El aumento del autoritarismo y el declive democrático en todo el mundo están bien documentados, pero el análisis de por qué está ocurriendo esto y la priorización de qué hacer al respecto no está tan claro. Las formas en que los movimientos sociales incorporan la diversidad y crean espacios de reflexión conjunta —incluidas las prácticas narrativas–son, por tanto, más importantes que nunca, para que los actores del movimiento modelen los valores democráticos que defienden y puedan encontrar una causa común con aliados potenciales que puedan tener enfoques o prioridades diferentes.
Las fuerzas antidemocráticas se basan en alimentar sociedades profundamente divididas con una dieta de alteraciones peligrosas de cualquier "grupo externo" racial, étnico, de género o religioso al que se deba culpar de los males de la sociedad. Al operar en estos contextos de división, los actores prodemocráticos y defensores de los derechos luchan a menudo contra la fragmentación entre movimientos y aliados potenciales.
El proyecto Narrative Engagement Across Difference (NEAD) fue diseñado por un consorcio de organizadores, académicos y filántropos para analizar en profundidad las prácticas narrativas desde un punto de vista multidisciplinar y reflexionar sobre cómo podemos impulsar una acción colectiva más eficaz dentro de movimientos diversos y de amplia base.
El equipo de NEAD parte de una comprensión amplia de la "narrativa" como proceso de creación de significado, al reconocer que los seres humanos se entienden a sí mismos y al mundo que los rodea a través de historias (personajes, líneas argumentales y valores). Existe un interés creciente por los estudios y la práctica de la narrativa en el ámbito del cambio social y la construcción de movimientos. Muchos profesionales de la narrativa y financiadores están utilizando medios creativos para construir una infraestructura narrativa y aumentar el poder, especialmente para aquellos cuyas voces han sido tradicionalmente marginadas o “alternizadas”, y sin embargo seguimos experimentando la fragmentación y la otredad tóxica dentro de muchas de nuestras ecologías de movimiento donde el espacio cívico se está cerrando.
Para fundamentar la futura exploración de NEAD en la investigación existente, el equipo publicó hace poco las conclusiones de una amplia revisión bibliográfica. El informe clasifica tres áreas de práctica narrativa que apoyan la colaboración entre grupos que se unen con el objetivo de reducir los sistemas de autoritarismo y reforzar los valores democráticos:
- Legitimidad: cómo las narrativas regulan y determinan la naturaleza de las interacciones entre las personas (es decir, cómo nos posicionamos a nosotros mismos y a los demás como legítimos, dignos, buenos o malos);
- Poder: la dinámica de las relaciones y la toma de decisiones en el paisaje narrativo (es decir, cómo y dónde se ejerce el control o se experimenta el privilegio para determinar lo que es aceptable, normal o transgresor).
- Complejidad: la capacidad de cualquier relato para evolucionar y cambiar (es decir, cuándo y cómo la elaboración de descripciones matizadas y polifacéticas de personas, acontecimientos y valores produce relatos y significados múltiples, complejos y evolutivos).
La investigación brinda varias provocaciones –o cuentos con moraleja– con implicaciones para las prácticas narrativas habituales dentro de los movimientos sociales que vale la pena destacar y con las que vale la pena luchar.
En primer lugar, ¿deberíamos buscar una "narrativa compartida"? En el trabajo en coalición, a menudo asumimos que si compartimos una narrativa del cambio social que buscamos, entonces tendremos actitudes compartidas y podremos compartir el trabajo y la acción colectiva (por ejemplo, "Los inmigrantes son bienvenidos"). Pero esforzarse por negociar una narrativa compartida, si bien es una práctica común en los objetivos de comunicación estratégica para llegar a un público más amplio con opciones coherentes para enmarcar y comunicar mensajes, podría obstaculizar nuestra capacidad de aportar diferentes perspectivas a los movimientos prodemocráticos.
Buscar una narrativa compartida como punto de partida para convocar aliados que luego impulsen la acción colectiva también conlleva el riesgo de desarrollar narrativas excesivamente simplificadas entre quienes ya piensan igual y que pueden quedarse "atascados en su historia" sin la ventaja de que se les empuje a ver más allá de sus propios puntos ciegos. En cambio, la complejización de las narrativas puede ser una herramienta de construcción de movimientos, que permite que tanto las personas como las historias de experiencias vividas tengan capas, matices, con múltiples identidades y contextos que puedan entretejerse.
En segundo lugar, deslegitimar a los "otros" suele ser contraproducente y abre el camino a narrativas dañinas. Cuando las personas se sienten escuchadas, se abren a la reflexión, consideran alternativas a sus propios puntos de vista y se comprometen mejor para generar confianza y profundizar en las relaciones. Las narrativas que deslegitiman y promueven la alteridad, de forma intencionada o no, cierran esta apertura: por ejemplo, "Cuidado con dejar salir del zoológico a los Trump-a-saurus Rex, o causarán estragos en nuestra democracia." Determinar cuándo nuestras estrategias narrativas están socavando nuestros objetivos generales del movimiento de una sociedad pluralista a largo plazo es una práctica reflexiva crucial.
Cuando los movimientos se alimentan de un espíritu de "nosotros contra ellos", alimentamos el manual autoritario que se nutre de la táctica de dividir y dominar. Esta lección se aplica a la legitimación de todos los tipos de diferencias (ideológicas, generacionales, raciales, religiosas; tanto dentro de nuestros grupos como entre grupos), no como un llamado a que todo el mundo "se lleve bien", sino a comprometerse con una práctica reflexiva de implicar a diversos actores y su experiencia vivida para ampliar la participación en el movimiento, lo cual desenmascara al mismo tiempo los sistemas de discriminación y opresión que siembran la división y el daño.
En tercer lugar, la activación de las emociones negativas como motivadoras tiene consecuencias. A corto plazo, emociones negativas como la ira y la indignación son motivadores probados de la participación en movimientos, en especial en entornos represivos y en el contexto de la participación en línea. Las compensaciones demostradas por el informe NEAD indican que el uso de la ira para movilizar a menudo puede dar lugar a un paisaje narrativo simplificado de tener malos actores o ira justificada que establece una impugnación de las narrativas dominantes carentes de complejidad. Las narrativas simples que hacen énfasis en la necesidad de seguridad son una táctica común utilizada por los regímenes autoritarios. Aunque hay situaciones en las que se necesita claridad moral en un mensaje simplificado —por ejemplo, "La brutalidad policial y el asesinato de civiles está mal y debe terminar"—, el llamado a la participación en el movimiento que reconoce la ira y el dolor justificados, al tiempo que complejiza la naturaleza de las injusticias sistémicas, puede ayudar a diversificar la participación en el movimiento. A largo plazo, las conclusiones del informe plantean que las narrativas simples que se basan en la activación de las emociones negativas pueden impedir las conversaciones necesarias y un mayor apoyo a las reflexiones críticas entre los aliados potenciales.
Esto es sólo una muestra de la riqueza de los hallazgos de la revisión bibliográfica. El esfuerzo inicial de análisis multidisciplinar pretendía ofrecer a los profesionales y financiadores material para la reflexión sobre las prácticas narrativas dentro de los movimientos para construir un poder colectivo más fuerte para hacer frente al autoritarismo y fomentar el espacio democrático y cívico. El equipo de NEAD se compromete a aunar esfuerzos con socios de aprendizaje dentro del ecosistema a favor de la democracia y los derechos para seguir reflexionando y experimentando con estas prácticas narrativas en diferentes contextos.