En todo el mundo, las violaciones de derechos humanos parecen haberse disparado, los activistas enfrentan ataques y los gobiernos se muestran cada vez más indiferentes ante las campañas para proteger los derechos humanos. Ya sea que estemos presenciando los “últimos días de los derechos humanos” o un momento de inflexión para la comunidad de derechos humanos, es evidente que se trata de un periodo de gran volatilidad e incertidumbre. Los modelos y prácticas tradicionales ya no son suficientes para los grupos de derechos humanos.
Gran parte de la conversación sobre esta nueva realidad se ha centrado en dos factores: el populismo y el autoritarismo político. Pero hay un tercer factor, la polarización política intensa, que está desgarrando a las democracias de todo el mundo —desde Brasil, India y Kenia hasta México, Estados Unidos y el Reino Unido— con consecuencias peligrosas para nuestras sociedades e instituciones.
Thomas Carothers, vicepresidente sénior de estudios del Carnegie Endowment for International Peace, explica en su volumen editado Democracies Divided (Democracias divididas) que aunque el contexto y los factores que alimentan la polarización varían mucho, los efectos en la sociedad son sorprendentemente similares. Ya sea que esté motivada por la religión, el origen étnico o la ideología, la política se está convirtiendo en un choque constante de identidades.
En el Fondo para los Derechos Humanos Mundiales, hemos observado varias áreas donde la polarización está trastocando el trabajo en materia de derechos humanos en todo el mundo.
En muchos países, la polarización está impulsando nuevas violaciones de derechos humanos. Desde las guerras civiles en Costa de Marfil y la violencia intercomunal en India hasta los golpes militares en Egipto y el dominio iliberal de un solo partido en Turquía, la polarización aviva la discriminación, el discurso de odio y la violencia a través de las divisiones, a menudo contra las minorías religiosas y étnicas.
En muchos países, la polarización está impulsando nuevas violaciones de derechos humanos.
A nivel táctico, gracias a la polarización, los objetivos y las alianzas tradicionales de los activistas resultan ineficaces, ya que las instituciones que deberían velar por la protección de los derechos humanos —como el poder judicial o los órganos oficiales de supervisión— están debilitadas o fueron capturadas por uno de los bandos políticos. En Democracies Divided, se sostiene que la reducción del poder de la oposición parlamentaria en los contextos polarizados también ha disminuido la capacidad de responsabilizar a las autoridades por los atentados contra los derechos humanos. En lugares como India y Turquía, el dominio político ha avivado las violaciones de derechos y sofocado el escrutinio adecuado.
Otro efecto importante de la polarización es que disminuye la capacidad de los grupos de derechos humanos para moldear la percepción pública. Gran parte de la defensa y promoción de los derechos humanos depende de la influencia en la opinión pública, pero parece que las actitudes se han vuelto más profundamente arraigadas y determinadas por el lado de la división política en el que se encuentra cada persona. A medida que los medios de comunicación se polarizan más, a los activistas de derechos humanos les resulta más difícil llegar al público y convencerlo. Las redes sociales, esa cámara de eco en línea que alguna vez se promocionó como un medio para que los grupos evadieran las plataformas tradicionales, ahora presentan otro desafío importante para la difusión pública.
Por último, la polarización política es un motor clave del fenómeno del cierre de espacios que afecta a la sociedad civil en todo el mundo. Dado que la intensa polarización elimina la posibilidad de cuestionar a cualquiera de los lados de una división política sin ser objeto de difamaciones, amenazas o incluso ataques, los activistas de derechos humanos quedan en riesgo de no poder trabajar en absoluto.
