Incluso en tiempos de crisis, los estadounidenses no estamos acostumbrados a recibir consejos del extranjero, sobre todo en temas de democracia y libertad. Sin embargo, hoy en día, un aspirante a autoritario ocupa el cargo de presidente de los Estados Unidos, y hay personas en todo el país —y, de hecho, por todo el mundo— marchando por las vidas negras después de que la policía matara a George Floyd y Breonna Taylor y que unos justicieros mataran a Ahmaud Arbery. El excepcionalismo estadounidense ha muerto, pero el experimento estadounidense continúa.
Entonces, ¿dónde podemos obtener orientación? Nuestra historia está llena de ejemplos de gente negra en búsqueda de libertad, pero casi todo lo que sé sobre protesta y liberación lo aprendí de los africanos. A continuación, presento tres lecciones.
Toyi-toyi valiente
Como hijo de los 80, un niño negro en los EE. UU., veía a los manifestantes antiapartheid en la televisión bailando toyi-toyi por las calles de Sudáfrica y me llenaba de orgullo. Su valentía al enfrentarse a la policía militarizada, desafiantes, bailando y cantando canciones de lucha, inspiró al mundo a creer que el cambio era posible. Los sudafricanos negros lucharon contra un régimen supremacista blanco para exigir la misma libertad de circulación y plena ciudadanía que la población negra de los EE. UU. había logrado una generación atrás. Sin ser ingenuo en cuanto a la persistencia del racismo estadounidense, me parecía que los EE. UU. estaban destinados a liderar y que el movimiento mundial de derechos humanos tenía como objetivo ayudar a todos los demás a ponerse al día.
Nuestra historia está llena de ejemplos de gente negra en búsqueda de libertad, pero casi todo lo que sé sobre protesta y liberación lo aprendí de los africanos.
Ahora que los estadounidenses sufrimos la crueldad diaria de nuestro régimen actual y consideramos los pecados originales de nuestro país —el genocidio y la esclavitud—, se ha evaporado el mito de nuestro liderazgo moral nacional. Las protestas en nuestras calles se han caracterizado por el dolor, la rabia y la ansiedad sobre un futuro incierto. Pero el movimiento actual también se caracteriza por su insistencia en la acción radical masiva, no muy diferente del Movimiento de Conciencia Negra de Steve Biko.
Desfinanciar a la policía. Abolir las prisiones. Hacer cambios grandes, estructurales. Estas exigencias pueden ser tan revolucionarias como el desmantelamiento del sistema del apartheid. Necesitaremos la temeridad del toyi-toyi, con nuestros pies azotando las calles, para lograr nuestros objetivos.
¿Orden público para quién?
La segunda lección proviene de Uganda, donde pasé mucho tiempo como abogado de derechos humanos. La represión política ha sido una característica fundamental del reinado de 34 años del presidente Yoweri Museveni y, en 2013, el gobierno aprobó la Ley de Gestión del Orden Público, que dio al inspector general de la policía un poder casi ilimitado para declarar ilegales las asambleas públicas. La Ley se usó para suprimir mítines de partidos políticos de la oposición, protestas contra la corrupción e incluso celebraciones locales del Orgullo. Gracias a los esfuerzos heroicos de abogados y activistas ugandeses, muchos de los cuales se convirtieron en mis colegas y amigos, el máximo tribunal del país finalmente dictaminó que las peores partes de la Ley eran inconstitucionales.
Necesitaremos la temeridad del toyi-toyi, con nuestros pies azotando las calles, para lograr nuestros objetivos.
Ante un gobierno autoritario y leyes injustas, hubo personas —muchas de ellas pertenecientes a los sectores más marginados de la sociedad— que se pusieron de pie y exigieron igualdad y justicia. Trabajar junto a líderes de derechos humanos ugandeses, como Nicholas Opiyo, Julian Pepe Onziema y Clare Byarugaba, me enseñó que los puntos de vista menos populares pueden ser los que más importa proteger.
La lección: el orden público suele ser sinónimo de supresión pública. No hace falta ir más allá de Lafayette Square en Washington, DC, donde los servicios de seguridad despejaron a los manifestantes con gases lacrimógenos para que el presidente pudiera tomarse una foto frente a una iglesia local.
Pasitos pequeños y saltos gigantes
La tercera lección proviene de un pequeño país conocido como la Costa Sonriente de África. Durante años, Gambia fue tanto el hogar de la Comisión Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos —el organismo regional encargado de proteger y promover los derechos humanos— como el dominio de Yahya Jammeh, notorio presidente autocrático y lunático. Mis colegas de toda África y yo viajábamos a la Comisión Africana varias veces al año para impulsar el establecimiento de directrices regionales estrictas para proteger los derechos de reunión y asociación. Al mismo tiempo, esquivábamos a los esbirros de Jammeh y aguantábamos sus amenazas.
A menudo parecía un esfuerzo inútil. En la Comisión, lidiábamos con algunos funcionarios gubernamentales que parecían más interesados en cobrar sus viáticos que en proteger los derechos. Y nuestro objetivo final era establecer normas regionales de derechos humanos más fuertes que, si bien eran importantes, no serían vinculantes ni exigibles por ningún gobierno. Pero persistimos, y Gambia cambió drásticamente a nuestro alrededor. En 2016, Jammeh fue objeto de protestas masivas y finalmente perdió el voto popular. No se fue tranquilamente, pero ahora está en el exilio. Poco después de la partida de Jammeh, la Comisión Africana adoptó unas Directrices sobre la libertad de asociación y de reunión en África de carácter progresista, y activistas de todo el continente han logrado que se incorporen algunas de sus disposiciones en las leyes nacionales.
En Gambia, aprendí que derrocar a los déspotas mediante la movilización masiva es progreso, como también lo es que los tecnócratas elaboren nuevas reglas para un mundo más libre.
Aquí y ahora
En estos tiempos tumultuosos, recordar que la agitación social no es nada nuevo debería reconfortarnos. Ha pasado tiempo desde la última vez que ocurrió en los Estados Unidos, pero hay muchos ejemplos más recientes e instructivos, si estamos dispuestos a buscarlos.
Desde Soweto y Kampala hasta Banjul y Brooklyn, las lecciones son las mismas: seamos valientes. Protejamos la disidencia. El progreso es posible. A luta continua.