Hoy se cumple el 70 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH). Es probable que la mayoría de las reflexiones sobre este hito tengan un tono sombrío, concentrándose en los numerosos desafíos que enfrentan quienes defienden los derechos humanos en un clima político cada vez más hostil. Sin embargo, este enfoque en los desafíos existentes nos disuade de reflexionar en la complejidad de un “futuro” de los derechos humanos en el que los humanos tal vez ya no podamos exigir una posición exclusiva (o incluso privilegiada) en las luchas en torno a los derechos. Está surgiendo un nuevo grupo de “titulares de derechos” que copia la estrategia de derechos humanos que consiste en combinar la movilización pública con reivindicaciones de protección jurídica privilegiada. Se están formando coaliciones internacionales para promover los derechos de los seres no humanos, específicamente los derechos de la naturaleza, y de las especies no humanas, y se vislumbra la pregunta de qué derechos otorgar a las formas artificiales de vida inteligente.
Los defensores de los derechos humanos pronto se enfrentarán a una pregunta fundamental: ¿su proyecto emancipador y su visión de un mundo mejor, capturados de manera tan inspiradora en los 30 artículos de la DUDH, son necesariamente antropocéntricos? ¿O pueden incorporar los derechos no humanos? Y, ¿hacerlo impulsará u obstaculizará su causa?
Los derechos de la naturaleza se proclaman explícitamente en las constituciones de Bolivia y Ecuador y en muchas leyes locales en diferentes países (incluidos los EE. UU.), y han sido reconocidos por tribunales de la India y Colombia. El vínculo entre un medio ambiente saludable y los derechos humanos no es algo nuevo. Docenas de constituciones reconocen el derecho humano a un medio ambiente saludable y hay presión para que la ONU lo haga de forma explícita. Sin embargo, la reivindicación de los derechos de la naturaleza es algo distinto. No se fundamenta en necesidades centradas en los seres humanos, sino en una afirmación más elevada de que la naturaleza en sí misma tiene derechos de preservación, que van más allá de cualquier repercusión que rechazarlos pudiera tener para los seres humanos. Se argumenta que el reconocimiento de los derechos de la naturaleza es la única manera de romper el paradigma existente que trata a la naturaleza como “propiedad”, permitiendo así su explotación. Se ha desplegado una coalición internacional para luchar a nivel local, nacional y mundial por la expansión del reconocimiento jurídico de los derechos de la naturaleza.
Al igual que la reivindicación de los derechos de la naturaleza, el argumento para reconocer los derechos de las especies no humanas se basa en la afirmación de que un paradigma existente, el del bienestar animal que prescribe un trato humano, es insuficiente. Los avances en biología demuestran que muchos animales se parecen mucho más a los seres humanos de lo que hemos reconocido hasta la fecha. Los chimpancés, por ejemplo, tienen complejidad cognitiva, autonomía y determinación propia, son capaces de experimentar una variedad de emociones, de hacer juicios morales y de sufrir en maneras similares a los humanos. A partir de la experiencia de otros grupos a los que alguna vez se les negó la personalidad jurídica (como las mujeres y los esclavos), hay abogados en los EE. UU. que argumentan que los chimpancés encerrados tienen derecho a la libertad, y tratan de utilizar recursos de hábeas corpus para hacerlo efectivo. Aún no han tenido éxito, pero la seriedad del esfuerzo y de los argumentos jurídicos subyacentes sugieren que esto podría cambiar pronto, siguiendo el ejemplo de tribunales en Argentina (y quizás la India) que han reconocido la personalidad jurídica de los animales.
Las formas artificiales de vida inteligente pronto se incorporarán a la lista para obtener el estatus de titulares de derechos. La intrigante cuestión de los derechos robóticos está pasando de ser un tropo de ciencia ficción a una controversia de la vida real. Recientemente, el Parlamento Europeo propuso que los robots “tengan el estatus de personas electrónicas”, lo que causó que más de 250 científicos, especialistas en ética y otros firmaran una carta abierta en la que argumentan en contra de dicha medida. Todos hemos empatizado con los robots condenados pero ficticios de Blade Runner. Sin embargo, podemos imaginar una situación no tan lejana en la que se presenten controversias genuinas sobre quién tiene el derecho (si es que alguien lo tiene) de borrar una inteligencia artificial que muestra la capacidad de autoconciencia.
Las cuestiones éticas que subyacen a estos acontecimientos no son nada novedosas. Los derechos de los animales, la protección de “la madre tierra”, el universo moral de los robots: desde hace tiempo han sido objeto de debates filosóficos y se han llevado a la ficción para el consumo popular. Lo que es nuevo es el grado en que las reivindicaciones de derechos en cada área se plantean en relación con los derechos humanos. El argumento explícito es que de la misma manera en que los humanos que no se consideraban personas (como las mujeres y los esclavos) obtuvieron su personalidad y, por lo tanto, sus derechos, así deberían hacerlo las "personas” no humanas. Y, ¿por qué no? Si las empresas son “personas” y pueden exigir el derecho a la libertad de expresión, ¿quién puede decir con seguridad que la reivindicación de libertad de los chimpancés no es razonable? El uso de este encuadre supone un cuestionamiento directo para los defensores de los derechos humanos sobre si es conveniente ampliar la clase privilegiada de los titulares de derechos más allá de los seres humanos.
Hay riesgos evidentes. Reconocer a nuevos titulares de derechos, no humanos, resulta polémico y puede reducir el respeto que se da a todas las reivindicaciones basadas en los derechos, a la vez que desvía atención de las numerosas batallas por la libertad humana que aún no se terminan de librar. Privilegiar a la naturaleza y otros animales, junto con los seres humanos, llevará inevitablemente a reivindicaciones de derechos encontradas, e incluso irresolubles, en un mundo de creciente escasez de alimentos y recursos. Las conversaciones sobre los derechos robóticos parecen ser una peligrosa distracción cuando la verdadera tarea es controlar la tecnología de inteligencia artificial para que no exacerbe la discriminación y las desigualdades existentes.
Sin embargo, dicha ampliación también puede tener algunas ventajas; de hecho, reconocer los derechos de los seres no humanos podría ser el mejor medio para salvar los nuestros. Uno podría preguntarse: ¿cuál es el punto de garantizar la libertad política universal si a los miles de millones de personas atrapadas en entornos degradados e inhabitables les resulta imposible ejercerla? Exigir la liberación de los chimpancés habla de una empatía profunda y un amplio interés moral en acabar con el sufrimiento que deberían fortalecer, en lugar de debilitar, el proyecto de derechos humanos. En última instancia, si pensáramos que las formas conscientes de inteligencia artificial podrían tener derechos, quizás seríamos mucho más cuidadosos con respecto a su desarrollo y aplicación.
Hoy, después de 70 años, no cabe duda de que la Declaración Universal de los Derechos Humanos sigue siendo pertinente y necesaria. Pero si el movimiento inspirado por la DUDH no puede reconciliarse con los titulares de derechos no humanos, es posible que para su aniversario número 100 parezca cada vez más anacrónica.