Fuente: Flickr
El presentador se dirige a los concursantes: "Lo siento, Jeannie, tu respuesta era la correcta, pero Kevin gritó su respuesta incorrecta más duro que tú, así que él se queda con los puntos”. En el fondo, en tamaño 384, el nombre del programa del concurso dice “¡Los hechos no importan!”. Una tira cómica de Joe Dator captó la esencia de la posverdad. (Nota: una versión anterior de este artículo utilizó el pie de foto equivocado con base en un meme no autorizado por Dator.)
La mayoría de los activistas de derechos humanos se comportan como Jeannie. Valoran la objetividad y formulan respuestas "correctas" a la injusticia. Pero en la era de las redes sociales, se enfrentan a más y más Kevins. La desinformación les obliga a dedicar tiempo a defender los hechos y a desmentir las falsedades.
En el centro del enigma de los derechos humanos y la posverdad están las cuestiones que sustentan la filosofía posmoderna, como el debate sobre la existencia de verdades objetivas y el conocimiento universal. Pero hay una cuestión más incómoda: ¿podemos, como activistas, comportarnos ocasionalmente como Kevin y gritar alejarnos de los hechos y la razón?
Un modelo tradicional y sus evoluciones
El modelo tradicional de investigación sobre derechos humanos (documentar las violaciones a través de la investigación, la observación directa, las entrevistas y el análisis de las leyes/instituciones/políticas/prácticas) y de incidencia (utilizar las pruebas para exponer a los responsables, presionar a los responsables para que promulguen reformas y garantizar la reparación) se basa en métodos, reglas y normas empíricas. Los investigadores y defensores también utilizan mecanismos de autocorrección: evitar el reduccionismo causal, seleccionar muestras grandes o tener en cuenta posibles sesgos.
"Si aportamos pruebas irrefutables de las violaciones a los responsables de la toma de decisiones", dice el relato tradicional, "entonces influiremos en la toma de decisiones y haremos avanzar los derechos". En términos foucaldianos, el régimen de verdad de los derechos humanos era evidente. Utilizando la objetividad y las pruebas empíricas para legitimarse, los derechos humanos pretendían hacer afirmaciones irrefutables.
¿Podría decirse que los activistas de derechos humanos están atrapados en una burbuja, y que nada de lo que digamos puede ayudarles a escapar?
Con el tiempo, las innovaciones incluyeron la ciencia forense, las imágenes por satélite y el análisis estadístico. También incluyeron un mayor enfoque en la experiencia vivida, o "epistemología situada". Estas innovaciones tienen efectos positivos. Las tres primeras aumentan la cientificidad de las reivindicaciones de derechos humanos. La segunda ayuda a centrar a las víctimas: la epistemología situada permite a diversos titulares de derechos sacar a la luz sus perspectivas y cuestionar las "verdades autorizadas" que solían imponerse a los grupos marginados.
Desinformación, redes sociales y derechos humanos
Pero cuando aparecieron nuevas herramientas para la investigación de los derechos humanos en el cambio de milenio, se multiplicaron los ataques a la verdad. La desinformación tiene efectos tremendamente negativos sobre los derechos humanos. Difunde mentiras y teorías conspirativas y alimenta las campañas de desprestigio. Al erosionar la confianza en la información objetiva, atenta contra la libertad de opinión, ya que, en palabras de la relatora especial de la ONU Irene Khan, "la información veraz puede ser calificada de ‘fake news’ y deslegitimada".
Dado que el modelo de negocio de las redes sociales se basa en algoritmos que promueven contenidos sensacionalistas y fomentan un comportamiento adictivo, la lucha contra la desinformación es un reto. Cualquiera que lo haga se encuentra con la ley de Brandolini: la comprobación de los hechos es ineficaz; los seguidores de las noticias falsas tienden a descartar los hechos, obedecer a los sesgos de confirmación o gritar conspiración, lo que hace que los esfuerzos por desacreditar la desinformación sean inútiles. La investigación crítica se vuelve imposible. La gente está atrapada en burbujas, y nada de lo que digan los activistas de derechos humanos puede ayudarles a escapar.
Pero, a la inversa, ¿podría decirse que los activistas de derechos humanos están atrapados en una burbuja, y que nada de lo que digamos puede ayudarles a escapar? La pregunta se hace relevante por la evolución del activismo (un enfoque en la experiencia vivida), las comunicaciones (el aumento de las redes sociales) y la política (la creciente polarización), que afectan al régimen de verdad tradicional de los derechos humanos.
En resumen: los riesgos no sólo recaen en los demás. Veo tres trampas importantes.
