Diversos analistas políticos de Estados Unidos han utilizado repetidamente la frase peyorativa “Trump Stink”, o el Tufo de Trump, para describir el oprobio que se les atribuye a las personas que trabajaron en la administración de Donald Trump o que le ayudaron de alguna manera durante su mandato. Su credibilidad ha sido destruida y ahora se apresuran a poner distancia entre ellas y el ex presidente.
Sin embargo, este Tufo de Trump no afecta sólo a los individuos. También ha afectado a la percepción de Estados Unidos de forma más general, ya que la política de Trump de “America First” ha violado de forma dramática las normas internacionales en torno al multilateralismo. En un reciente artículo de investigación, argumentamos que Trump socavó las normas de derechos humanos de una manera performativa e intencional, lo cual tuvo consecuencias tanto intencionadas como no intencionadas en la identidad nacional de los Estados Unidos. Específicamente, las palabras y los hechos de Trump pusieron en riesgo la comprensión global de los Estados Unidos como un miembro “reputado de la sociedad internacional”. En otras palabras, la reputación de los EE.UU. se vio manchada con el Tufo de Trump.
Ahora que Trump está fuera de la presidencia, nos preguntamos: ¿puede EEUU lavarse ese hedor?
Los ataques de Trump a los derechos humanos se resumen aquí, pero entre ellos están: abogar por el uso de la tortura; perdonar a los miembros del servicio estadounidense condenados por crímenes de guerra; restringir severamente la inmigración y encerrar a los niños migrantes en jaulas; retirarse del Consejo de Derechos Humanos de la ONU; imponer sanciones económicas vengativas y restricciones de visado al personal de la Corte Penal Internacional; venerar a una serie de autócratas y regímenes tiránicos y emular su comportamiento; atacar los derechos de las mujeres y del colectivo LGBT; seguir apoyando a Arabia Saudita después de que el periodista del Washington Post Jamal Khashoggi fuera asesinado en un consulado saudí en Estambul; y crear la Comisión de Derechos Inalienables bajo el mando del secretario de Estado Mike Pompeo, que abogaba por una comprensión muy estrecha de los derechos humanos, que iba en contra del amplio régimen internacional de derechos humanos que Estados Unidos ayudó a construir.
Ahora que Trump está fuera de la presidencia, nos preguntamos: ¿puede EEUU lavarse ese hedor?
La mayoría de estas acciones enviaron el mensaje muy claro y preocupante de que Estados Unidos rechazaba las normas básicas de derechos humanos, así como las normas más amplias en torno al multilateralismo. La percepción internacional de la identidad de Estados Unidos (y de su reputación) cambió de forma drástica para peor, como demuestran varias encuestas de opinión a nivel mundial. Y a raíz del asesinato de George Floyd, el International Crisis Group dio el paso sin precedentes de publicar una declaración que describía el “malestar” en el país y pedía a la administración Trump que dejara de utilizar una “retórica incendiaria”. Se trata de un lenguaje habitualmente reservado a los regímenes considerados como proscritos.
A lo largo de los años, Estados Unidos ha demostrado una importante hipocresía al presentarse como la fuente de la democracia y los derechos humanos, mientras que con demasiada frecuencia viola las normas de derechos humanos y se exime de los marcos normativos e instituciones internacionales. Sin embargo, las acciones de Trump llevaron a Estados Unidos a un lugar muy oscuro que superó con creces la hipocresía habitual incrustada en el consenso del establishment de la política exterior estadounidense.
La elección de Joe Biden fue aplaudida por muchos como una vuelta a la normalidad y a la cordura en la política exterior de Estados Unidos, un repudio de America First y una reafirmación del compromiso multilateral. De hecho, Biden ha declarado que “América Is Back”, Estados Unidos volvió, en un repudio a America First, y su Secretario de Estado, John Blinken, ha repetido esta frase. Biden y su equipo han actuado rápidamente para revertir muchas de las acciones de Trump que socavaban los derechos humanos, entre lo cual se encuentra: reafirmar la condena de Estados Unidos a la tortura, revocar la prohibición hacia musulmanes, presentar un proyecto de ley para reformar la política de inmigración, anunciar que Estados Unidos volvería a participar en el Consejo de Derechos Humanos y se presentaría como candidato a un puesto en 2022, reafirmar el compromiso con los derechos de las mujeres y del colectivo LGBT, fustigar a Rusia y China por abusos contra los derechos humanos y repudiar la Comisión de Derechos Inalienables.
