Foto: UN Women/Pathumporn Thongking/Flickr (CC BY-NC-ND 2.0)
En 2017, el movimiento #MeToo inició una conversación sobre la violencia contra las niñas y mujeres, la justicia de género y el poder de alzar la voz sobre la violencia sexual y de género. A medida que el movimiento ingresa a su tercer año, es hora de reflexionar sobre la magnitud de su impacto, especialmente en las naciones del Sur global, reconociendo que lxs activistas feministas jóvenes han liderado este movimiento desde el principio, mucho antes de que se convirtiera en una etiqueta. De hecho, lxs jóvenes feministas están redefiniendo el movimiento #MeToo, en formas que van más allá de ser solo una etiqueta viral de moda que afecta a una población minúscula.
El acoso sexual afecta a lxs jóvenes de manera desproporcionada: las mujeres jóvenes y lxs jóvenes de género no conformista, en particular entre las edades de 16 y 19 años, tienen cuatro veces más probabilidades de sufrir acoso o abuso sexual. Una investigación publicada por FRIDA | El Fondo de Jóvenes Feministas y MamaCash sobre organizaciones dirigidas por niñas y adolescentes alrededor del mundo revela que, si bien es cierto que algunos problemas son específicos a ciertas regiones o culturas, el problema que moviliza con más frecuencia a las niñas y las adolescentes de todo el mundo es la violencia de género.
En este sentido, el movimiento #MeToo tiene particular relevancia para lxs activistas feministas jóvenes en todos los rincones del planeta. Sin embargo, nuestros esfuerzos de organización van más allá de esta etiqueta, y algunxs activistas se están cuestionando la validez y el alcance de su impacto.
A medida que nos movemos entre diferentes contextos, no solo cambia la respuesta a #MeToo, sino que también evoluciona la forma en que los grupos de jóvenes feministas contraatacan la violencia sexual.
En la República Checa, por ejemplo, donde lxs feministas luchan contra la cultura de la violación que envuelve las convenciones sociales, el efecto de #MeToo ha sido distinto: “Desafortunadamente, en mi país, la opinión general sobre #MeToo es muy negativa. Se explica y describe como una cacería de brujas y un concepto loco de ‘Occidente’. Desde mi perspectiva... nos permite mostrar estadísticas convincentes, lo que demuestra que no son meros números. Detrás de esto, hay historias reales de personas reales”, dice Johanna Nejedlova, cofundadora de Konsent, un grupo de jóvenes feministas cuya misión es ayudar a lograr la igualdad de género en el país oponiéndose al sexismo, deconstruyendo mitos en torno a las violaciones y promoviendo el sexo consensuado. Konsent diseñó su contenido web para ilustrar lo absurdo de los mitos sobre las violaciones y hacer frente a las relaciones de poder que intervienen en cualquier conversación sobre violación y agresión sexual. “El movimiento #MeToo nos dio visibilidad”, dice Nejedlova. “Nos entrevistaron mucho sobre el tema de la violencia sexual, la violación y el acoso sexual. [Pero] para ser honesta, la generación checa de más edad no considera que el acoso sexual sea algo inapropiado”.
A medida que nos movemos entre diferentes contextos, no solo cambia la respuesta a #MeToo, sino que también evoluciona la forma en que los grupos de jóvenes feministas contraatacan la violencia sexual. En Egipto, por ejemplo, The BuSSy Project es un conocido colectivo feminista que documenta historias censuradas e inéditas sobre el género de todo el país. Cuando se le preguntó acerca de la fiebre del #MeToo, Sondos Shabayek, directora de proyectos en BuSSy, dijo: “En ciertos sentidos sí [se extendió] y en otros no. Con lo que nos identificamos fue con la ola de apertura y de contar historias. El origen del movimiento y las principales historias fueron del mundo occidental. Y aunque muchas historias son similares, creo que no fue lo mismo para nosotras”.
De hecho, el movimiento para terminar con la violencia de género se tiene que complicar, contextualizar y descolonizar para que tenga eco a nivel mundial. La violencia funciona de manera distinta de un continente a otro. Para organizaciones como BuSSy, que trabajan desde una geografía específica con una historia específica, el movimiento #MeToo puede no parecer relevante.
The BuSSy Project interpretando 'Mírala' en Chouftouhonna, el Festival Internacional de Arte Feminista de Túnez. Crédito de la foto: The BuSSy Project, Egipto.
