos rompe-cráneos” a los manifestantes—, los investigadores de fuentes abiertas analizan minuciosamente las imágenes con técnicas como la investigación sofisticada en redes sociales y la geolocalización para verificar las denuncias. A menudo, los videos, fotos y otras publicaciones que examinan estos investigadores son experiencias traumáticas de la realidad que vive quien los publicó. Por otra parte, en la inmensa mayoría de los casos, los investigadores son quienes toman control del análisis y el discurso posteriores, en lugar de las personas involucradas en la grabación o el incidente que se está examinando.
Tanto quienes crean los contenidos (p. ej., testigos, documentadores, activistas; excluidos los perpetradores que graban videos) como quienes los analizan (p. ej., investigadores, abogados, archivistas; que suelen ser “defensores externos”) creen firmemente en el increíble potencial que tienen los usuarios comunes de la tecnología cotidiana para documentar actos terribles de abuso, ejercicio del poder descontrolado y violencia, y tratar de que se rindan cuentas por ellos. Hay una inmensa cantidad de información de gran valor probatorio que está disponible con tan solo tener una conexión de wifi estable y saber dónde y cómo subirla o encontrarla.
Sin embargo, los contenidos generados por usuarios y su posterior análisis como información de fuentes abiertas o inteligencia de fuentes abiertas (OSINT, por sus siglas en inglés) se suelen tratar como dos caras distintas de la misma moneda. Por un lado, los “usuarios” de los dispositivos de grabación, como los teléfonos inteligentes, crean y comparten contenidos como evidencia, donde se suelen mostrar graves daños y violaciones de derechos fundamentales. Por el otro, los investigadores exploran, archivan e informan sobre este material. Aunque ocasionalmente se intercambia información y se crean vínculos entre ambas partes (o dentro de organizaciones como WITNESS y Mnemonic), por lo general se conceptualizan como etapas distintas del trabajo con la misma documentación. En Digital Witness (Testigo digital), Rahman e Ivens expresan las injusticias de esta división: “los investigadores de alto perfil son elogiados por su valioso trabajo de investigación, mientras que las personas que hicieron posible ese trabajo no son reconocidas, y quizás ni siquiera se enteran de que se usó el video o la imagen que capturaron”. Esta dinámica ilustra un defecto fundamental de la práctica de investigación de fuentes abiertas: está fracturada por una oposición binaria que nosotros mismos creamos, la cual debilita, ignora e incluso elimina la posibilidad de que haya una solidaridad que supere la división artificial entre quienes crean los contenidos y quienes los analizan.
Gracias a las herramientas de fuentes abiertas, técnicamente es posible, y podría decirse que es más sencillo que nunca, llevar a cabo una forma de investigación rigurosa sin que exista una necesidad clara y metodológica de fomentar las relaciones personales entre quienes crean los contenidos y quienes los analizan; o, en otros contextos, entre los testigos y quienes determinan los hechos. Es preciso oponer una resistencia activa a esas prácticas de desplazamiento y desempoderamiento.
No debemos ignorar ni infrautilizar la metodología de investigación de fuentes abiertas, pero hay que tener en mente algunas salvedades importantes. Dado que hay problemas graves en materia de presupuestos y cargas de trabajo —y ahora con las restricciones relacionadas con la COVID—, las organizaciones de derechos humanos de todo el mundo se verán tentadas por la posibilidad de implementar metodologías digitales y desconectadas. Pero lo que deben hacer es integrar estas metodologías junto con prácticas deliberadas y basadas en la solidaridad a fin de evitar apropiarse de los esfuerzos para lograr justicia o minimizar de otra manera a las personas más próximas a los daños documentados. Como nos recuerdan Minogue y Makumbe con respecto a Yemen: “el uso de la OSINT no tiene que implicar arrebatarles los esfuerzos de rendición de cuentas a los yemeníes y ponerlos en manos de los investigadores internacionales. Será mucho mejor si el análisis lo realizan personas con conocimiento local, o cuenta con su participación”.
Practicar la solidaridad en la investigación de fuentes abiertas podría ser clave para acortar la distancia entre quienes crean contenidos y quienes los analizan. La solidaridad en los derechos humanos implica una colaboración deliberada, negociada, genuina y transnacional entre los defensores en el Norte y el Sur global. Para ello, es necesario crear un marco común —o un “nosotros”— entre los actores, que redistribuya y equilibre las cargas y los beneficios, “cruzando enormes divisiones de privilegio, geografía, idioma, cultura, educación y más”. Los actores del Norte global perpetúan daños graves cuando su metodología no contempla seriamente el racismo, las dinámicas de poder, las actitudes coloniales y otras estructuras globales de opresión. También se presentan daños y comportamientos similares cuando quienes analizan los contenidos no establecen un “nosotros” durante el así llamado descubrimiento y la posterior reutilización de la documentación que publicaron en línea los creadores de contenidos.