Estos cambios de política fueron muy públicos y tenían la clara intención de indicar una fuerte ruptura con las políticas de derechos humanos de America First. El gobierno de Biden también se apresuró a reincorporarse al Acuerdo Climático de París y a la Organización Mundial de la Salud, y declaró que las asociaciones aliadas no son transaccionales y se comprometió a reconstruir las asociaciones y recuperar el asiento de Estados Unidos en la mesa mundial.
Así que “Estados Unidos volvió”, como ha proclamado triunfalmente Biden, pero el diablo puede estar en los detalles, y en las omisiones. La administración ha anunciado que no trasladará la embajada de EE.UU. de Jerusalén, lo que pone a EE.UU. en desacuerdo con sus aliados. Ha vacilado en su compromiso de revertir los límites draconianos de Trump sobre la admisión de refugiados. Y aunque la administración finalmente retiró las sanciones de la CPI, lo hizo lentamente, lo cual plantea importantes preguntas sobre por qué no actuó más rápido. Sabemos que el primer ministro israelí Netanyahu presionó a Biden para que no revirtiera las sanciones dada la investigación de la CPI en Palestina, y el secretario de Estado Antony Blinken ha criticado explícitamente la investigación palestina. Sin embargo, para gran parte del mundo, este paso lento indica el tipo de excepcionalismo y exencionalismo de Estados Unidos que ha caracterizado el consenso del establishment de la política exterior estadounidense durante décadas, y en particular su conflictiva relación con la CPI.
Estados Unidos tampoco ha respondido con rapidez a los violentos ataques en Gaza, que han sido calificados de crímenes de guerra, e incluso ha bloqueado las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que pedían un alto el fuego. Y, aunque ha culpado al príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman de aprobar el asesinato de Khashoggi, no ha tomado ninguna medida directamente contra él.
Además, incluso con todos los retrocesos y la reafirmación de la presencia de Estados Unidos en la escena mundial, algunos aliados cercanos siguen siendo escépticos. El presidente francés Macron afirmó recientemente la idea de una “autonomía estratégica” con respecto a Estados Unidos, al advertir que no se debe depender demasiado de este país. Y la canciller alemana Merkel advirtió que los intereses de EE.UU. y Alemania no siempre convergen.
¿Cuáles son las implicaciones para la identidad de Estados Unidos a largo plazo?
Al modificar la política estadounidense, la administración Biden ha intentado claramente desprenderse de la imagen desviada del país. Y al decir que “Estados Unidos volvió”, está enviando un claro mensaje de que pretende formar parte de la sociedad internacional.
Al mismo tiempo, sin embargo, habrá otras preocupaciones que influirán potencialmente en la percepción global de Estados Unidos, como la continua prominencia de los grupos de supremacía blanca y la violenta respuesta policial al movimiento Black Lives Matter. La condena de Derek Chauvin por el asesinato de George Floyd es un paso positivo, pero no es un cambio fundamental en la desigualdad más amplia de la sociedad estadounidense. Trump está tratando de seguir siendo relevante, y el Partido Republicano se ha enganchado a él en un “ataque de pánico venenoso”. El estigma asociado a Trump persistirá, pero el cambio radical de enfoque de Biden en la mayoría de las áreas puede ayudar a reducir el hedor a sólo un olor de fondo.
Sin embargo, estos son los primeros días en el esfuerzo por minimizar el Tufo de Trump, y siguen existiendo preguntas importantes. En particular, si las políticas pueden cambiar tan rápido, ¿cuáles son las implicaciones para la identidad de Estados Unidos a largo plazo?
Un cierto nivel de hipocresía ha sido aceptado durante mucho tiempo como parte de la psique de la política exterior de EE.UU., pero la hipocresía podría llegar a ser insostenible y, por tanto, seguir manchando las relaciones internacionales. Bajo el mandato de Biden, Estados Unidos ha repudiado muchas de sus transgresiones normativas y se ha alejado del borde; Estados Unidos ya no está más allá de los límites como actor internacional. Los dramáticos retrocesos de los últimos años ponen en tela de juicio la idea de que Estados Unidos pueda ejercer un liderazgo mundial estable. Es demasiado pronto para saber si el mundo está preparado para aceptar que Trump ha sido una aberración única en la vida, o si ha reflejado algo más profundo en Estados Unidos que no se puede lavar fácilmente.