Está claro que las empresas de combustibles fósiles extraen, refinan y comercializan los combustibles de carbono que, cuando se usan como se pretende, aportan el 87 % de todo el CO2 derivado de los combustibles, el cemento y el uso de la tierra (y alrededor del 62 % de todas las emisiones de gases de efecto invernadero) que impulsan el calentamiento atmosférico y los cambios climáticos.
Con base en la teoría de que los productores de combustibles fósiles tienen una responsabilidad sustancial por los efectos adversos de sus productos, el Climate Accountability Institute investiga cuánto contribuyen al cambio climático las mayores empresas de petróleo, gas y carbón, en términos cuantitativos. En un conjunto de datos publicado en octubre de 2019, concluimos que las 20 principales empresas, colectivamente, produjeron los combustibles que dieron lugar a la emisión de 480 mil millones de toneladas de dióxido de carbono y metano (GtCO2e) de 1965 a 2017. Esto representa el 35 % de las emisiones mundiales de combustibles fósiles en ese periodo (1.35 billones de tCO2e). Algunos de los principales contribuyentes son Saudi Aramco, Chevron, Gazprom, ExxonMobil, BP y Royal Dutch Shell (véase la tabla a continuación).
Tabla 1: Emisiones de las veinte principales empresas de petróleo, gas y carbón durante el periodo de 1965 a 2017.
También se enumeran las emisiones mundiales de combustibles fósiles y cemento, y las emisiones de las empresas se muestran como un porcentaje de las emisiones mundiales durante el mismo periodo.
Siete octavos de las emisiones atribuidas a los productores de carbono se derivan del uso de sus productos —gasolina, diésel, combustible para aviones a reacción, gas natural y carbón— y un octavo, de la extracción, refinación y entrega de combustibles acabados.
Las empresas de petróleo, gas natural y carbón se han beneficiado durante décadas de cientos de miles de millones de dólares en subsidios gubernamentales que incentivan el desarrollo de combustibles fósiles, así como preferencias reglamentarias como los controles de contaminación laxos, términos de arrendamiento favorables para la extracción de recursos en tierras públicas y otros costos financiados por los contribuyentes, como la protección militar para las rutas marítimas. En general, las empresas son las beneficiarias de lo que el economista Nicholas Stern ha llamado el “mayor fracaso del mercado que se haya visto en el mundo”, mediante la privatización de los beneficios y la externalización de los costos y daños. Debemos eliminar gradualmente los subsidios y las preferencias reglamentarias, y fijar el precio del carbono para “internalizar” los enormes costos de los daños climáticos que ahora son pagados en su mayor parte por personas que no causaron el problema, como los agricultores de hoy y los niños de mañana.
Nos centramos en los productores de combustibles fósiles y cemento porque la industria sabía desde muy pronto que sus productos desestabilizarían el clima, lo que amenazaba su modelo de negocio basado en un crecimiento continuo de la producción y comercialización de combustibles de carbono. Por lo tanto, tienen la responsabilidad moral de afrontar las repercusiones del uso de sus productos. Pero en lugar de tomar medidas para aliviar los daños, las empresas siguieron invirtiendo en producción adicional, financiaron campañas para desinformar al público y retrasar la adopción de medidas legislativas, y buscaron ampliar y perpetuar la economía del carbono, como si no importaran las consecuencias.
El Climate Accountability Institute se creó en 2011 para realizar el trabajo científico necesario para enfrentar a las empresas de combustibles fósiles y (esperábamos) aprovechar el compromiso de ajustar su producción y sus emisiones futuras a los objetivos incorporados en el Acuerdo de París y la labor del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés).
El arco del trabajo del CAI , desde atribuir las emisiones a los productores de carbono, modelar su impacto en el clima global, publicar documentos científicos y contribuir a los esfuerzos para hacer que las empresas rindan cuentas por los daños climáticos, se ilustra en la siguiente figura.
El trabajo tiene dos ejes principales.
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En primer lugar, la atribución a las fuentes: esto implica cuantificar las emisiones atribuibles a las empresas de combustibles fósiles desde la extracción y el procesamiento hasta el transporte, la entrega y la combustión, con base en la producción histórica de petróleo, gas natural y carbón de cada entidad desde la década de 1860 hasta nuestra última actualización en 2017 (véanse las fases 1 y 2 en la figura anterior y la Tabla 1).
