Tel Aviv, Israel. Abir Sultan/EFE/EPA.
El hogar puede no ser siempre un lugar seguro. Si bien los confinamientos y las medidas de cuarentena son fundamentales para controlar la propagación del coronavirus, estos métodos están atrapando a millones de mujeres y niñas en hogares con sus maltratadores y aislándolas de sus redes de apoyo.
A medida que el virus se ha ido extendiendo por el mundo, también lo ha hecho la ola de violencia contra las mujeres y las niñas.
En la provincia de Hubei, en China, donde el virus se originó, los y las activistas informaron de que las denuncias por violencia doméstica se triplicaron durante el confinamiento. En Turquía, donde más del 70 % de los feminicidios ocurren en el hogar, We Will Stop Femicide denunció 21 asesinatos de mujeres solamente entre el 11 y el 31 de marzo. Francia, que ya cuenta con una de las tasas de violencia doméstica más altas de Europa, ha informado de un aumento del 30 % de estos casos desde que comenzó el confinamiento el 17 de marzo. El Gobierno de Kenia ha observado un fuerte aumento de los casos de violencia sexual, que ascienden al 35,8 % de todos los casos penales denunciados durante dos semanas de confinamiento. En Colombia, la ciudad de Cartagena acaba de vivir un triple feminicidio, mientras que en Bogotá, desde que empezaron las medidas de confinamiento se han registrado cuatro veces más llamadas por violencia doméstica.
Se han detectado tendencias similares en Argentina, Australia, Brasil, Canadá, Chipre, Alemania, Singapur, España, Alemania y el Reino Unido.
Incluso en los casos en que las cifras no han aumentado, sigue habiendo motivos de preocupación. Italia declaró una disminución de las llamadas a las líneas telefónicas de ayuda contra la violencia doméstica, pero una enorme avalancha de correos electrónicos y mensajes de texto desesperados de mujeres que probablemente intentan buscar ayuda en secreto. Las organizaciones socias de Oxfam en Filipinas han informado que la disminución de las denuncias de malos tratos en tiempos de crisis no significa que la violencia doméstica se reduzca. Esto es lo que ocurrió, por ejemplo, tras el tifón Haiyan: con la supervivencia básica como principal prioridad, las denuncias por violencia se volvieron menos importantes e incluso, en ese momento, el Gobierno local las consideró un asunto trivial.
Nada de esto debería sorprendernos, ya que es bien sabido que cuando el estrés social aumenta, también se agrava la violencia de género.
El FPNU (UNPFA en inglés) prevé otros 15 millones de casos adicionales de violencia contra las mujeres y las niñas a nivel mundial por cada tres meses de confinamiento. Los confinamientos pueden impedir a las mujeres salir de relaciones abusivas, reducir drásticamente la posibilidad de denunciar los incidentes violentos, aislar a las mujeres de sus redes de apoyo comunitarias y debilitar su ya deficiente acceso a los servicios básicos como la atención médica o los refugios.
Ejemplo de ello es Zimbabue, donde la falta de información y coordinación en el período previo al confinamiento llevó a muchas mujeres a asumir que no podrían acceder a los servicios de apoyo. Las organizaciones locales han tenido que aumentar sus esfuerzos de difusión, aprovechando las redes rurales y haciendo uso de las emisiones de radio para comunicar a las mujeres que todavía tienen vías de ayuda a su alcance. En Nueva Delhi, tras la presión de los medios de comunicación, los tribunales se vieron obligados a dictaminar que las líneas de ayuda y los números de WhatsApp para afrontar la violencia contra las mujeres y las niñas permanecieran abiertos durante el confinamiento. En los EE. UU., el país que ha visto el mayor número de casos, los refugios atienden a las supervivientes como pueden, manteniendo el distanciamiento físico.
Pero este problema no es nuevo, y las experiencias de Liberia y Sierra Leona durante la pandemia del ébola nos dejan importantes lecciones.
Lecciones de la respuesta contra el ébola
En toda el África occidental, las medidas de salud pública encaminadas a frenar la propagación del ébola (incluidos los confinamientos, los toques de queda y los cierres de escuelas) ponen a las mujeres y a las niñas en mayor riesgo de violencia y violación. Muchas niñas tuvieron que dejar la escuela para ganarse la vida, mujeres y niñas se vieron obligadas a ejercer trabajos sexuales para satisfacer sus necesidades diarias, y otras tantas se exponían a contraer el virus cada vez que tenían que ir a buscar agua.
