El activismo juvenil está aumentando en África. A través de las protestas, la formación de asociaciones y los nuevos espacios de expresión, los jóvenes activistas y los movimientos dirigidos por jóvenes están en la primera línea de cambio. ¿Pero escucharán los gobiernos?
Durante la década de 2010, los movimientos juveniles africanos se ocuparon en gran medida de la política. Los jóvenes activistas se manifestaban de manera abierta contra las fechorías del gobierno. Ejemplos notables de estos movimientos son Y'en a Marre en Senegal, Balai Citoyen en Burkina Faso o Filimbi en la República Democrática del Congo (RDC).
En la actualidad, los jóvenes participan en cuestiones que van desde la migración hasta la transparencia y la rendición de cuentas sobre la tierra y los recursos naturales, pasando por la protección de los niños contra la violencia y los abusos de género. Los jóvenes activistas de países como Guinea, Senegal, Nigeria y la RDC se han enfrentado a sus gobiernos por negarse a ceder el poder político, utilizar los servicios de seguridad del Estado para violar las libertades fundamentales y saquear los beneficios de la minería y la extracción de recursos naturales.
Este aumento del activismo juvenil refleja dos factores más profundos que se están dando en todo el continente: un cambio demográfico radical y la digitalización de la comunicación.
En primer lugar, África tiene la mayor tasa de crecimiento demográfico del mundo. Según el Banco Mundial y el Fondo de Población de las Naciones Unidas, se espera que la población africana se duplique para 2050, pasando de 1000 millones a casi 2500 millones. Más de la mitad (el 51 %) tendrá menos de 25 años.
Con una población en rápido crecimiento y unos recursos limitados, los jóvenes africanos tienen necesidades acuciantes, como la educación, la sanidad, la formación profesional y el empleo, y el respeto de sus libertades fundamentales. Se enfrentan a un desempleo agobiante, a un acceso deficiente a la educación y a una salud adversa en un contexto de crisis ambiental debida al cambio climático y a enfermedades epidémicas como la malaria, el ébola y la covid-19.
Las autoridades estatales africanas han desestimado sus legítimas reivindicaciones y no han protegido los derechos sociales y económicos, a pesar de lo estipulado en la Comisión Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos. En respuesta, los líderes juveniles han denunciado la gestión opaca de los recursos estatales, la corrupción rampante, las políticas altamente represivas, la prevaricación constitucional y el amiguismo empresarial. Este año, en Guinea, por ejemplo, los jóvenes celebraron que el coronel Mamady Doumbouya justificara el golpe de Estado que encabezó en respuesta a la crisis política del país, que abarcaba la “disfunción de las instituciones constitucionales, la instrumentalización de la justicia, las graves y reiteradas violaciones de los derechos humanos y las libertades fundamentales, la excesiva politización de la administración pública, la corrupción generalizada, la mala gestión financiera y la malversación de fondos públicos”, muchos de los mismos problemas que movilizaron a los jóvenes manifestantes en 2019 y 2020.
En segundo lugar, este dramático cambio demográfico está siendo acompañado por la adopción generalizada de las nuevas tecnologías digitales. Según el Banco Mundial, menos de 11,5 millones de africanos estaban suscritos a la telefonía móvil en el año 2000. En 2020, la cifra había alcanzado casi 861 millones.
Con la ubicuidad de los teléfonos móviles, los jóvenes activistas han cambiado completamente sus estrategias de comunicación. En lugar de distribuir folletos en la calle, están utilizando mensajes de texto, videos e imágenes para coordinarse. Las redes sociales como YouTube, Facebook, Instagram y WhatsApp les permiten organizar reuniones virtuales, compartir información en tiempo real y planificar manifestaciones a bajo o ningún costo. Un mayor acceso a internet también significa que pueden promover la rendición de cuentas y exigir una mejor gobernanza al compartir ejemplos de mala gestión política, denunciar a sus gobiernos plagados de escándalos y proporcionar información crítica en tiempo real sobre las violaciones de los derechos humanos patrocinadas por el Estado.
