En los últimos años, muchas personas han destacado los límites, los fracasos o incluso el “crepúsculo” de los derechos humanos. El apoyo relativamente sólido a los derechos humanos en el llamado Occidente es cada vez más inestable, ya que la crisis financiera que comenzó en 2008 y la crisis migratoria que afectó a Europa en 2015 han reducido el apoyo a todo tipo de compromisos internacionales. El auge del nacionalismo y el populismo en muchos países también socava el apoyo a las normas internacionales, encarnadas en los derechos humanos. La ola de represión en nombre de la lucha contra el terrorismo sigue creciendo.
¿Qué salió mal? ¿El concepto de los derechos humanos universales se está volviendo irrelevante, incluso mientras el mundo está cada vez más interconectado? ¿Los derechos humanos siempre fueron demasiado idealistas para sobrevivir a los golpes económicos y políticos de las últimas décadas?
Los derechos humanos no han dejado de atraer a las personas de todo el mundo que son víctimas de la dictadura, la discriminación, la violencia y la pobreza. Sin embargo, los derechos humanos, que obtuvieron una legitimidad y credibilidad generalizadas a fines del siglo XX, ahora corren el riesgo de convertirse en víctimas de su propio éxito. Desafortunadamente, esto se debe en parte a los activistas y gobiernos bien intencionados que han desdibujado el enfoque de los derechos humanos para promover otras causas dignas.
La ampliación de los derechos ha sido un fenómeno generalizado y el alcance actual de los derechos humanos confunde a muchas personas. Por ejemplo, el principal órgano de derechos humanos de las Naciones Unidas, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, ha considerado, entre muchos otros temas, las repercusiones para los derechos humanos de los desechos tóxicos, la pobreza extrema, los mercenarios y las sanciones unilaterales; ha apoyado el trabajo sobre “solidaridad internacional” y la creación de un “orden internacional democrático y equitativo”, también bajo el estandarte de los derechos humanos. El Consejo nombra numerosos relatores o “expertos”, que, por desgracia, a veces están más preocupados por promover sus causas personales (por ejemplo, abogar por la despenalización universal del trabajo sexual, denunciar el racismo de Donald Trump o criticar la desigualdad socioeconómica) que por representar los derechos humanos como son en realidad.
Los activistas y gobiernos bien intencionados han desdibujado el enfoque de los derechos humanos para promover otras causas dignas.
No se trata de disuadir a los defensores de derechos humanos de que apoyen las causas que consideran merecedoras, pero tienen que reconocer que la simpatía por una causa digna no es razón suficiente para convertir su promoción en una norma internacional de derechos humanos. Puede que el único resultado de proponer nuevos derechos para regular aspectos de la vida cada vez más reducidos en circunstancias cada vez más diversas sea aumentar la cantidad de derechos que se ignoran sistemáticamente.
Se reivindican nuevos derechos, así como los enfoques “basados en los derechos” en sectores y temas diversos, como los negocios, el comercio y la globalización, el medio ambiente, la corrupción y la tecnología. La esperanza parece ser que recitar el mantra de los derechos humanos hará que los problemas complejos sean más visibles y que su resolución sea más fácil. Por desgracia, este no es el caso, y los problemas que acabamos de mencionar no se resolvieron mágicamente después de salir de la niebla de los enfoques basados en los derechos.
Y lo que es igual de importante, el hecho de que el lenguaje antagónico de los derechos sustituya a la vía, a menudo más fructífera, del debate racional puede reducir las probabilidades de que las sociedades encuentren soluciones viables para muchos de estos problemas. Para gestionar el cambio climático y la sostenibilidad, determinar las políticas comerciales y de inmigración más apropiadas para cada país y repartir los recursos disponibles entre las demandas en pugna, es necesario tener discusiones amplias y basadas en hechos, las cuales tienen menos probabilidades de generarse cuando el único argumento es si mis “derechos” son superiores a los suyos. Si desvinculamos los derechos humanos de estos debates sobre políticas, la conversación se centrará en donde debe: en las diferentes perspectivas políticas, económicas, científicas y éticas que se deben conciliar para que los problemas de la sociedad se aborden de manera abierta y satisfactoria.
Otra forma de proliferación de los derechos humanos es el intento de imponer obligaciones a los actores no estatales, pero esto no debe hacerse a cambio de eximir a los gobiernos de cumplir sus propias obligaciones legales. Es deber del gobierno exigir a las empresas que rindan cuentas por los daños que causan, y de los sistemas nacionales de justicia penal, erradicar la corrupción. La cooperación intergubernamental es esencial para cualquier intento significativo de garantizar el desarrollo sostenible y limitar los efectos del cambio climático, como complemento de las iniciativas privadas. La sociedad civil es vital, pero depender de las ONG para resolver lo que en esencia son problemas gubernamentales está condenado al fracaso, ya que las ONG (que rara vez rinden cuentas ante más que una pequeña junta directiva y unos pocos donantes) simplemente no pueden ni deben convertirse en gobiernos.
