La reforma de la protección para los refugiados debe ser un proyecto a nivel mundial

Cuando pienso en la quebrantada condición del sistema mundial de refugiados, recuerdo de inmediato las resignadas palabras de Aisha, una refugiada del caótico estado de Kordofán del Sur, en Sudán. Conocí a Aisha, y a sus dos hijos pequeños, durante una misión de investigación de Amnistía Internacional en mayo de 2015. Para entonces, los tres habían languidecido durante casi tres años en condiciones excepcionalmente difíciles dentro de un campamento de refugiados en un rincón aislado del devastado Sudán del Sur.

El viaje que emprendió Aisha desde Kordofán del Sur había sido arriesgado y peligroso. Y la situación que enfrentaba en el naciente Campamento de Refugiados Yida era tensa, con problemas de seguridad ocasionales y una constante presión por parte de organismos de la ONU para que se trasladara a un campamento distinto. El conflicto armado en Sudán del Sur, que estalló a finales de 2013, se había vuelto particularmente intenso en el estado de Unidad (donde se ubicaba el campamento) y cada mes se acercaba más.

Hablamos sobre sus opciones. Volver a Kordofán del Sur era imposible, dado que los bombardeos aéreos indiscriminados seguían sin disminuir y las fuerzas sudanesas habían bloqueado el acceso de la asistencia humanitaria y de la ONU a las zonas controladas por la oposición. Sin embargo, la situación en Sudán del Sur, ya sea que se quedara en Yida o aceptara trasladarse, también era volátil y angustiante.

Inevitablemente, comenzamos a hablar sobre la posibilidad de buscar protección en lugares más lejanos. Esa sería una alternativa abrumadora para una mujer que viaja sola con dos niños pequeños en cualquier circunstancia. Pero nuestra conversación ni siquiera llegó tan lejos: Aisha tenía claro que no contaba con opciones adicionales que le proporcionaran mayor seguridad .”No hay ningún lugar a dónde ir”, me dijo. “Sé que los otros gobiernos prefieren que nos quedemos en esta situación peligrosa en vez de tratar de buscar un lugar más seguro”. Y no cabe duda al respecto, Aisha tenía razón.

El sentimiento de inutilidad de Aisha también se refleja en la impresionante crisis de refugiados de Siria. Halla ecos en las desgarradoras historias de los refugiados rohingya de Myanmar que buscan desesperadamente un lugar seguro en el sudeste asiático. En esencia, el desánimo de Aisha habla sobre las imposibles opciones que enfrentan los refugiados en todo el mundo.


Amnesty International (All rights reserved)

Refugees from Sudan’s South Kordofan State at Yida Refugee Camp, South Sudan.


Mientras que las guerras y los abusos graves continúan, el regreso a casa es imposible. Las condiciones en los campamentos de refugiados sobrepoblados, inseguros y sin financiación suficiente, a menudo ubicados en lugares remotos y desolados, son desalentadoras y llenas de desesperación. Así que las opciones se reducen a aceptar esa realidad, fijar las esperanzas en la posibilidad infinitesimal de ser uno de los excepcionales casos elegidos para el reasentamiento organizado por la ACNUR o emprender los peligrosos viajes a través de desiertos, montañas o mares, en búsqueda de más seguridad y un futuro más prometedor; viajes que les han costado la vida a miles de refugiados en los últimos años.

Sin duda, esa no es la visión que inspiró a los gobiernos cuando se reunieron para redactar y aprobar la Convención sobre los Refugiados de la ONU en 1951. Pero es innegable que esa es la situación en la que nos encontramos en 2016.

De ahí la necesidad de una reforma.

La reforma no requiere desechar o reescribir las leyes o tratados de protección para los refugiados que ya existen. Si bien es cierto que se pueden mejorar y reforzar, esas obligaciones internacionales son relativamente fuertes y claras al establecer quién es un refugiado y los derechos que se derivan de tal condición.

La reforma que se necesita con más urgencia en estos momentos es la definición de nuevos entendimientos y compromisos entre los gobiernos respecto a la manera en que los Estados compartirán la responsabilidad de proteger a los refugiados en formas que sean equitativas, manejables y sostenibles. Lo más crucial es, por supuesto, que necesitamos un enfoque que lleve al máximo la protección de los derechos humanos.