La solidaridad en los derechos humanos implica una colaboración deliberada, negociada, genuina y transnacional entre los defensores en el Norte y el Sur global.
Pero ¿cómo sería una solidaridad significativa en la investigación de derechos humanos de fuentes abiertas? Para empezar, describiremos cinco características comunes de la práctica de investigación de fuentes abiertas que acentúan las divisiones y que, por consiguiente, deben ser rechazadas.
En primer lugar, los programas de traducción no pueden sustituir a la traducción interpretativa y es sabido que depender de estas herramientas conlleva riesgos. Estos programas no siempre registran el argot: por ejemplo, “zenana” (زنانة), término que algunas personas usan para decir “dron” en árabe, significa zumbido, pero Google Translate lo traduce al inglés como “dungeon” (calabozo). También es preciso tomar en cuenta los patrones de comunicación y el lenguaje codificado: “el lenguaje [de la violencia sexual, incluida la trata sexual] cambia muy, muy rápido. Una semana se le puede llamar ‘conseguir una llave’. A la siguiente, se le puede llamar ‘capturar café’” (cita de un artículo de próxima publicación de Alexa Koenig y Ulic Egan). Sin interpretación humana, una investigación de fuentes abiertas pasará por alto material valioso. Los investigadores externos deben analizar cuidadosamente qué otras herramientas también podrían dar lugar a consecuencias no deseadas.
En segundo lugar, las narrativas visuales y públicas no son representativas de las experiencias de vida complejas. Los videos virales o contundentes que circulan por las plataformas de redes sociales muchas veces parecen ser pruebas sumamente condenatorias, pero estas narrativas dominantes nunca presentan la realidad en su totalidad. La narrativa visual de fuentes abiertas por sí sola —que a menudo está conformada por los casos más visibles o de mayor contundencia visual, como los ataques aéreos o los videos de asesinatos extrajudiciales grabados por los perpetradores— nunca podrá abarcar todos los aspectos de la experiencia humana de un daño específico o un entorno violento. En particular, las experiencias que no se suelen grabar, como la violencia sexual, quedan excluidas en gran medida de las actividades de investigación de fuentes abiertas.
En tercer lugar, las decisiones sobre el uso del lenguaje en las plataformas públicas son importantes. Cuando las personas que trabajan con OSINT utilizan un lenguaje casual o incluso bromean en sus comentarios sobre las investigaciones en una plataforma pública de redes sociales, muestran una perturbadora falta de respeto hacia los otros usuarios de esa misma plataforma de quienes se extrae el contenido.
En cuarto lugar, la asignación de fondos y el reconocimiento de méritos deben reflejar la importante labor que se realiza en cada etapa de una investigación de fuentes abiertas. En el trabajo de derechos humanos, hay un desequilibrio grave y evidente en materia de financiamiento. La división que existe en las investigaciones de fuentes abiertas entre quienes crean los contenidos y quienes los analizan suele reproducir este desequilibrio por medio de un modelo vertical predefinido que se basa en el trabajo oculto. En consecuencia, las personas que analizan los contenidos se llevan casi todo el mérito por los productos y resultados, ejercen un poder de toma de decisiones desproporcionado en comparación con los creadores de contenidos que no están asociados con sus organizaciones y reciben la inmensa mayoría de los fondos.
La colaboración es y debe ser la piedra angular de la investigación de fuentes abiertas.
En quinto lugar, el consentimiento informado debe ser una expectativa básica, como lo es en todo el trabajo de derechos humanos. Quienes analizan los contenidos no deben dar por sentado que pueden apropiarse de la documentación y los testimonios que obtuvieron por medios digitales —a lo que se refieren con el inofensivo término “contenidos generados por usuarios”— sin tratar de obtener antes el consentimiento informado de la persona que creó el contenido. Sin embargo, para demostrar una solidaridad significativa hacia los creadores de contenidos, las personas que analizan dichos contenidos deben ir más allá: deben colaborar activamente e intercambiar habilidades con los creadores de contenidos mientras analizan la documentación con un objetivo establecido en conjunto.
Estas son solo algunas de las tensiones que existen en la práctica común a las que les vendría bien una intervención deliberada de solidaridad significativa. La investigación de fuentes abiertas es una metodología relativamente nueva que está lista para un cambio coordinado en cuanto al protocolo y, lo que es más importante, la práctica concreta. La colaboración es y debe ser la piedra angular de la investigación de fuentes abiertas, ya que esta es muy accesible y sumamente interdisciplinaria y solo es posible gracias a la contribución de activistas, documentadores, periodistas, científicos de datos, ingenieros de programación, abogados y archivistas (entre otros). Es un ejemplo potente de cómo las herramientas digitales en los espacios públicos podrían “democratizar el proceso de investigación sobre derechos humanos”. Sin embargo, a fin de lograr este objetivo, los profesionales deben incorporar la solidaridad con los creadores de contenidos mediante una profundización transparente y transformadora de este espíritu de colaboración.