Si bien la aplicación de los derechos humanos es universal, esto no significa que tengan que interpretarse e implementarse exactamente de la misma manera en todos lados. Los activistas a veces olvidan este hecho y dan por supuesto que la interpretación de los derechos en sus propios contextos históricos y culturales excluye los enfoques diferentes en otros lugares. Sin embargo, las diferencias culturales y regionales son una fortaleza de la humanidad, no una debilidad, y la flexibilidad inherente de los derechos humanos también es uno de sus puntos fuertes.
Un último problema es la equiparación de los derechos humanos con otras cuestiones humanitarias. Por ejemplo, la creación de la Corte Penal Internacional (CPI) en 2002 fue un logro loable, pero su trabajo no debe equipararse con los “derechos humanos”. La CPI no obliga a los gobiernos a atender dentro de sus propios países toda la gama de derechos establecidos en los tratados de derechos humanos que se han adoptado desde 1945, y el mero enjuiciamiento de crímenes horrendos rara vez repercutirá directamente en la vida de los miles de millones de personas en todo el mundo que a diario sufren violaciones de derechos por parte de sus gobiernos. Combinar los diferentes objetivos puede socavar los derechos humanos al vincularlos con las numerosas dificultades de la aplicación del derecho penal internacional, y sin duda no ayudará a este último.
La frase derechos humanos abarca muchas interpretaciones posibles de lo que son los derechos, pero el contenido contemporáneo de los derechos humanos se define de forma más clara y poderosa a través de la ley.
Del mismo modo, no tiene sentido que se confunda la protección de los derechos humanos con el inicio o el fin de las guerras. La aplicación universal de los derechos humanos puede hacer que los conflictos sean menos probables, y la protección de los derechos humanos es necesaria para garantizar que cualquier acuerdo de paz sea sostenible. Sin embargo, poner fin a las guerras y los crímenes de guerra es un problema para los éticos y los políticos, y es una tontería invocar los “derechos humanos” como una forma de superar la realidad constante de la guerra. Además, el derecho internacional de los derechos humanos no autoriza el uso de la fuerza por parte de actores externos para proteger los derechos, como a menudo afirman algunos gobiernos y defensores de los derechos humanos que promueven la llamada doctrina de la “responsabilidad de proteger” (R2P). Ruanda aún es un claro recordatorio del costo de la no intervención, pero la mayoría de las demás situaciones en las que mueren poblaciones son laberintos de conflictos geopolíticos, batallas por los recursos o rivalidades étnicas o religiosas. “Hacer algo” sin comprender el resultado probable del uso de la fuerza es inmoral, y no es posible justificar los asesinatos bien intencionados ni siquiera para salvaguardar derechos humanos esenciales como los juicios justos, la no discriminación, la libertad de expresión o la educación.
La frase derechos humanos abarca muchas interpretaciones posibles de lo que son los derechos, pero el contenido contemporáneo de los derechos humanos se define de forma más clara y poderosa a través de la ley. Esta definición se puede tachar de limitada, y ciertamente no abarca todos los derechos que alguna persona o algún grupo busque reivindicar. Pero la ventaja de la ley es que proporciona la mejor prueba tanto del contenido de los derechos humanos como de la universalidad esencial de los compromisos jurídicos en materia de derechos humanos que ha asumido cada país. Al considerar los derechos humanos como leyes, se subraya el hecho de que las normas de derechos humanos constituyen obligaciones vinculantes para los gobiernos, en contraste con las directrices o recomendaciones puramente voluntarias.
De forma deliberada, las normas de derechos humanos no desafían el actual orden internacional de Estados soberanos, y es difícil y lento cambiar las percepciones y el comportamiento de esos Estados. Sin embargo, sí se han producido cambios, y la labor de promoción internacional de los derechos humanos desde la década de 1940 merece reconocimiento por alentar y facilitar la transición parcial de un mundo de gobiernos codiciosos, indiferentes e irresponsables a gobiernos más tolerantes, abiertos y justos.
Pero para una promoción efectiva de los derechos humanos hoy en día, es necesario reforzar el consenso, reconocer los límites y recordar que el objetivo es empoderar a las personas y sociedades para que determinen su propio futuro con dignidad e independencia, dentro de los límites de las normas universalmente aceptadas. Esto no exige congelar nuestra comprensión de los derechos humanos en el concreto de los años cuarenta o setenta. Lo que sí requiere es una conciencia constante de la verdadera universalidad de los derechos humanos, para que los derechos sigan siendo significativos y reciban el apoyo de las personas en todas partes. Sin ese reconocimiento, no hay garantía de que el centenario de la Declaración Universal de Derechos Humanos en 2048 se celebre, o incluso se recuerde.