Por otro lado, Liberia, Guinea y Sierra Leona detectaron un repunte en los embarazos adolescentes, probablemente causado por el aumento de la incidencia de las violaciones durante la epidemia y la falta de acceso a los servicios de salud sexual y reproductiva. Los impactos de esta crisis todavía se dejan ver hoy en día. En Sierra Leona, el brote del ébola paralizó la aplicación de la Estrategia Nacional para la Reducción de los Embarazos Adolescentes, cuyo objetivo era asegurar que las jóvenes embarazadas continuaran con su educación. Lamentablemente, tras la reapertura de las escuelas, en lugar de reanudar la Estrategia Nacional, el ministro de Educación, Ciencia y Tecnología emitió una prohibición ministerial para impedir que las jóvenes embarazadas pudieran ir a la escuela. El ministro achacó la culpa a la "falta de control" de las jóvenes y las responsabilizó de los embarazos, empujándolas a una vida de pobreza sin oportunidades. El 30 de marzo de 2020, esta prohibición fue revocada, pero las repercusiones para muchas jóvenes a las que se les niega la educación sigue siendo una tarea pendiente.
Cuando el estrés social aumenta, también se agrava la violencia de género.
El brote del ébola también nos muestra cómo la respuesta a los desastres puede tener graves consecuencias en la salud sexual y reproductiva de las mujeres y las niñas, ya que los limitados recursos asignados a la atención de la salud reproductiva suelen ser los primeros que se recortan ante una emergencia. La salud maternal por toda África occidental sufrió una disminución drástica durante el brote y todavía no ha alcanzado los niveles de antes de la crisis. En Sierra Leona, entre 2013 y 2016, más mujeres fallecieron por complicaciones obstétricas que por el ébola.
Durante la pandemia actual, las interrupciones y cierres de la cadena de suministro ya están limitando la disponibilidad de anticonceptivos y el aborto, y el FPNU prevé que podrían ocurrir siete millones de embarazos no deseados si las medidas de confinamiento se extienden durante seis meses.
Necesitamos una respuesta feminista al COVID-19
Es de vital importancia que los Gobiernos consideren el impacto de género que las respuestas a la pandemia tendrán en las mujeres y las niñas, y que planifiquen en consecuencia. Más concretamente, los Gobiernos deberían garantizar que las mujeres y las niñas que corren un mayor riesgo de sufrir violencia durante el confinamiento tengan fácil acceso a los servicios de apoyo, incluido el cumplimiento de la ley, el apoyo psicosocial y la atención de la salud sexual y reproductiva. También deben asegurar que las organizaciones de derechos de las mujeres, que proporcionan ayuda vital a mujeres y niñas vulnerables, se clasifiquen como servicios de apoyo esenciales y cuenten con los recursos adecuados para hacer frente al aumento de la demanda. La Feminist Alliance for Rights (FAR), una red de más de 1160 activistas feministas ha elaborado una exhaustiva política feminista que describe las acciones que deben tomar los Gobiernos.
Además de la prestación de servicios a las supervivientes de la violencia, las respuestas de los Gobiernos y la sociedad civil deben cuestionar las normas, actitudes y creencias sociales que normalizan y justifican la violencia y la discriminación contra las mujeres como parte esencial de sus comunicaciones durante la pandemia. Como aprendimos de Sierra Leona, el aumento de los embarazos adolescentes se atribuyó a la falta de "autocontrol" de las jóvenes y las medidas de política subsiguientes tuvieron repercusiones negativas a largo plazo. En una crisis de salud como la del COVID-19, el objetivo principal es detener la propagación de la enfermedad y salvar las vidas de las mujeres y niñas. Pero es de igual importancia asegurar que no se pierdan los logros alcanzados para poner fin a la violencia contra ellas y hacia la igualdad de género. Los Gobiernos deben prestar mucha atención a las narrativas, creencias y actitudes que se están difundiendo y normalizando para justificar la violencia en sus sociedades, y garantizar que las medidas de respuesta y recuperación las aborden adecuadamente. Después de todo, una crisis puede ser una oportunidad para crear una nueva normalidad en la que las mujeres vivan sus vidas libres de violencia.