No es de extrañar, por tanto, que muchos gobiernos africanos hayan reforzado su arsenal represivo con equipos policiales, cámaras callejeras y herramientas de vigilancia digital. O que las legislaturas hayan adoptado nuevas leyes opresivas para negar las libertades de expresión y asociación. Tampoco sorprende que las autoridades estatales interfieran a menudo las comunicaciones durante las manifestaciones juveniles y los disturbios políticos, y que los servicios de seguridad rastreen regularmente a los líderes civiles.
En 1994, la Comisión Económica para África de la ONU y la Organización de la Unidad Africana —actualmente la Unión Africana— escribieron que, a medida que la población de África aumenta, la demanda de servicios gubernamentales podría traducirse en violencia. Especialmente para los jóvenes, la falta de esperanza y de apoyo es una mezcla peligrosa.
Pero lejos de este oscuro panorama, la juventud africana está llena de promesas. Los jóvenes líderes de todo el continente están promoviendo el autoemprendimiento, a través de start-ups, la participación en sus comunidades y la concienciación acerca de la educación, la salud, el desarrollo y sus derechos colectivos.
En lugar de impulsar la violencia y la inestabilidad, el explosivo crecimiento demográfico de África podría ser un factor de desarrollo poderoso del continente. Pero esto sólo será posible si los gobiernos africanos escuchan las demandas de sus poblaciones jóvenes: equidad y justicia social, políticas de empleo eficaces, programas industriales innovadores, gobernanza transparente y políticas ecológicas.
Para que África —y, de hecho, el mundo— afronte retos como la justicia climática, la transformación de conflictos y la seguridad alimentaria, la participación de los jóvenes activistas será fundamental. Pero su potencial sigue encadenado por su estatus transitorio.
Hay una necesidad urgente de fomentar las asociaciones intergeneracionales y de cambiar percepciones y actitudes muy arraigadas sobre los jóvenes activistas.
Como escribió el director de Interpeace USA, Graeme Simpson, en una carta dirigida a la ONU, “los jóvenes ocupan una zona gris entre los derechos y las protecciones que se conceden a los niños y los derechos y las prerrogativas políticas de las que deberían disfrutar —pero a menudo no lo hacen— como jóvenes adultos. Hay que abordar esta brecha en la garantía de los derechos y establecer de manera plena a los jóvenes como portadores de derechos”.
Hay una necesidad urgente de fomentar las asociaciones intergeneracionales y de cambiar percepciones y actitudes muy arraigadas sobre los jóvenes activistas. Los activistas de diferentes generaciones trabajan a menudo cara a cara, pero rara vez codo con codo. Demasiados adultos siguen viendo a los jóvenes activistas como pretenciosos, poco realistas o equivocados. Al hacerlo, pasan por alto la increíble capacidad de movilización y los avances tecnológicos que han aprovechado los movimientos juveniles.
Hay que salvar esta brecha para empoderar a una nueva generación de líderes cívicos. En lugar de desestimar el activismo dirigido por los jóvenes, los activistas de las generaciones mayores deberían buscar colaboraciones auténticas y brindar su experiencia como fuente de conocimiento y no como punto de superioridad. Los problemas trascienden las divisiones generacionales, por lo que la respuesta también debería hacerlo.
Una oportunidad para unirse es la de hacer frente a la peligrosa difusión de información errónea. Los activistas jóvenes y mayores están expuestos a la amenaza de la manipulación. Los políticos, los grupos de conspiración en línea y los extremistas religiosos radicales tratan de influir en las personas impresionables y controlar la narrativa. La desinformación y las teorías conspirativas pueden provocar fácilmente disturbios políticos, conflictos étnicos o la estigmatización de las minorías. Evitar su propagación requerirá tanto de un liderazgo experimentado como de estrategias con conocimientos tecnológicos.
Hace un siglo, en 1895, Gustav Lebon escribió en su obra seminal La psychologie des Foules que “ya no es en los consejos de los príncipes, sino en el alma de las multitudes donde se preparan los destinos de las naciones”.
En África, está claro que los destinos de las naciones no sólo se preparan en el alma de las multitudes, sino en el alma de los jóvenes.