Las tres trampas de la posverdad
Quiero ser claro: la mayor parte del movimiento de derechos humanos está en la posición de Jeannie, que se resiste a la posverdad.
Sin embargo, la primera trampa a la que nos enfrentamos es la otra cara de la moneda de la epistemología situada. Al estudiar la posverdad, los académicos se dieron cuenta de que significa algo más que "los hechos no importan". Una nueva norma, centrada en la sacralización de los sentimientos internos y las verdades personales, se basa en el relativismo epistémico. Prioriza la experiencia vivida sobre la evidencia empírica, la subjetividad sobre los datos y la identidad sobre la experiencia. Dicho de otro modo: el nuevo régimen de la verdad se basa menos en los hechos que en los sentimientos, las creencias y la experiencia personal de las personas (normalmente de raza y género).
Por lo tanto, no es necesario conocer los hechos antes de sacar conclusiones. No es necesario buscar puntos de vista de todas las partes. La opinión es tan buena como el conocimiento y la sensación tan buena como el hecho. Los argumentos emocionales, basados en la identidad, se utilizan para cerrar el debate, lo que conduce a un mayor pensamiento de grupo.
La segunda trampa es el construccionismo social llevado demasiado lejos. En tres ocasiones diferentes, escuché a colegas decir que los derechos humanos eran sólo "un marco entre varios otros". Con esto querían decir que no debíamos fetichizar los derechos humanos: su marco actual se desarrolló en condiciones específicas, en sistemas institucionales dominados por la racionalidad occidental. En resumen: los derechos humanos son una construcción sociohistórica.
Entiendo que no debemos rendir culto a los conceptos. Sin embargo, si abandonamos nuestra ambición de establecer verdades objetivas y defender valores universales, nos quedamos con la última consecuencia del posmodernismo: todas las pretensiones de verdad pueden ser deconstruidas; no existe nada más que las relaciones de poder.
Este impasse llevó a los pensadores posmodernos, muchos de los cuales se ven a sí mismos como enemigos de la desinformación y el fanatismo, a refinar su pensamiento. Para Latour, por ejemplo, el posmodernismo puede ser un aliado de la ciencia. ¿La lección para los activistas de los derechos humanos? Podemos cuestionar las condiciones de producción de las normas de derechos humanos, pero tengamos cuidado de no socavar su fundamento filosófico y su valor operativo —o estaremos ayudando a los enemigos de la verdad y los derechos humanos.
Por último, la tercera trampa es la obsesión por la justicia. La búsqueda de la pureza moral puede llevar a los activistas a borrar las dudas y los matices, a basarse en los binarios (bien/mal) y a descartar los procesos en favor de los resultados. Es otra forma de decir que el fin (justicia, libertad) justifica los medios. Este es un problema importante con las nuevas formas de activismo.
Las consecuencias van desde cuestiones metodológicas (contentarse con pequeñas muestras que se consideran representativas de un fenómeno general, hacer afirmaciones generalizadas, descartar explicaciones alternativas y variables de confusión) hasta un problema fundamental en cuanto a la forma de abordar la verdad. Si se parte de conclusiones, se hace una selección para confirmar siempre la propia narrativa o se descarta la necesidad de investigar, se llega a una actitud de posverdad. Se consagrarían sesgos cognitivos como la percepción selectiva y socavarían reglas y principios clave.
El juicio de Rittenhouse es un ejemplo de ello: muchos activistas descartaron las pruebas fácticas que no encajaban con la narrativa del racismo sistémico... y se demostró que estaban equivocados. Su actitud los acercó peligrosamente a la derecha trumpiana, con sus "hechos alternativos" y su monomanía.
Caminar por la cuerda floja de la verdad
Los activistas de los derechos humanos deben examinar siempre las pruebas objetivas y evitar quedarse atrapados en la unanimidad que conllevan las burbujas o en la certidumbre que conllevan los dogmas.
Al igual que los funámbulos, debemos caminar por la cuerda floja de la verdad. Deberíamos conservar las ventajas de la epistemología del punto de vista, pero ser conscientes de sus trampas. Debemos deconstruir los conceptos, pero teniendo cuidado de no dar poder a nuestros enemigos. Debemos perseguir la justicia, pero no a costa de los procesos.
Por último, debemos preguntarnos si preferimos ganar como Kevin o perder como Jeannie. Las victorias pueden llegar a corto plazo. Pero a largo plazo, aceptar las reglas de un juego autodestructivo significa que todos perdemos. Los funámbulos pueden al menos encontrar consuelo en seguir su propio camino.