Debemos rechazar las probables propuestas de responder a las crisis de refugiados actuales y futuras mediante una regionalización de la protección de los refugiados.

Un elemento esencial para la agenda de reformas es que el nuevo enfoque hacia la distribución de la responsabilidad de proteger a los refugiados debe ser genuinamente mundial. James Hathaway presenta este argumento de manera explícita en su artículo, y sin duda tiene razón al alertarnos sobre las soluciones regionales. Debemos rechazar las probables propuestas de responder a las crisis de refugiados actuales y futuras mediante una regionalización de la protección de los refugiados. Sin embargo, con base en la historia, sabemos que los gobiernos se concentrarán en las soluciones regionales. Recordemos la Solución Pacífico de Australia que consistió en almacenar a los refugiados en centros de detención inhumanos y extenuantes en la Isla de Navidad, la Isla Manus y Nauru. Observemos los esfuerzos actuales para detener a los refugiados sirios que siguen intentando trasladarse a Europa y para fortalecer la protección de primera línea para los refugiados en Turquía, Líbano y Jordania, países que ya desbordaron sus capacidades.

En ese orden de ideas, imaginemos una posible propuesta para incluir a un Sudán del Sur dividido por los conflictos, un Chad empobrecido, una República Centroafricana devastada por la guerra, una Etiopía represiva y una Kenia sobrecargada (que ya alberga a Dadaab, por mucho el campamento de refugiados más grande del mundo) en un arreglo regional en caso de que se acelere el flujo de refugiados de Sudán.

Los enfoques regionales siempre han estado motivados por una determinación general, dirigida por gobiernos que tienen los recursos económicos y el poder de ejecución necesarios para hacerla realidad, de mantener a los refugiados confinados lo más cerca posible de su hogar; sin importar las penurias o incluso el peligro que enfrente la población de refugiados, o la tensión y volatilidad que se genere para los países vecinos. Es un enfoque que en el mejor de los casos apenas controla la crisis de refugiados, con un costo demasiado alto para los derechos humanos.  

Además, los enfoques regionales básicamente ignoran el hecho de que la protección de los refugiados es una responsabilidad común, a nivel mundial. De hecho, en sus palabras iniciales, la Convención sobre los Refugiados destaca la importancia fundamental de la solidaridad internacional. Eso era evidente para los gobiernos hace 65 años y sigue siéndolo hoy en día, con mucha razón.

Los flujos de refugiados representan una ruptura de la protección universal de derechos humanos y por lo tanto requieren una respuesta universal de derechos humanos. Esta ruptura suele originarse a partir de una complicada red de fuerzas políticas, económicas, de seguridad y de otros tipos, a nivel nacional, regional e internacional, que de ninguna manera se limita solo a los estados vecinos. Las guerras y las violaciones de derechos humanos que causan las crisis de refugiados implican necesariamente a una gran variedad de Estados; esto significa que dichos Estados también deben formar parte de la respuesta y las soluciones a esas crisis.

Durante la primera Cumbre Humanitaria Mundial, que se celebrará próximamente en Turquía, en junio de 2016, se hablará mucho sobre la reforma de la protección internacional de los refugiados (y se presentarán muchas propuestas al respecto). Lo que surja deberá favorecer un sistema más equitativo y sostenible. Deberá estar profundamente arraigado en el derecho internacional sobre los refugiados y las obligaciones de derechos humanos. Y deberá reconocer que todos los Estados del mundo tienen que trabajar juntos, y compartir de manera predecible y congruente la responsabilidad de proteger a los refugiados de maneras que vayan más allá de escribir cheques y mantener a raya a los refugiados.

El objetivo debería ser asegurarle a Aisha que de hecho sí hay un lugar a dónde ir, ya sea cruzando la frontera en Sudán del Sur, un poco más lejos en Uganda o incluso al otro lado del mundo en Canadá; un lugar a dónde ir que sea justo y equitativo para los Estados y ofrezca verdadera seguridad a los refugiados.