Los marcos de derechos humanos están profundamente arraigados en un discurso que privilegia lo humano en los derechos humanos. Sin embargo, las concepciones de lo que constituye lo humano se han visto erosionadas por el desarrollo de la inteligencia artificial (IA) y el transhumanismo, que favorecen el surgimiento de nuevos tipos de humanos.
Los académicos que han comenzado a analizar estas cuestiones emplean el binario humano/no humano para argumentar a favor del beneficio de ampliar los derechos humanos para incorporar a las máquinas no humanas y de extender la Declaración Universal de Derechos Humanos para abarcar a algunos no humanos sintientes. Si bien estas perspectivas son increíblemente valiosas para conformar el debate en torno a la IA y los derechos humanos, hace falta responder algunas preguntas fundamentales.
En primer lugar, ¿quién es el humano en los derechos humanos? Hasta ahora, el debate supone que podemos distinguir con bastante facilidad entre un ser humano y una máquina no humana. Sin embargo, esta oposición binaria se vuelve cada vez más compleja cuando reconocemos no solo que las máquinas están evolucionando hacia la humanidad, sino también que los humanos están evolucionando simultáneamente hacia las máquinas.
Por ejemplo, la IA ha impulsado la idea del “transhumanismo”: un movimiento basado en la creencia de que deberíamos usar la tecnología para controlar la evolución futura de la especie humana. Los transhumanistas buscan prolongar de forma radical la vida al concebir la inmortalidad a través de la tecnología. En consecuencia, a medida que los humanos evolucionan hacia las máquinas, uno podría imaginar la aparición de cíborgs que tengan elementos metálicos integrados en el cuerpo humano para crear una combinación de carne, sangre y microchips. La Cyborg Foundation ya elaboró una Carta de Derechos de los Cíborgs que incluye “igualdad para los mutantes” y dispone que “Un mutante legalmente reconocido deberá gozar de todos los derechos, los beneficios y las responsabilidades que se otorgan a las personas naturales”.
Al mismo tiempo, la idea de un “mutante legalmente reconocido” plantea una segunda pregunta: ¿quién decide quién es humano y quién no? Esta pregunta, que está relacionada con el poder para otorgar el estatus (legal) de ser humano, debe entenderse en el contexto histórico más amplio de cómo surgió originalmente la categoría de humano como una manera de delimitar entre dios, hombre y animal. Por lo tanto, la idea de lo humano aún está profundamente arraigada en un discurso colonial centrado en el hombre blanco y europeo que desde siempre ha excluido a las mujeres, los negros, las personas queer y las personas con discapacidades, entre otros.
Con base en el trabajo de Sylvia Winter sobre la construcción de lo humano, Walter Mignolo afirma que la categoría de humano se desarrolló para distinguir entre “entidades que eran inferiores o no humanas”. Mignolo explora la pregunta de qué significa ser humano para demostrar cómo el pensamiento descolonial puede desarticular la idea de “humano” para revelar su verdadero significado. Una vez que se revela el significado de lo humano, Mignolo concluye: “...Yo no quiero ser humano. Pero en lugar de rechazar su contenido y solo agregar un prefijo (poshumano), los pensadores descoloniales empiezan preguntando cómo surgieron estos conceptos: ¿cuándo, por qué, para quién y para qué?”.
En consecuencia, si reconocemos que la categoría de humano es profundamente problemática debido a su construcción histórica e inadecuada en lo que respecta a su aplicación hacia el futuro, en lugar de tratar de expandir la categoría de humano, quizás sea más prudente desvincular lo humano de los derechos humanos. Al emplear la descolonialidad como un marco que pretende desvincularse de las fuentes de conocimiento occidentales dominantes, es posible desarrollar “opciones descoloniales” para reconstituir nuestra comprensión de los derechos humanos. Este proceso, según Tlostanova y Mignolo, “coloca en primer plano el problema o los problemas que hay que abordar (y no el objeto o los objetos que se han de estudiar)”. Para estos autores, el proyecto de desarrollar una opción descolonial debe ser liderado por “los actores sociales a los que Frantz Fanon llamó ‘les damnés de la terre’ (1967): todos aquellos humillados, devaluados, ignorados, rechazados y que sobrellevan la ‘herida colonial’”.
Por consiguiente, el llamado de Salil Shetty a descolonizar los derechos humanos y la afirmación de César Rodríguez-Garavito sobre que es necesario reimaginar los derechos humanos con la información y el apoyo de marcos de justicia alternativos nos obligan a considerar si lo humano de los derechos humanos podría estar limitando la orientación futura de los discursos sobre los derechos. La adopción de un enfoque descolonial podría ayudar en el proceso de reimaginación que Rodríguez-Garavito nos pide que realicemos y que nos vemos obligados a enfrentar con cada vez más frecuencia debido a los avances tecnológicos como la IA. En lugar de limitar nuestra imaginación a un discurso de derechos centrado en lo humano, que batalla para incorporar a los humanos mejorados y a las máquinas sintientes en la categoría de seres humanos, tal vez ha llegado el momento de desvincular lo humano de los derechos humanos.