India ofrece un ejemplo contundente de cómo estos diferentes efectos pueden confluir en una tormenta perfecta para los derechos humanos. En Democracies Divided, el erudito indio Niranjan Sahoo describe que “la escala y la intensidad de la intolerancia que se observa en India hoy en día son extremadamente altas desde una perspectiva histórica. Las turbas mayoritarias han atacado con impunidad a las minorías, personas defensoras de los derechos humanos y activistas”. Los dalits —el grupo social más bajo en el sistema de castas de India— y los musulmanes han sido víctimas de linchamientos y violencia colectiva. Pero aunque estas agresiones se han disparado, la Oficina Nacional de Registros de Delitos decidió dejar de recopilar información sobre este tipo de delitos de odio. Mientras tanto, la oposición política en el parlamento nacional y en los parlamentos estatales se ha debilitado gravemente y los medios de comunicación han caído bajo la influencia de los intereses progubernamentales, lo que priva a los grupos de derechos humanos de importantes alianzas estratégicas. Además de las agresiones físicas y los procesos, se cancelaron las licencias para recibir financiamiento extranjero de miles de ONG y se prohibió a varias fundaciones que apoyen el trabajo en el país.
La respuesta de los grupos de derechos humanos
Entonces, ¿cuál ha sido la respuesta de los donantes y activistas de derechos humanos ante estos desafíos? En el Fondo, hemos visto cómo nuestros aliados intensifican sus esfuerzos para combatir los efectos de la polarización de maneras increíblemente poderosas.
Un informe reciente de JustLabs y el Fondo, Be the Narrative (Sé la narrativa), ofreció una mirada a la forma en que los activistas están adoptando nuevas estrategias creativas —arraigadas en el poder de la cultura, la comunidad y la cooperación— para contrarrestar el populismo y el autoritarismo político. Esas tácticas innovadoras también podrían ofrecer el antídoto contra la polarización política. Y las estrategias que han tenido éxito en Estados con una larga historia de políticas divisivas ahora podrían aplicarse en países que recién enfrentan una polarización intensa, como el Reino Unido o los Estados Unidos.
Los grupos de derechos humanos utilizan cada vez más argumentos culturales y formatos creativos atractivos para llegar a públicos de todas las tendencias políticas.
En India, el Fondo se ha aventurado en el floreciente ámbito de la comedia en el país, patrocinando una serie de espectáculos en vivo en los que participan comediantes de comunidades marginadas que hablan sobre los temas que los afectan. En Filipinas, el Fondo apoyó a un artista local que está cuestionando los discursos dominantes sobre la sangrienta guerra contra las drogas en el país. Los grupos de derechos humanos utilizan cada vez más argumentos culturales y formatos creativos atractivos —como el arte, la música, el teatro y la comedia— para llegar a públicos de todas las tendencias políticas.
A través de su asociación con JustLabs, el Fondo también está apoyando un emocionante proyecto piloto en Venezuela. Se trata de un camión que entrega bienes esenciales como alimentos, agua o incluso Wi-Fi a comunidades marginadas junto con un servicio crítico: asesoramiento jurídico gratuito. Este tipo de acción comunitaria, organizada en el contexto de la emergencia humanitaria de Venezuela, permite a los grupos de derechos humanos crear confianza y entablar relaciones con las personas a las que prestan servicios.
Por último, los grupos a los que respalda el Fondo responden a la polarización con un renovado interés en la cooperación. Los autores de Democracies Divided advierten que no hay que tratar de “combatir el fuego con fuego” en los contextos muy polarizados, ya que muchas veces esto solo beneficia a los instigadores: los “polarizadores asimétricos” que avivan la controversia y la hostilidad para cosechar los beneficios. En estas difíciles condiciones, algunos defensores de derechos humanos han comenzado a buscar puntos en común más allá de las divisiones políticas. Por ejemplo, el grupo filipino ActiveVista se ha adaptado a las condiciones contenciosas tendiendo puentes hacia sus críticos en línea para interactuar con ellos e influenciarlos; a esto le llaman “empatía radical”. El alcalde de Estambul, Ekrem İmamoğlu, adoptó un enfoque similar, respondiendo a ataques sumamente personalizados con un mensaje de “amor radical”.
La polarización intensa se está extendiendo por todo el mundo, y no hay indicios de que vaya a disminuir. Las lecciones que puedan compartir los defensores de primera línea sobre cómo mitigar sus efectos serán cada vez más importantes a medida que la comunidad de derechos humanos trata de abrirse camino en este nuevo y peligroso contexto y afrontar sus causas subyacentes.