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En segundo lugar, la atribución como un esfuerzo científico para modelar los efectos climáticos derivados de las emisiones relacionadas con cada uno de los principales productores de carbono. Estos modelos climáticos cuantifican el aumento de la concentración atmosférica de CO2 y CH4 y el consiguiente incremento del forzamiento radiativo, las temperaturas superficiales, el nivel del mar y la acidificación de los océanos del mundo (véanse las fases 3, 4, 5 y 6 más arriba). El forzamiento radiativo se refiere a la disminución de la irradiación de energía térmica infrarroja hacia el espacio por la atmósfera enriquecida con CO2. La acidificación de los océanos se refiere a la absorción de dióxido de carbono en las capas superficiales del océano que acidifica el agua, lo que luego afecta la construcción de arrecifes de coral, provoca eventos de blanqueamiento de corales, diezma viveros marinos esenciales y afecta los medios de subsistencia de los pescadores.
Estos resultados cada vez revisten mayor interés para los litigantes climáticos, las comisiones de derechos humanos, los analistas financieros, los accionistas, los reguladores, los científicos y los activistas de energía y clima.
La ciencia de la detección y la atribución está mejorando rápidamente. Y aunque cada vez podemos vincular con mayor confianza las emisiones con un nivel de riesgo más elevado, y el aumento de la incidencia y la magnitud de los daños con la interferencia humana en el sistema climático —la huella humana sobre el aumento de los daños climáticos—, es más difícil establecer un vínculo entre las emisiones atribuidas a los productores individuales de combustibles fósiles y los daños climáticos antropogénicos. No se trata simplemente de un ejercicio proporcional en el que las emisiones históricas de cada empresa de petróleo, gas y carbón (por ejemplo, el 3.2 % que corresponde a Chevron de las emisiones globales de CO2 y CH4 desde 1965) se utilizan para asignar los costos de adaptación a las empresas de combustibles fósiles. Además, hay otros actores que contribuyen a las emisiones y, por lo tanto, tienen cierta responsabilidad por el cambio climático, incluidos los consumidores particulares y los emisores empresariales, así como las naciones, las líneas aéreas, las empresas y los proveedores de servicios eléctricos, por nombrar algunos.
Algunas entidades son más responsables que otras, y nosotros sostenemos que a los productores de petróleo, gas y carbón les corresponde la mayor parte de la responsabilidad, no solo por los daños climáticos y por compartir el costo de la adaptación, sino también por la obligación moral (y tal vez jurídica) de acelerar la descarbonización de la economía energética mundial. Algunas empresas están respondiendo de manera positiva a este desafío: Repsol, la mayor empresa española de petróleo y gas, se comprometió recientemente a reducir a cero sus emisiones netas para 2050 en toda su cadena de suministro, y otras grandes empresas están avanzando en esa dirección, como BP, Royal Dutch Shell y Equinor.
En mi opinión, este cambio se debe a múltiples factores contribuyentes: la revaluación de sus responsabilidades fiduciarias y sociales, el aumento de la conciencia pública, las manifestaciones públicas, el riesgo que implica rezagarse para su reputación, el costo futuro de las medidas gubernamentales (como un impuesto considerable al carbono), la presión de los inversionistas y la rentabilidad de las energías renovables de bajo costo.
Las señales son claras. Si queremos preservar la civilización mundial tal como la conocemos, las emisiones de carbono deben disminuir rápidamente hasta llegar a cero emisiones netas para mediados de siglo. Para ello, se requiere una transformación masiva de billones de toneladas del sistema energético global; el desmantelamiento de plantas, plataformas de perforación, minas, tuberías, refinerías, calderas, vehículos y todo tipo de infraestructura de carbono, y la construcción de una infraestructura nueva (aunque menos masiva) para captar, almacenar, transportar y utilizar los nuevos sistemas de energía renovable. Pero también se requiere la inversión de billones de dólares y el despliegue de nuevos sistemas ingeniosos y eficientes. La carga de esta transición no debe recaer solo en las naciones del mundo, y sus contribuyentes, sino también, en gran medida, en las empresas de combustibles fósiles que han prolongado deliberadamente esta transformación.
En mi opinión, esta transición ha sido inevitable durante décadas, lo hemos sabido durante décadas, y desperdiciamos tiempo muy valioso, evadimos nuestras responsabilidades y pasamos el costo a nuestros hijos. Las principales empresas de combustibles fósiles comprenden su papel y la importancia existencial de liderar la transición hacia una economía con bajas emisiones de carbono. Tengo la esperanza de que las empresas —y naciones— que tomen el liderazgo prosperen, y que las rezagadas no obstruyan el camino.