La solidaridad, en las interacciones cotidianas, se confunde a menudo con la caridad y otras formas de acción humanitaria voluntaria. Esto fue claramente visible, por ejemplo, durante la llamada crisis migratoria europea de 2015, cuando más de un millón de refugiados llegaron a Alemania y, sobre todo al principio, ciudadanos alemanes de a pie ofrecieron su ayuda de diversas maneras. A pesar de sus buenas intenciones, la mayoría de estos actos no consiguieron superar los desequilibrios de poder existentes. Al contrario, reforzaron los rígidos binarios entre víctimas y salvadores, el yo y el otro.
Cuando la pandemia de la covid-19 llegó a principios de 2020, estos binarios ya no parecían sostenerse. El mundo estaba amenazado por un virus al que no le importaban las fronteras de los Estados-nación ni un orden mundial supuestamente establecido; en todo caso, se esperaba que los habitantes del Norte Global se vieran afectados con mayor frecuencia debido a sus altos niveles de movilidad.
Entre otras muchas cosas, la covid-19 puso así en tela de juicio la percepción de las crisis por parte de los europeos y provocó una ruptura con la creencia de que la miseria y el sufrimiento sólo ocurren fuera de sus propias fronteras. Al mismo tiempo, esta ruptura generó oportunidades para reconfigurar estas percepciones y creencias generales. En este contexto surgió la iniciativa en favor de los inmigrantes #LeaveNoOneBehind, que abogaba por una praxis solidaria que se tomara en serio lo "global" de las "crisis globales".
#LeaveNoOneBehind es un proyecto de la asociación Civilfleet-Support e.V., con sede en Berlín (Alemania). Se originó cuando, en marzo de 2020, varios actores de la sociedad civil, apoyados por iniciativas promigrantes como el movimiento internacional Seebrücke, decidieron unir fuerzas y crear un amplio movimiento de solidaridad. Como sugiere el hashtag, su objetivo era "no dejar a nadie atrás" en la crisis de la covid-19, especialmente a quienes ya vivían en circunstancias difíciles: migrantes y refugiados.
La Unión Europea ha sido criticada durante mucho tiempo por las violaciones de derechos humanos y las condiciones inhumanas en sus fronteras exteriores, especialmente en los campos de refugiados; sin embargo, las infecciones masivas y un desastre humanitario eran cada vez más inminentes en este momento. Por ello, #LeaveNoOneBehind exigía la evacuación inmediata de los campos de refugiados superpoblados. El hashtag era, por tanto, una llamada urgente a la acción en favor de una política de asilo más humana dirigida a los responsables políticos.
Al mismo tiempo, y con el mismo sentido de urgencia, #LeaveNoOneBehind fue también un llamado a la solidaridad a personas de toda Europa. Imploraba a los europeos que no se olvidaran del "otro" en tiempos de distanciamiento social o ante Estados que aparentemente ya se habían distanciado. De este modo, se incitaba a los europeos a participar en protestas online y offline y, al hacerlo, demostrar solidaridad desde abajo.
Esta solidaridad, sin embargo, difería sustancialmente de las formas más bien problemáticas de acción humanitaria mencionadas anteriormente. Esto se debe a que #LeaveNoOneBehind, a diferencia de campañas anteriores, enmarcó la crisis como interna, no externa. El hashtag, y en particular su petición de "no dejar a nadie atrás", no dejaba lugar a dudas sobre el hecho de que todos estábamos en crisis, aunque en grados muy diferentes, y que, según nuestras posibilidades, todos intentábamos estar a salvo.
La iniciativa señalaba así el hecho de que, como humanos, la covid-19 nos relacionaba entre nosotros, a pesar de nuestras diferencias, y, al hacerlo, perpetuaba la idea de lo que Hannah Arendt denomina un "interés", a saber, una preocupación común por el mundo. Como una mesa en torno a la cual se reúnen los individuos, el interés designa así lo que hay entre las personas, lo que las une, al tiempo que mantiene su separación.
Cuando, durante la pandemia, #LeaveNoOneBehind enmarcó la covid-19, así como la lucha y la protección contra él, como un interés, proclamó públicamente que la situación de los migrantes y refugiados no debía verse como un problema perteneciente al "otro". Por el contrario, su difícil situación marcaba una preocupación común en lo que Arendt describe como un mundo común y, como tal, requería una respuesta particular.
Esta respuesta ya no puede ser ni la caridad ni cualquier otra acción humanitaria voluntaria. En su lugar, y en consonancia con las palabras de Arendt en su libro Sobre la revolución, "es a través de la solidaridad que las personas establecen deliberada y, por así decirlo, desapasionadamente una comunidad de intereses con los oprimidos y explotados". #LeaveNoOneBehind defendió de forma significativa cómo podría ser esto en la práctica. Puso de relieve que, a pesar de todas las diferencias, la inminente crisis humanitaria en las fronteras europeas era una crisis entre humanos, y que los humanos debían actuar colectivamente.
La idea arendtiana de interés y su implicación en la construcción de la comunidad eran, por tanto, el núcleo de su llamado a la solidaridad. Al mismo tiempo, la iniciativa promovía una forma de solidaridad que parecía "fría y abstracta". No se centraba, por un lado, en el "miserable otro" y, por otro, en la compasión y la piedad. Más bien, #LeaveNoOneBehind recordaba a los europeos su responsabilidad política. Al hacerlo, la iniciativa no sólo constituyó una importante intervención en las percepciones actuales de comunidad, crisis, intereses y solidaridad, sino también una reconfiguración que, en gran medida, logró evitar escollos anteriores como el binario víctima-salvador.
#LeaveNoOneBehind nació en los primeros días de la pandemia y seguramente se benefició tanto de la ruptura como del impulso para la acción colectiva que constituyó. Sin embargo, este tipo de solidaridad no tiene por qué limitarse a este momento y escenario. De hecho, #LeaveNoOneBehind ya ha ampliado su misión llamando a la solidaridad con los afganos y, más recientemente, con los ucranianos. Como ha mostrado este breve análisis, se trata de una forma de solidaridad que tiene el potencial de alterar los desequilibrios de poder inherentes a la caridad y a otras formas de acción humanitaria voluntaria, y que todos nosotros necesitamos practicar al enfrentarnos a las crisis actuales y futuras en el mundo común.