En India, el progreso del movimiento #MeToo es particularmente complejo. Incluso antes de que la etiqueta comenzara a llamar la atención, en octubre de 2017, Raya Sarkar, una joven estudiante de derecho de la Universidad de California en Davis, publicó una lista acusando a académicos del sur de Asia de acoso sexual. Raya, quien se identifica como una persona dalit (de casta inferior, traducida libremente como “intocable” en el sistema de castas indio), desencadenó la tendencia de denunciar y desprestigiar a los perpetradores de violencia sexual, sobre todo a aquellos que gozan de posiciones de poder social y económico extremo. Sin embargo, a medida que el movimiento fue cobrando impulso, las mujeres cis, de casta superior y clase alta se quedaban con la estafeta en lugar de pasarla. Aunque las jóvenes indias han ejercido un liderazgo notable en el movimiento #MeToo y han hecho grandes avances en la denuncia del sexismo en su sociedad, las voces de las jóvenes dalits no han ocupado un lugar prominente. Amna Nasir, periodista paquistaní y becaria del programa para jóvenes feministas en los medios con FRIDA y The FBomb, exhibió hace poco las realidades de quiénes están realmente en el centro de la atención de #MeToo en India, y qué grupos continúan marginados.
En Pakistán, TransAction observa que #MeToo no ha respondido a las experiencias cotidianas de acoso que viven las comunidades transgénero y queer.
En Pakistán, un país donde las mujeres llevan años soportando la violencia sistémica, #MeToo realmente no surgió como una respuesta o solución definitiva. TransAction, un grupo de jóvenes feministas que trabaja para promover la conciencia, la visibilidad y la aceptación cultural y legal de las personas con orientaciones sexuales e identidades de género alternativas, observa que #MeToo no ha respondido a las experiencias cotidianas de acoso que viven las comunidades transgénero y queer.
De hecho, no todas las culturas y contextos han estado tan dispuestos a siquiera adaptar la etiqueta viral. La cobertura de The Guardian sobre Thaiconsent (un grupo coparte de Frida en Tailandia) explica que la cultura tailandesa no es muy contenciosa y que intentan liberarse de una cultura que vilipendia la libertad sexual de las mujeres mediante la creación de sus propias etiquetas. La etiqueta #donttellmehowtodress (no me digas cómo vestirme), que se hizo viral en Tailandia el año pasado, tenía como objetivo particular cambiar las percepciones sobre las personas sobrevivientes y responsables de las agresiones sexuales. Wipaphan Wongsawang, fundadora de Thaiconsent, explica: “Todo el movimiento [de #MeToo] estaba en inglés; la barrera del idioma es algo tremendo”.
Si bien la etiqueta #MeToo puede impulsar más conversaciones globales sobre un fenómeno aparentemente universal, lxs jóvenes feministas han estado tratando de encontrar formas más nuevas, audaces y adecuadas al contexto de lidiar con los derechos corporales, la integridad, la violencia sexual y cómo sobrevivir al trauma. Lo que conecta a cada una de estas organizaciones de jóvenes feministas es la forma en que afrontan los prejuicios culturales y sociales antes de abordar el problema aparentemente más grave de acabar con la violencia. Atacan la causa fundamental del problema, recurriendo a un lenguaje más o menos localizado, etiquetas propias, narraciones vívidas y grafiti artístico para hacer entender los aspectos básicos del consentimiento, la cultura y el contexto.
Integrantes de Las Hijas del Rap, un colectivo de artistas de hip hop feministas en México dedicadas a la erradicación de la violencia de género
Phana La Yucatecana Mulixa, integrante de Las Hijas del Rap, un grupo de rap “artivista” mexicano, señala las repercusiones del movimiento viral. “Con #MeToo surgieron temas como el suicidio, ya que ahora las mujeres se encontraban en situaciones en las que, después de contar sus historias, no tenían ninguna clase de redes de apoyo. Lo que más me preocupó fueron las acciones de intervención después de una denuncia, porque muchas no tenían ningún apoyo emocional ni legal. Muchas se sienten solas y caen en la depresión o intentan suicidarse”, dijo.
Después de un análisis más cuidadoso, comenzamos a ver las realidades de lxs sobrevivientes que enfrentan múltiples formas de opresión, cuyos opresores parecen ser parte del movimiento dominante. En muchos sentidos, el activismo feminista joven está tratando de apropiarse de #MeToo a la vez que critica sus limitaciones de una manera verdaderamente interseccional.
Todas las agrupaciones de jóvenes feministas citadas en este artículo son grupos copartes de FRIDA. FRIDA es el único fondo liderado por jóvenes feministas que apoya el activismo liderado por jóvenes feministas en el Sur global. Para obtener una lista completa de las organizaciones que FRIDA respalda, haga clic aquí.