Una encuesta reciente de Freedom House que examinó las percepciones sobre las organizaciones de derechos humanos en Kenia encontró que 60 % de los encuestados tenían una actitud positiva hacia las agrupaciones de derechos humanos; una posición envidiable para cualquier actor susceptible a la opinión pública. La mayoría de los encuestados (53 %) también sentían que se habían beneficiado personalmente de las agrupaciones. Si bien este es un resultado positivo, también genera preocupación.
Es fácil de entender que las personas tiendan a favorecer las agrupaciones locales de derechos humanos cuando ellas o sus comunidades se benefician directamente de sus actividades. Pero las actividades de derechos humanos se concentran frecuentemente en las minorías y en las poblaciones marginadas: los homosexuales en culturas conservadores, las minorías étnicas, los refugiados o inmigrantes, los delincuentes o el enemigo en un conflicto. A los grupos mayoritarios puede resultarles difícil identificarse con esas poblaciones, lo que promueve actitudes negativas hacia las organizaciones e incluso hacia los derechos humanos como principio. Cualquiera que sea la razón, no es raro ver que a las agrupaciones de derechos humanos no se les aprecie, e incluso que se les vilipendie, en casa.
¿Debería importarles lo que piensa el público a las personas que trabajan en derechos humanos? Algunas de las que me he encontrado valoran inherentemente la opinión pública. Pero otras creen que esa no es su función. La sociedad civil es eficaz, en parte, gracias a su independencia tanto del gobierno como de los caprichos de los votantes. En este argumento, las ONG de derechos humanos deberían ser inmunes a los recursos políticos y concentrarse en los cambios a largo plazo. Además, algunos temen que acercarse a un público que no está de acuerdo con la agenda de cambio social podría causar una dilución del mensaje y comprometer los principios para obtener una aceptación general.
Si bien la sociedad civil funciona independientemente del gobierno y el público, no puede actuar sin conocer a esas dos audiencias. La opinión pública da forma al entorno general en el que operan las organizaciones de derechos humanos. El público es un actor clave en el entorno legal, político, social y comunicativo que defiende o viola los derechos, y contribuye a dar forma a los límites normativos de la sociedad. Un público con una opinión favorable puede ayudar a que avancen las labores de derechos humanos, mientras que un público hostil puede generar, directa o indirectamente, auténticos obstáculos. El objetivo no es decir cualquier cosa para “ganar”, sino conformar una atmósfera pública y convencer a la gente a través del tiempo. Las encuestas estratégicas descubren cuáles son las poblaciones que conforman las bases fundamentales de apoyo y que se pueden aprovechar al máximo, cuáles personas o grupos son posibles partidarios a los que se puede convencer y cuáles son causas perdidas, al menos por el momento. Las investigaciones pueden identificar las mejores maneras de llegar a cada grupo, utilizando mensajes adecuados, y no diluidos.
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Mini-studies of public opinion such as omnibus questions, short surveys or focus groups can be useful and cheap if done professionally.
Una actitud menos tolerante que en ocasiones se escucha entre los trabajadores de derechos humanos es que ellos son entendidos y ya saben lo que piensa la mayoría; y siempre es algo negativo. Así que, ¿para qué molestarse en hacer pruebas? Las personas que rechazan nuestros valores simplemente están equivocadas, y una encuesta no va a cambiar eso. La estrategia es que ellos nos escuchen y cambien de opinión.
Este es un error clásico y, francamente, arrogante. La mayoría de nosotros estamos rodeados de grupos pequeños, no representativos, de personas similares a nosotros, y aprendemos de los demás a través de imágenes mediáticas superficiales. Nadie conoce los distintos aspectos de la manera en que piensan las personas sobre asuntos complejos hasta que les preguntamos, de manera sistemática. A veces se confirma nuestra corazonada, y la verificación empírica es importante. Pero si no preguntamos, se pierden oportunidades. Por ejemplo, en los grupos de discusión, los israelíes a menudo expresan una inesperada compasión por los palestinos comunes en Gaza que sufren debido a la combinación del gobierno de Hamas y los cierres israelíes. Este es un avance para los mensajes de derechos humanos, aunque sea pequeño. Las campañas públicas costosas se desaprovechan si no se cuenta con algún tipo de información empírica que guíe el tono y el mensaje, en vez de depender del instinto y los estereotipos.
