Política y pragmatismo en la defensa y promoción de los derechos humanos


Los derechos humanos parecen estar en un estado de crisis existencial, y algunos llegan hasta a proclamar los “últimos días” o el “crepúsculo” del campo. Si bien el historial empírico a largo plazo es mucho más esperanzador de lo que podría sugerir el actual estado de ánimo pesimista, los últimos años tampoco han sido años felices para los derechos humanos. Teniendo en cuenta lo que sabemos sobre las condiciones de alcance (que los derechos humanos tienen más probabilidades de prosperar en un contexto de paz, democracia e igualdad económica), hay motivos legítimos de preocupación por el futuro en un mundo en el que el autoritarismo, el nacionalismo populista regresivo y el fundamentalismo van en aumento.

Como una adaptación al desafiante contexto contemporáneo para los derechos humanos, varios críticos académicos han afirmado que el campo necesita un replanteamiento fundamental. Han instado a los defensores a volverse más “pragmáticos”, abandonando las aspiraciones “utópicas” del derecho internacional de los derechos humanos a cambio de vocabularios y estrategias más flexibles y negociables para lograr cambios. Los críticos sostienen que, si el futuro de los derechos humanos está en duda, esto se debe en parte a una ingenua adhesión al legalismo de miras estrechas.

No cabe duda de que se necesitan enfoques más creativos y sensibles al contexto. A medida que cambian las placas tectónicas normativas, políticas y tecnológicas, está emergiendo un mundo más multipolar, “posterior a la post Guerra Fría”. Se necesitan adaptaciones. Pero ¿qué significa en realidad ser más “pragmáticos” cuando se trata de la defensa de los derechos humanos? ¿Significa esto necesariamente que se deba restar prioridad a los enfoques centrados en las leyes? Si entendemos “pragmático” en el sentido de “eficaz para promover la realización de los derechos humanos” en lugar de algo que simplemente es abierto y no está sujeto a normas legales fijas, entonces no cabe duda de que la respuesta a estas preguntas depende en gran medida del contexto.

El concepto de derechos humanos es fundamentalmente multidimensional y oscila entre los dominios moral, legal y político, de los que obtiene su poder colectivo. Hay posibilidades de promoción y acción dentro y entre cada uno de estos dominios. Lo que se necesita es un enfoque más equilibrado y más multidimensional que lo que hemos visto en el pasado.

Entre otras cosas, esto conlleva la necesidad de cuestionar el guion dominante de la defensa y promoción de los derechos humanos forjado a fines del siglo XX. En general, este guion ha tendido a poner en primer plano las estrategias de cambio ancladas en el dominio moral-legal, mientras que suele mostrarse reacio a relacionarse con las dimensiones más abiertamente políticas de los derechos humanos. Con “políticas” me refiero al ámbito de las decisiones difíciles y las concesiones que afectan la distribución de los recursos y el poder en donde se ejercen los derechos humanos en última instancia. Después de todo, los derechos humanos se tratan de restringir el poder, y la práctica y el discurso de los derechos humanos son foros para la lucha política tanto emancipadora como regresiva.

En un artículo reciente en Human Rights Quarterly, presenté diez ejemplos de cómo podrían ser los enfoques más flexibles, políticos y menos centrados en el derecho. Por ejemplo, esta clase de enfoques podría involucrar una mayor atención a las cuestiones de recursos y distribución que implica la implementación de los derechos humanos, como los presupuestos, las políticas tributarias y las políticas fiscales, entre otras cosas. Estos enfoques también pueden implicar un mayor énfasis en la creación de grupos de apoyo, la movilización, la solidaridad y el “poder popular”. Esto requeriría esforzarse más en involucrar a las personas no convencidas, en lugar de simplemente afirmar y reafirmar las normas legales. En este sentido, es posible que los defensores tengan que inspirarse más en modelos asociados con la resolución de conflictos —negociación, facilitación del diálogo, educación comunitaria y prácticas de escucha— que en la denuncia y confrontación que han constituido el modelo del trabajo tradicional de derechos humanos. Por último, estos enfoques podrían implicar encontrar formas de abordar mejor las amenazas a la seguridad humana que erosionan los cimientos de los derechos humanos: la corrupción, la pobreza, la desigualdad y la reducción de las clases medias en el Norte global. Estos temas no siempre encajan perfectamente dentro de los cuatro cuadrantes de la visión tradicional y legalista de los derechos humanos, pero abordarlos será útil para convencer a los públicos escépticos de que los derechos humanos son esenciales para el bienestar de todos.

Si bien es importante estar más dispuestos a explorar estas y otras estrategias no convencionales, también pueden conllevar costos y concesiones que requieren una evaluación meticulosa. Por ejemplo, al alejarse del derecho para tener una relación más flexible con el ámbito político, existen riesgos de que la defensa y promoción de los derechos humanos se perciba aún más como una forma de política partidista. Esto podría colocar a los defensores en un terreno en el que sus conocimientos especializados sean más escasos y su autoridad moral, más débil. Además, al trabajar más allá de los límites de las interpretaciones legales y conservadoras de los derechos, se corre el riesgo de que el concepto de derechos humanos se vuelva más difuso y vago, una idea para sentirse bien, sinónimo de “justicia social”.

Como esto sugiere, la esencia del pragmatismo en derechos humanos es sopesar los costos y beneficios de estrategias y encuadres particulares frente a las alternativas en lugares y momentos específicos. Si bien hay riesgos al ceñirse demasiado a un guion dominado por las leyes en algunos casos, también existe el riesgo de ir demasiado lejos en el sentido contrario. Un enfoque multidimensional para la defensa y promoción de los derechos humanos es uno que enfatiza las oportunidades y los ganchos para la promoción disponibles en contextos particulares, ya sean morales, legales, políticos o de otro tipo.

Esto apunta a la conveniencia de tener una mayor diversidad de organizaciones de derechos humanos que utilicen una gama más amplia de tácticas de defensa y promoción en el futuro. Ninguna organización puede ni debe tratar de hacer todo, y los grupos legalistas tradicionales, como Human Rights Watch, podrían buscar asociarse con organizaciones que suelen utilizar estrategias más flexibles y menos centradas en el derecho.

Mucho dependerá también de la disposición de los donantes para ayudar a apoyar un ecosistema organizacional más rico y diverso, incluidas aquellas organizaciones dispuestas a perseguir un eje alternativo de defensa y promoción. Fomentar un ecosistema de defensa y promoción que explote mejor la multidimensionalidad de los derechos humanos puede requerir tomar riesgos y hacer algunas apuestas inusuales. Sin embargo, vale la pena hacer estas apuestas, ya que, si bien las dimensiones morales y legales de los derechos siguen siendo parte importante del panorama de defensa y promoción, tampoco resulta obvio que los derechos humanos puedan hacerse realidad en el siglo veintiuno sin abordar de manera más directa las otras dimensiones de los derechos.