Reimaginar el espacio cívico para la esperanza

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Como se dijo en la introducción de esta serie, “un mundo mejor no se va a construir por sí solo”. De hecho, cuando observamos la avalancha de informes y análisis emitidos desde el comienzo de la pandemia de la covid-19 (ver aquí, aquí y aquí), el futuro que se está construyendo en todo el mundo puede parecer más sombrío, más duro y más represivo de lo que podríamos haber imaginado durante la tercera ola de democratización que comenzó en la década de 1970 y continuó a través de la “revolución asociativa global” basada en el discurso democrático y de derechos humanos después de 1989.

Por supuesto, es fácil idealizar un pasado imperfecto, pero recientemente se ha producido una sensación de desilusión en muchas democracias posteriores a la transición, y en todas las democracias del mundo, y se ha tenido la sensación de que el camino hacia un futuro mejor parece borroso, imperfecto o bloqueado de manera activa por los gobiernos antiliberales y la ideología zombi del neoliberalismo. Aunque los activistas de todo el mundo han seguido trabajando contracorriente, la pandemia, en muchos sentidos, ha alimentado este desánimo, este desvanecimiento de la esperanza.

Dicho esto, siguiendo el ejemplo de Kathryn Sikkink, quiero señalar las razones basadas en la evidencia para la esperanza en estos tiempos difíciles. Desde abril de 2020, COVID-DEM ha estado recopilando análisis en todo el mundo para reconstruir una imagen en tiempo real de cómo la pandemia está afectando a la democracia. Con actualizaciones diarias y dos boletines a la semana, la incesante cantidad de malas noticias pesa a menudo sobre el equipo. Sin embargo, para nuestra misión es fundamental identificar también las buenas noticias: historias de resistencia, de innovación, de desafío, de esperanza. Estas son las historias que necesitan más atención porque alimentan nuestra frágil capacidad de imaginar un futuro mejor y proporcionan modelos prácticos que pueden ser emulados en todo el mundo.

Esta entrada se centra en los agudos retos a los que se enfrenta la sociedad civil, que se han intensificado durante la pandemia. La segunda entrada se centra en cómo los actores y los movimientos de la sociedad civil han innovado para hacer frente a estos retos y para contrarrestar el cierre del espacio cívico.

Los informes recientes de los principales organismos de evaluación de la democracia (como Freedom House, el Instituto V-Dem, la Unidad de Inteligencia de The Economist e IDEA Internacional) describen un atlas democrático fragmentado y en retroceso, intensificado por la pandemia. India, considerada ahora como una “autocracia electoral” o “parcialmente libre”, ha abandonado el redil democrático. El ranking de la democracia estadounidense ha descendido de manera considerable. Polonia, que en su día fue una de las estrellas del supuesto club de las democracias de la UE, es el Estado más “autocratizante” del mundo. Los temores inmediatos de un mayor declive mundial se centran en la continuación de las medidas de emergencia más allá de las necesidades de la crisis, o su normalización (el temido efecto “trinquete”).

Vemos un espectro que va desde la amplia represión de la protesta y la disidencia en los Estados no democráticos, hasta los gobiernos “oportunistas autocráticos” que utilizan la pandemia como pretexto adicional para ampliar las medidas preexistentes para cerrar el espacio cívico.

Además de su efecto adverso sobre la democracia, la pandemia ha dado un impulso a las tendencias existentes de cierre del espacio cívico en todo el mundo. En diciembre de 2019, justo antes de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara la covid-19 como una emergencia sanitaria mundial en enero de 2021, el proyecto de investigación global CIVICUS Monitor informó de una “crisis del espacio cívico cada vez más profunda en todo el mundo” en el año anterior, con una creciente represión estatal de las libertades fundamentales de asociación, expresión y reunión pacífica mediante la censura y otras medidas. En 96 países, las autoridades detuvieron a manifestantes de manera injustificada, interrumpieron protestas o hicieron un uso excesivo de la fuerza para impedir que las personas ejercieran su pleno derecho de reunión pacífica. Desde que se publicó el informe, han salido a la luz casos extremos, como la detención arbitraria de unos 7000 manifestantes antigobierno en Bielorrusia en septiembre de 2020, “arrojados a los vehículos policiales como si fueran troncos”, golpeados, hambrientos y torturados.

En cuanto llegó la pandemia, los analistas observaron que las libertades fundamentales para la acción cívica, como la libre circulación de las personas y las libertades de reunión y asociación, fueron las más afectadas. Vemos un espectro que va desde la amplia represión de la protesta y la disidencia en los Estados no democráticos, hasta los gobiernos “oportunistas autocráticos” que utilizan la pandemia como pretexto adicional para ampliar las medidas preexistentes para cerrar el espacio cívico. Los gobiernos de todo el mundo también se han apresurado a aprobar leyes aparentemente destinadas a atajar la desinformación de la pandemia, que han sido utilizadas de manera amplia para reprimir la disidencia en Estados como Kenia, Indonesia y Singapur.

Sin embargo, esta tendencia tiene repercusiones diferentes, dependiendo en gran medida del “punto de partida” democrático de cada Estado cuando comenzó la pandemia. Como sugiere un informe de IDEA Internacional de 2020, aunque muchas democracias han mostrado resistencia, la regresión de las libertades políticas durante la pandemia ha sido más aguda en los Estados “híbridos” no democráticos y autoritarios. Más concretamente, en julio de 2021 el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) advirtió del impacto de la pandemia en los Estados frágiles. Después de analizar los acontecimientos en Venezuela, Uganda, Burkina Faso, Nigeria, Etiopía y Myanmar, el informe concluye que las medidas de supresión del virus han sido “instrumentalizadas por los actores estatales para reprimir a los grupos de la oposición, han suspendido elementos de los procesos electorales y han proporcionado a los grupos armados espacio para intensificar sus actividades”, lo cual amplificó las tensiones existentes y creó unas nuevas.

Aunque la pandemia ha exacerbado una fuerte tendencia preexistente de disminución de las libertades cívicas, el panorama no es sólo sombrío. En la próxima entrada hablo de en una serie de avances que pueden darnos verdaderos motivos para la esperanza, entre los que se incluyen: protestas innovadoras que cumplen con las medidas de supresión del virus; el empleo de la tecnología digital para ampliar el espacio cívico y replantear la logística de las protestas físicas; la acción de la sociedad civil para colmar las lagunas de la gobernanza; la acción selectiva contra líderes concretos; y los nuevos modelos de intercambio de conocimientos.


 

Este artículo es parte de la serie Imaginando nuestro futuro pospandémico de OGR sobre la práctica de los derechos humanos necesaria para crear un mundo mejor durante y más allá de la pandemia de COVID-19.