Otra línea de razonamiento es que es posible que el público no importe de todas maneras. La labor de derechos humanos tiene el objetivo de cambiar las políticas; por lo tanto, el público objetivo son las élites políticas o legales, y no el público en general.
Pero las élites no viven en el vacío. Sus personalidades se formaron, desde sus primeras etapas, dentro de un zeitgeist, o lo que los encuestadores llaman un clima de opinión. Debemos analizar el avance de los derechos humanos desde una perspectiva histórica, en el largo plazo, y no solamente como una batalla en el momento. Las personas que se encargarán de tomar decisiones mañana están creciendo hoy; y la atmósfera pública les dejará una impresión duradera.
Otros trabajadores de derechos humanos no se oponen a la opinión pública en principio, pero enfrentan obstáculos pragmáticos. Se supone que la investigación debe guiar las estrategias para relacionarse con el público; pero esto es un lujo cuando las agrupaciones de derechos humanos ya están sobrecargadas dando ayuda urgente a las personas en el terreno. Y con frecuencia la cuestión fundamental son los fondos. El dinero que se gasta en investigación es dinero que no se usa para prestar servicios a los clientes.
Ya sea que las organizaciones de derechos humanos adopten una estrategia activa de relaciones públicas o no, conocer las tendencias es vital.
Sin embargo, hay muchas formas de conocer la opinión pública y algunas cuestan menos que otras. Se pueden recolectar, rastrear y analizar encuestas públicas sistemáticamente. Las alianzas y el intercambio de datos con otras ONG pueden sufragar los costos de la investigación original; explorar las obras académicas puede contribuir conocimientos sin costo, mientras que la colaboración con académicos puede promover los intereses compartidos. Los miniestudios, como las preguntas generales, las encuestas breves o los grupos de discusión, pueden ser útiles y baratos si se hacen de manera profesional. Se pueden asignar investigadores internos para que den seguimiento a la información pública cuando sea útil.
Es cierto que la formulación de estrategias de vinculación con el público no siempre es una parte intuitiva de la agenda de derechos humanos. Pero ignorar a la gente común es peligroso. Un público hostil no protestará si el gobierno toma medidas para limitar las actividades de derechos humanos. La ira entre la población puede criar ciudadanos de línea dura que encabecen ataques contra las organizaciones de derechos humanos, incluso en democracias como Israel: consideremos como ejemplo los ataques recientes contra las ONG locales de derechos humanos y anti ocupación. Las personas que cometen actos violentos también provienen de ambientes extremistas. Ya sea que las organizaciones de derechos humanos adopten una estrategia activa de relaciones públicas o no, conocer las tendencias es vital.
Por supuesto que pueden seguir existiendo inquietudes legítimas respecto a la opinión pública. ¿Pueden las encuestas realmente revelar toda la verdad? ¿Cuáles son los beneficios concretos de la investigación? ¿Cómo se convierten los datos en una estrategia?
Idealmente, todas las investigaciones incluirían una parte cualitativa, mientras los fondos lo permitan, como los grupos de discusión o las entrevistas en profundidad. Ninguna otra cosa es tan útil para hacer que la voz del público esté en la mente de los trabajadores de derechos humanos: la investigación cualitativa da vida a las cifras sobre temas muy emotivos. Además, la investigación nunca debe analizarse en el vacío. El contexto más amplio siempre debe formar el telón de fondo de la interpretación.
El resultado concreto es una distinta forma de pensar: ponderar las opciones de comunicación y política con la evidencia, para tomar decisiones deliberadas en vez de arbitrarias. Puede ayudar a determinar las audiencias y los mensajes; definir la agenda para el discurso público, y estudiar poblaciones específicas (incluidas las élites) a profundidad para identificar las cuestiones que apoyan o rechazan. La investigación puede identificar qué medios usar para generar el máximo impacto y puede evitar grandes errores de comunicación.
Lo ideal sería que los trabajadores de derechos humanos realizaran investigaciones por cualquier medio posible, ya sea mediante estudios cualitativos y cuantitativos completos o mediante la recolección de información pública gratuita. Y si no hay manera de hacer investigación, tan solo tener en mente las actitudes del público y considerarlas para la toma de decisiones es preferible a ignorarlas; y correr el riesgo de ser tomados por sorpresa.