Les arbres de la forêt amazonienne. Source : Flickr / Anna & Michal
Imaginemos que desciframos el lenguaje de los árboles, como intentan algunos botánicos. Supongamos que las democracias encuentran formas de reconocer las voces y los intereses de todos los seres vivos que las habitan, como proponen algunas filósofas. Recordemos que varios tribunales han concedido derechos a los bosques, incluida la Amazonía. Asumamos que los cedros, las ceibas y los almendros tuvieran algún tipo de voz y voto.
¿Qué tendrían que decir sobre la encrucijada política a la que se enfrenta Brasil, la tercera democracia más poblada en términos de humanos y la primera en términos de árboles? ¿Por quién votarían los ciudadanos de madera en las elecciones presidenciales de este domingo, que enfrentan al expresidente Lula con el presidente Jair Bolsonaro, autor del mayor arboricidio del siglo XXI?
Ya no podrán votar los árboles caídos, los más de dos mil millones que han sido aniquilados en Brasil durante la presidencia del "Capitán Motosierra", debido a la tala indiscriminada y a los incendios que el gobierno ha fomentado con su virulento discurso antiambiental y el desmantelamiento de las instituciones que controlaban la deforestación. Los números no mienten: solo en la Amazonía se han matado una media de 1,3 millones de árboles cada día de presidencia de Bolsonaro. Como si adivinaran que el voto de los árboles no favorecería al gobierno, sectores madereros, ganaderos, mineros, sojeros y otros culpables del arboricidio han acelerado su ritmo. La superficie deforestada el mes pasado fue un 47,7% mayor que en septiembre de 2021, y los incendios aumentaron un 147%. Como dijo el director del Observatorio del Clima, Marcio Astrini, "el gobierno de Bolsonaro es una máquina de destruir selva".
Pero, ¿cómo ejercerían su derecho al voto los árboles que quedan en pie, aquellos que la maquinaria bolsonarista no ha tenido tiempo de destruir? Hace cincuenta años, el profesor Christopher Stone ofreció una respuesta en un artículo clásico sobre los derechos de la naturaleza. Al igual que otros sujetos que no pueden hacer valer sus derechos por sí mismos (como los niños o las empresas), los árboles, los animales y otros sujetos no humanos pueden ser representados por tutores que velen por sus intereses, al igual que lo hacen las madres y los padres o los gerentes en los ejemplos mencionados. La idea ha tenido eco. Los parlamentos y los tribunales han nombrado representantes de los derechos de los ríos, los bosques y los animales en países tan variados como Nueva Zelanda, Ecuador, India y Colombia.
La Amazonía brasileña no tiene guardianes formalmente designados. Pero en la práctica, los pueblos indígenas han sido y siguen siendo los protectores de la selva. Un estudio reciente muestra que las tasas de deforestación en los territorios indígenas han sido 17 veces menores que en el resto de la Amazonia brasileña. De ahí que Bolsonaro prometiera, en la anterior campaña presidencial, "guadañar" la FUNAI, la entidad estatal encargada de promover los derechos de los pueblos indígenas. Como presidente, no sólo cumplió su promesa sino que ha ido más allá: hoy, la FUNAI persigue a los líderes indígenas y a los fiscales que litigan en nombre de los pueblos indígenas, como ha concluido una investigación de Human Rights Watch.
Pero este domingo, los árboles no podrán votar. Y los pueblos indígenas de Brasil son una minoría electoral que no puede inclinar la balanza contra Bolsonaro. Mientras tanto, el resto de la población brasileña decidirá el futuro de la Amazonia y, en cierta medida, el tipo de planeta que habremos de habitar todos. No es una exageración: los científicos advierten que, si gana Bolsonaro, la Amazonia podría dejar de ser el pulmón del mundo. Sin la Amazonia brasileña, la humanidad tendría que decir adiós a mantener el calentamiento global entre 1,5 y 2 grados centígrados por encima de las temperaturas preindustriales y evitar los escenarios más catastróficos del calentamiento global. Como concluyó Stephen Pacala, experto de la Universidad de Princeton, "Brasil por sí solo probablemente haría que el Acuerdo de París fuera imposible de cumplir".
El problema es que, bajo el gobierno de Bolsonaro, la Amazonía se ha acercado peligrosamente al "punto de inflexión" más allá del cual se transformaría de un bosque tropical que absorbe carbono a una sabana seca que emite carbono y agrava el calentamiento global. Un equipo de expertos dirigido por Luciana Gatti ha mostrado que, como resultado de la deforestación y los incendios, la región ha emitido el doble de carbono en el período comprendido entre 2018 y 2020 que la media observada entre 2010 y 2018.
Bolsonaro es literalmente una fuerza de la naturaleza. Gatti y su equipo calculan que el daño que ha hecho su gobierno equivale a una temporada de El Niño, el fenomeno atmosferico durante el que las aguas del Pacífico se calientan y producen sequías en toda la región amazónica. Bolsonaro, el Niño de la política, ya ha logrado la dudosa hazaña de convertir partes de la Amazonía en fábricas de carbono. Si le dan cuatro años más, podría hacerlo con toda la región.
Afortunadamente, el favorito en las encuestas es un adulto. Si los pronósticos son correctos y Lula gana, tendrá que actuar con la misma urgencia que Bolsonaro, pero en la dirección exactamente opuesta. Tendría que lanzar un gran proyecto de reforestación para las regiones más afectadas de la Amazonia y poner en marcha un plan de protección y ampliación de los territorios indígenas. En el frente internacional, debería lanzar una alianza con los países vecinos, especialmente con el gobierno de Gustavo Petro y Francia Márquez en Colombia, que tiene una agenda ambiciosa para la protección de la Amazonía pero necesitan a Brasil para hacerla realidad.
Los ciudadanos-árboles de Brasil se enfrentan a una catástrofe. Todavía no pueden votar. Esperemos que sus compatriotas humanos les den a ellos -y a todos nosotros- otra oportunidad.