El juicio Ongwen en la CPI: preguntas difíciles sobre los niños soldados

El Ejército de Resistencia del Señor (ERS) es un conocido grupo armado. Operó durante dos décadas en el norte de Uganda. Dominic Ongwen fue uno de sus comandantes. Actualmente, el ERS está agotado, exhausto y fuera de combate. Sus efectos perniciosos, sin embargo, aún persisten. Y su líder, Joseph Kony, sigue prófugo.

El ERS secuestró niños para proveer de personal a sus unidades de combate y apoyo. Muchos de estos reclutas, ahora adultos, enfrentan un futuro incierto. Su reintegración a las comunidades que antes atormentaban es frágil. Los combatientes del ERS emprendieron campañas generalizadas de violación, mutilación y tortura contra la población civil. Aunque están dispuestas a perdonar, las víctimas de esta violencia también piden justicia.

El propio Ongwen entró al ERS como un niño soldado secuestrado en 1988. Se rindió con el cargo de comandante de brigada en enero de 2015 en la República Centroafricana. Poco después, llegó al centro de detención de la Corte Penal Internacional (CPI) en La Haya. El 6 de marzo de 2015, una  Sala de Cuestiones Preliminares de la CPI aplazó la fecha de su audiencia de confirmación de cargos de finales de agosto de 2015 a finales de enero de 2016.  

Las líneas entre las víctimas y los victimarios en la atrocidad suelen ser porosas.  

La CPI ha acusado formalmente a cinco líderes del ERS. Ongwen es el único detenido. Otro está muerto. Otros tres más (incluido Kony) siguen en libertad (aunque es probable que uno de ellos también haya muerto). Ongwen enfrenta tres cargos de crímenes de lesa humanidad y cuatro cargos de crímenes de guerra derivados de un ataque a un campamento de personas desplazadas en el 2004. Estos cargos reflejan solamente una pequeña porción de lo que se cree es su patrón general de delincuencia.

Ongwen es uno de los individuos acusados por la CPI más enigmáticos. Actualmente tiene 35 años. Dice que el ERS lo secuestró mientras caminaba a la escuela a los 14 años. En realidad, su afirmación es más bien modesta: muchos otros informes confiables calculan que su edad al momento del secuestro era menor (tan joven como de 9 o 10 años). Ongwen, por lo tanto, fue víctima de uno de los crímenes por los que ahora se le enjuicia, es decir, la esclavitud como crimen de lesa humanidad. Pero esta paradoja no es de extrañar. Las líneas entre las víctimas y los victimarios en la atrocidad suelen ser porosas.  

Algunos niños soldados, como Ongwen, se convierten en líderes brutales. La presentación de evidencias de que Ongwen alcanzó la adultez en el ERS podría atenuar su condena. Es imposible separar lo que Ongwen es hoy de sus inicios como un adolescente en el ERS. Ongwen es un candidato ideal para lo que los teóricos del derecho penal podrían llamar la defensa del “contexto social deteriorado”. Aunque Ongwen será juzgado como adulto por lo que hizo como adulto, sigue siendo la persona más joven bajo custodia de la CPI.  

El temperamento de Ongwen es complejo en otros sentidos. Aparentemente, Ongwen era uno de los líderes menos abusivos del ERS. Era capaz tanto de crueldad como de misericordia. Bebía mucho. Kony casi lo ejecutó en dos ocasiones. El propio Ongwen contemplaba escapar. De hecho, dejó que sus concubinas escaparan con sus numerosos hijos. Una de sus “esposas de campaña” ahora pide su regreso a casa en Uganda y que se beneficie de la amnistía que dio el gobierno a los combatientes del ERS para acabar con la guerra. Dice que, justo como a ella, lo llevaron al ERS a “una tierna edad”. Por consiguiente, de nuevo justo como ella y como miles de otros, debería ser amnistiado y perdonado. Algunos otros ugandeses están de acuerdo con esta idea, incluidas algunas víctimas de la violencia perpetrada por los niños soldados que desean que Ongwen participe en las ceremonias de reintegración. Sin embargo, otros ugandeses no están de acuerdo, como algunos niños soldados que opinan que Ongwen “se excedió” y debe ser castigado. La amnistía es superficial; el perdón debe ganarse. Y, para ser claros, Ongwen eligió deliberadamente el sadismo y la violencia extrema como una manera de obtener poder, estatus e influencia en el ERS. Mató para prosperar en vez de solamente para sobrevivir.

El juicio de Ongwen podría tener la función narrativa de desentrañar las complejidades del problema de los niños soldados. En la actualidad, la existencia de los niños soldados sigue siendo una calamidad mal entendida, particularmente susceptible a entendimientos simplistas. Con esto quiero decir que la visión dominante del niño soldado es la de un niño africano que aún no pasa la pubertad, turbado y sin culpas, apenas capaz de cargar armas y acomodarse los calcetines, brutalizado por grupos rebeldes enloquecidos. Esta imagen oscurece tanto como aclara. Es inadecuada. Los niños soldados, como sostengo en mi libro Reimagining Child Soldiers (Reimaginar a los niños soldados), se encuentran en todos los continentes y surgen en conflictos por todo el mundo (incluidos los usados recientemente por ISIS y por otros en Siria y Libia). Además, la mayoría de los niños soldados son adolescentes. Muchos se ofrecen voluntariamente para luchar por lo que consideran una causa política legítima. Hay una gran diversidad en cuanto a cómo entran los niños al conflicto y, una vez dentro, qué hacen. Reconocer esta diversidad es esencial para el éxito de la reintegración individual. Alrededor del 40 % de los niños soldados en el mundo son niñas; muchas de ellas son esclavas sexuales, pero algunas son combatientes y jefas de unidad.


Flickr/Robin Yamaguchi (Some rights reserved)

Ex-child soldiers and abductees in Uganda.


Me temo que, al dirigir los ojos de la comunidad mundial hacia un niño soldado que se convirtió en uno de los líderes de una infame agrupación rebelde africana, el proceso Ongwen reforzará el sensacionalismo.  Sería una lástima que enjuiciar penalmente a un ex niño soldado terminara alejando la mirada de la comunidad internacional de las complejidades del problema de los niños soldados. Sería aún más lamentable si el juicio Ongwen cautivara esa mirada y la llevara hacia gastados estereotipos. Esto podría suceder si el equipo defensor solo lo presenta como un niño inocente, y la fiscalía responde ignorando claramente el hecho de que entró al ERS siendo un niño y llegó a la adultez en ese terrible contexto.

Según las célebres palabras de Hannah Arendt en Eichmann in Jerusalem (Eichmann en Jerusalén), a final de cuentas, un proceso penal se trata de la culpabilidad o la inocencia de ese acusado que está en el banquillo. Su punto es acertado. Pero los juicios también pueden tener utilidad didáctica y pedagógica. Educan, explican e iluminan. Fomentar este objetivo significa, en el caso de Ongwen, que el juicio tiene que enfrentar las realidades del fenómeno de los niños soldados. Tal vez este objetivo tenga demasiados matices para ajustarse a las presiones reduccionistas del juzgado; tal vez es demasiado delicado para sobrevivir al carácter de confrontación inherente a la relación entre la fiscalía y la defensa donde hay un solo ganador absoluto; tal vez es demasiado distante de otras aspiraciones, como la disuasión y la retribución. Pero, al final, creo que es importante intentar. No es posible acabar con el problema de los niños soldados sin antes entenderlo adecuadamente.