Olvídense del cosmopolitanismo; el futuro de los derechos humanos es local


Hace poco asistí a dos talleres académicos donde los participantes expresaron unas serias reservas acerca de las luchas locales de los derechos humanos. Parecía que asociaran la práctica local de los derechos humanos con la creciente respuesta negativa contra las normas e instituciones internacionales de los derechos humanos, a lo que se añaden las preocupaciones significativas acerca de la relevancia futura de los derechos humanos en un mundo marcado por una desigualdad metastásica. La respuesta negativa es real, pero es un error creer que todas las luchas locales son un repudio a los derechos humanos. 

El error es común porque la mayoría de defensores de derechos humanos los conciben como cosmopolitas, es decir, que son trascendentes, universales, liberales e internacionales. Cualquier cosa local se sospecha de entrada. Esta concepción de los derechos está construida en una mala historia y una mala filosofía, como lo afirman muchos críticos comunitaristas y poscoloniales. Pero esas críticas, también, tratan a los derechos como inherentemente cosmopolitas. Es tiempo de olvidar el cosmopolitanismo: es defectuoso e impide un análisis claro de la respuesta negativa. El futuro de los derechos humanos (como su pasado) es local. 

El cosmopolitanismo ubica a los derechos humanos en contraposición a lo local, y su especificidad representa un anatema geográfico ético-político para los defensores de derechos humanos. 

 

 

En esta matriz conceptual, lo local comprende los distintos aspectos de la opresión que los derechos humanos supuestamente debe superar. Los derechos trascendentes derrotan al parroquialismo local. El universalismo triunfa sobre las moralidades particulares. El liberalismo proporciona un escudo contra el populismo y el autoritarismo. Las normas e instituciones internacionales mantienen a raya a los Estados recalcitrantes.  

En esta visión altamente compartida, es fácil ver por qué lo local se vuelve sospechoso de forma automática a los ojos de los defensores de los derechos humanos cosmopolitas. Sin importar cuán laudable sean los objetivos, tácticas y aspiraciones de las luchas locales, estas siempre encarnan una contradicción latente y presentan una amenaza implícita. Dicho de otro modo, se convierten en respuestas negativas, incluso a pesar de sí mismas. 

Cabe aclarar que no sugiero que la mayoría de los académicos o practicantes se opongan o condenen las luchas locales de los derechos humanos. Mis colegas en esos talleres tuvieron simpatía, y a veces entusiasmo, por el trabajo local que se estaba discutiendo. Mi punto es que el marco dominante cosmopolita de los derechos humanos tematiza la legitimidad de las luchas locales casi que de entrada.

Los filósofos han infundido una mala historia con una mala ética, al retratar a los derechos como principios universales que triunfan sobre las afirmaciones particularistas.

Este marco reposa en una mala historia y una mala filosofía y conlleva a un mal análisis y a una mala política. Por mucho tiempo (y todavía hoy en día), la historia estándar de los derechos humanos era una de “Progreso”, como el desarrollo lento pero predestinado de los ideales de la Ilustración a través de logros filosóficos y políticos imperfectos que culminaron en la Declaración Universal de 1948 y su maquinaria legal e institucional asociada. Esta historia está doblemente equivocada: ignora cómo se han construido los derechos humanos “cosmopolitas” a través, y con base en, proyectos colonialistas e imperialistas viejos y nuevos. Al mismo tiempo, ignora siglos de luchas locales por los derechos, la dignidad y la igualdad que a menudo buscaban reformas sociales y económicas radicales y que casi siempre se manifestaban en luchas anti y descoloniales. 

Los filósofos han infundido una mala historia con una mala ética, al retratar a los derechos como principios universales que triunfan sobre las afirmaciones particularistas. El relativismo, como la horrible posibilidad de que la gente tenga opiniones distintas y a veces en conflicto acerca de la ética, representa la principal amenaza moral a los derechos humanos. De forma irónica, los supuestos fundamentos y contenidos de los derechos supuestamente universales se reformulan de forma continua (el Derecho Natural, la Razón, la autonomía, la dignidad, el consenso) aunque siempre dentro de un marco liberal. La construcción social real y la impugnación de los derechos se ignora de forma rutinaria o se convierte en un cuento de hadas del “desarrollo progresivo” de las verdades universales. Mientras tanto, el universalismo liberal trascendente proporciona una justificación para el derecho y los mecanismos internacionales de los derechos humanos, incluidos los tribunales y las intervenciones “humanitarias”, que sólo perpetúan los temores legítimos del imperialismo de los derechos humanos

La mala historia y la mala filosofía generan un mal análisis y una mala política. La ansiedad creciente acerca de la respuesta negativa a los derechos humanos conjura imágenes de líderes populistas que vociferan ideologías racistas o nativistas y desdeñan de las normas compartidas y la arquitectura noble del orden mundial liberal, es decir, rechazan abiertamente el cosmopolitanismo. Hay preocupaciones reales acerca del nacionalismo autoritario, desde luego, pero las defensas instantáneas del cosmopolitanismo oscurecen el hecho de que el “orden mundial liberal” siempre ha sido un mito. Gran parte de la ira populista se origina en una frustración razonable con la democracia liberal y la economía neoliberal que defienden casi todos los principales partidos políticos. El tratamiento facilista que resulta de los movimientos populistas y antiglobalización como amenazas a los derechos humanos impide las posibilidades democráticas y económicas radicales que presagian muchas luchas locales de derechos. 

Los movimientos locales de derechos, es cierto, usualmente no son cosmopolitas. Les importa la autonomía local y hacen demandas específicas, contextualizadas y situadas. Insisten en el control democrático y proponen nuevos derechos y nuevos entendimientos de estos; muchos desconfían de los actores internacionales de los derechos humanos. Pero no son parroquiales, relativistas, iliberales o estatistas. Muchos utilizan marcos analíticos globales, sostienen valores compartidos, conforman coaliciones diversas y trabajan de forma translocal en solidaridad con otros movimientos en redes globales que promueven un aprendizaje multidireccional y generan creatividad e innovación a través del intercambio de conocimiento y recursos. En suma, muchas luchas locales de derechos humanos sostienen un enfoque de los derechos humanos centrado en las personas que desafía las oposiciones binarias en las que se enraíza el cosmopolitanismo. 

Las luchas por el derecho a la ciudad son un gran ejemplo. Ellas conectan la injusticia local a los problemas estructurales globales. Insisten en los derechos políticos y civiles familiares al tiempo que hacen demandas transformativas que van desde el transporte público hasta la desmercantilización de la vivienda y la creación de alternativas democráticas al poder empresarial dentro de un marco expansivo de los derechos humanos. Ellos buscan estrategias basadas en la comunidad para tener derechos, incluida la creación o el desarrollo de instituciones locales de derechos humanos, incluso mientras se relacionan de forma creativa con la maquinaria de los derechos humanos internacionales. Sin duda, muestran que una respuesta negativa anticosmopolita no implica el rechazo de los derechos humanos. 

Olvídense del cosmopolitanismo; está lleno de problemas y se atraviesa en nuestro entendimiento del activismo por los derechos humanos más emocionante en el mundo de hoy. El futuro de los derechos humanos es local.