Lo que sucede en línea puede tener consecuencias muy reales fuera de línea. Para algunas personas, estas consecuencias podrían parecer poco importantes, aunque es muy sencillo sacar el contenido de contexto o manipularlo. Pero para los defensores de derechos humanos que tratan de reivindicar la libertad de expresión y el espacio cívico, los riesgos son muy serios y en ocasiones pueden ser mortales. En abril de 2016, Nazimuddin Samad, un joven estudiante bangladesí de derecho, conocido por expresar opiniones seculares en línea, fue asesinado a machetazos y balazos por atacantes desconocidos en Dacca. Anteriormente, en 2013, su nombre había aparecido en una lista negra de 84 blogueros ateos publicada por un grupo de islamistas radicales. Varios otros blogueros de la lista habían sido asesinados el año anterior. Por desgracia, esto no fue un incidente aislado: en Bangladesh, Asia y el resto del mundo, hay personas que están siendo acosadas, amenazadas, detenidas o asesinadas por lo que dicen o publican en línea.
En toda Asia, los gobiernos se están dando cuenta del poder de los espacios en línea y están adoptando políticas y leyes que en efecto penalizan el disenso y la expresión.
En toda Asia, los gobiernos se están dando cuenta del poder de los espacios en línea y están adoptando políticas y leyes que en efecto penalizan el disenso y la expresión en línea, como demuestra la nueva “Ley de Delitos Informáticos (LDI)” de Tailandia. La LDI se aprobó el 16 de diciembre de 2016 y otorga amplias facultades al gobierno para restringir la libertad de expresión aplicar vigilancia y censura y tomar represalias contra activistas. Por ejemplo, los artículos 14(1) y (2) de la nueva ley dan al gobierno la capacidad de perseguir cualquier cosa que designen como información “falsa” y, en el caso del artículo 14(1), “distorsionada”; ambos son términos imprecisos de los que se puede abusar con facilidad.
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As we are in a battle for civic space in the real world, we also need to fight for our space online.
El uso de Internet, sin embargo, se expande de manera exponencial. De acuerdo con la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), el 15.8 % de la población mundial tenía acceso a Internet en 2005. Para 2016, esta cifra había aumentado al 47.1 %. En Asia y el Pacífico, la cifra saltó del 9.4 % en 2005 al 41.9 % en 2016. No obstante, Freedom House informa que dos terceras partes de los usuarios totales de Internet (67 %) viven en países en donde las críticas contra el gobierno, el ejército o la familia gobernante son objeto de censura. De los países asiáticos incluidos en el informe, Myanmar, Tailandia, Pakistán, Vietnam y China están clasificados como “no libres”.
A pesar de los distintos desafíos enfrentados en Asia, los espacios en línea ofrecen plataformas para que los activistas eludan la reducción de espacios de la sociedad civil a la que hacen frente durante su lucha por promover y proteger los derechos humanos y para que alcen la voz en contra de los gobiernos o actores no estatales. En los últimos años, las redes sociales se han convertido en herramientas particularmente útiles para organizar y coordinar protestas públicas y campañas de incidencia.
Por ejemplo, Maria Chin Abdullah fue detenida el 18 de noviembre de 2016 y encarcelada durante 11 días, en la víspera de una protesta de Bersih que exigía transparencia y reformas gubernamentales en Malasia. Desde el momento en que fue detenida hasta el día en que fue liberada, sus compañeros activistas de derechos humanos utilizaron herramientas en línea, especialmente Twitter, para hacer campaña a favor de su liberación. Incluso se dirigieron directamente al Relator Especial de las Naciones Unidas sobre el derecho a la libertad de reunión pacífica y de asociación, Maina Kiai, quien respondió con un llamado a través de Twitter al gobierno malayo pidiendo la liberación de la Srta. Abdullah.
Sin embargo, estos casos también revelan cómo nuestros dispositivos en línea, particularmente aquellos con capacidad de GPS, hacen que sea cada vez más fácil rastrearnos, localizarnos y seguirnos. Cualquier cosa que publiquemos, incluso si se elimina, permanece en línea de una manera u otra para siempre. En varios casos, los gobiernos están aprovechando esto para fines de vigilancia y seguimiento. En Singapur, por ejemplo, Roy Ngerng y Teo Soh Lung actualmente están bajo investigación policial por una presunta violación de las leyes electorales al publicar contenido relacionado con las elecciones en su cuenta de Facebook el día previo a la votación del 6 de mayo de 2016, ampliamente conocido como “Día de reflexión” (“Cooling-off Day”).
Otra tendencia al alza en Asia ha sido el uso indebido de las redes sociales para difundir discursos de odio, distorsionar hechos, divulgar información falsa y, en general, provocar un aumento del sensacionalismo, el extremismo y las narrativas que causan polarización. Un ejemplo destacado es el caso de Malala Yousafzai, una activista paquistaní a favor de la educación de las mujeres y la más joven laureada con el Premio Nobel de la Paz, que es reconocida por lo general como una persona inspiradora, valiente y heroica. Sin embargo, en su propio país, Pakistán, las opiniones sobre ella son mucho más complicadas, en gran medida debido a rumores injustificados e información deliberadamente errónea que se han difundido sobre ella en línea. Las actitudes van desde la hostilidad por su estatus especial hasta los rumores de que en realidad es una agente de la CIA o que el intento de asesinato en su contra fue un engaño. Aunque cuenta con muchos partidarios en Occidente, Malala nunca podrá regresar a su país de origen debido a las amenazas de muerte y la hostilidad general en su contra; buena parte de ello difundido en línea.
Por supuesto, a pesar de los riesgos y desafíos, las herramientas en línea siguen ofreciendo muchas oportunidades para la promoción y la protección de los derechos humanos. Para empezar, las herramientas y los espacios en línea han cambiado la forma en que los defensores de derechos humanos colaboramos y nos relacionamos entre nosotros. Podemos compartir información casi de manera inmediata, movilizar una gran variedad de aliados y partidarios de nuestras causas y relacionarnos directamente con actores clave. Las herramientas y los espacios en línea también han mejorado nuestra capacidad de llegar a un público mucho más amplio.
Además, las herramientas y los espacios en línea ayudan a los defensores de derechos humanos a mantener vivas las historias y a conservar la atención en casos específicos que de otra manera podrían deslizarse fuera del radar. Un ejemplo de esto es el caso de Sombath Somphone, un trabajador laosiano para el desarrollo que desapareció en Vientiane, Laos, el 15 de diciembre de 2012. Su secuestro fue grabado por una cámara de vigilancia policial (CCTV); la grabación muestra que la policía lo detuvo y se lo llevó. Las autoridades laosianas han negado estar involucradas en la desaparición de Sombath, y alegan que la policía sigue investigando qué le ocurrió. A pesar de que han pasado más de cuatro años desde la desaparición, su historia sigue haciendo olas por todo el mundo debido a los esfuerzos de la campaña Sombath, una iniciativa hecha posible gracias a los espacios y las herramientas en línea.
Ahora más que nunca, necesitamos asegurarnos de utilizar los espacios en línea de manera segura y protegida. Iniciativas como Security-in-a-box, Bytes for All Pakistan, Access Now, IFEX, EFF, la Asociación para el Progreso de las Comunicaciones y Privacy International están intentando hacer precisamente eso. No hay vuelta de hoja: los espacios y las herramientas digitales son una expansión de nuestras sociedades. Y dado que estamos enfrascados en una batalla por el espacio cívico en el mundo real, también tenemos que luchar por nuestro espacio en línea.