Además de los muchos peligros externos que amenazan al proyecto internacional de derechos humanos, el movimiento también se enfrenta a muchas amenazas internas. En cierto modo, todo el proyecto es víctima de su éxito y del hecho de que, casi que literalmente, todas las reivindicaciones de justicia social de hoy en día pueden articularse en el lenguaje de los derechos.
Al adherirse a una especialización excesiva y negarse a ampliar su alcance, el proyecto de derechos humanos corre el riesgo de diluirse demasiado y volverse irrelevante. Por un lado, los derechos humanos siempre han aspirado a ser universales, no sólo culturalmente, sino funcionalmente. Por otro lado, si todas las causas se enmarcan en el lenguaje de los derechos humanos, entonces ¿cómo evitamos nosotros, como defensores de derechos humanos, la captura del discurso de los derechos humanos por parte de aquellos que quieren socavarlo?
Al final, un discurso que se suponía que debía tener alguna ventaja sobre los debates políticos ordinarios corre el riesgo de ser una mera recreación de esos debates. De hecho, ¿cómo podemos saber qué discurso se refiere realmente a los derechos humanos y qué discurso sólo lo hace de manera cínica?
En mis observaciones, quiero centrarme en una manifestación peculiar de ese problema que creo que se ha convertido en un motivo creciente de preocupación, que es lo que describo como “populismo de los derechos humanos”. El populismo de los derechos humanos, en pocas palabras, es la instrumentalización del discurso de los derechos humanos por parte de (quienes pueden verse bajo al menos una perspectiva como) sus enemigos. Es un fenómeno complejo y potencialmente insidioso.
¿Cómo evitamos nosotros, como defensores de derechos humanos, la captura del discurso de los derechos humanos por parte de aquellos que quieren socavarlo?
El populismo de los derechos humanos coge por sorpresa el proyecto de los derechos humanos porque, a diferencia de varias marcas de populismos nacionales, económicos, religiosos o raciales que adoptan una postura explícita contra los derechos humanos, parece adoptar los derechos humanos en lugar de rechazarlos, aunque forme parte de un esfuerzo mayor por subvertirlos. Puede enmarcarse a sí mismo como el máximo defensor de los derechos humanos allí donde se dice que los derechos humanos han sido abandonados por sus portavoces tradicionales.
A estas alturas, se trata de un fenómeno global, aunque se manifieste de forma muy diferente y con contradicciones en distintos contextos. Algunos ejemplos son la invención temprana por parte del político holandés Pim Fortuyn de un populismo proderechos de los homosexuales pero virulentamente antimusulmán en los Países Bajos; el Frente Nacional francés que se rebautizó como partido político feminista para posicionarse contra la inmigración; la apelación a la libertad religiosa en Estados Unidos como base para negarse a servir a las personas LGBTQ; la Comisión de Derechos Inalienables de Mike Pompeo; el “pinkwashing” del historial de derechos humanos de Israel por parte de grupos que utilizan el discurso de los derechos humanos para blindar sistemáticamente a “la única democracia de Oriente Medio”; o, en general, el énfasis en la seguridad como primer derecho humano en las agendas de ley y orden, en los derechos de las víctimas en el sistema de justicia penal para reforzar las reformas punitivas, y en los derechos económicos por parte de los populistas de izquierdas para justificar el autoritarismo. Por no hablar de la reactivación de los discursos liberales de “ceguera racial” para negar mejor los esfuerzos para combatir la supremacía blanca estructural o incluso la insistencia en la soberanía popular y la democracia mayoritaria como fundamentales para la autodeterminación como derecho humano.
Se trata, sin duda, de un grupo heterogéneo. Pero la cuestión sigue siendo si se puede rechazar con confianza el populismo de derechos humanos como algo totalmente externo a los derechos humanos y “motivado por la política”. Sugeriré que hay al menos una afinidad pasajera entre el populismo de los derechos humanos y un tipo particular de sensibilidad de los derechos humanos influenciado históricamente por temas conservadores, la “carga del hombre blanco” y el gobierno de las mayorías. Esto significa que puede ser incómodo para el movimiento de derechos humanos contemporáneo distanciarse de su supuesta toma de posesión populista sin revelar algunas de sus propias afinidades con lo que pretende condenar.
Además, la cuestión es saber en base a qué criterios se puede calificar al populismo de derechos humanos como no derechos humanos. Aunque acusar a los populistas de los derechos humanos de actuar “de mala fe” puede ganar algo de impulso, no se puede excluir que sean sinceros y, en cualquier caso, no está claro si la sinceridad tiene siquiera sentido normativo en este caso. Más bien, parece que los populistas han encontrado una forma de explotar una debilidad crítica del proyecto, que se puede identificar tentativamente como una tendencia a sustituir la política por el lenguaje jurídico-tecnocrático de los derechos sin ofrecer a cambio una política integral de emancipación.
Al explotar esto, los populistas pueden usar los derechos humanos como arma contra los derechos humanos con una eficacia despiadada y un efecto devastador. De hecho, los populistas de los derechos humanos a menudo perciben —de forma correcta, en mi opinión, aunque sin duda para sus propios fines— que el proyecto de los derechos humanos se ha utilizado durante mucho tiempo para promover la política dominante del statu quo. Predicen con razón que pueden desequilibrar el proyecto al señalar sus credenciales de élite contra el atractivo plebeyo del populismo. Aprovechan las tensiones que se han producido durante mucho tiempo entre los enfoques de los derechos más individualistas y los más colectivos, los sustantivos y los procedimentales, los deontológicos y los democráticos.
En resumen, el populismo de los derechos humanos no es tanto “antiderechos humanos” o incluso una “perversión” de los derechos humanos. El populismo de los derechos humanos sólo expone lo que en cierto sentido siempre ha sido la vulnerabilidad de los derechos humanos a la captura política. Esto significa que, a medida que el movimiento de derechos humanos busca distinguirse de los populistas de derechos humanos, puede encontrarse en constante riesgo de exponer algunas de sus propias debilidades inherentes.