El campo de los humanos atraviesa momentos de incertidumbre. Nuevos trabajos académicos debaten asuntos fundamentales, preguntándose si no habremos entrado al “fin” de los derechos humanos. Las ONG y los activistas sienten que el piso sobre el que pisan se está moviendo. Los Estados Unidos y Europa no son ya tan dominantes como solían ser, hay muchas organizaciones nuevas de derechos humanos y las tecnologías de información y comunicación están creando nuevos nuevas oportunidades y retos.
El reto crucial es generar colaboraciones entre los modelos establecidos y emergentes, así como fortalecer las capacidades del campo de los derechos humanos como un todo.
Sin embargo, las transiciones crean oportunidades para la innovación, de modo que estos son también tiempos de descubrimiento y experimentación. Como he sostenido en otra parte, el campo de los derechos humanos está pasando por un periodo de cambio de paradigma. Así lo muestra la coexistencia de modelos contrastantes de trabajo internacional, mediante los cuales diferentes tipos de organizaciones buscan ajustarse al nuevo contexto global. Hay, desde mi punto de vista, cuatro paradigmas distintos.
El “búmeran” tradicional de los derechos humanos
Bajo la hegemonía euro-estadounidense, las organizaciones del sur global que luchaban contra regímenes autoritarios buscaban el apoyo de ONG en Washington, Londres o Ginebra. Las ONG del norte global, por su parte, solicitaban, convencían y presionaban a sus gobiernos y a organismos interestatales para que actuaran contra los violadores de derechos humanos. Si funcionaba, este “búmeran” de derechos humanos eventualmente regresaba a su punto de partida en forma de presión política y económica desde el norte sobre los regímenes autoritarios del sur. Versiones de este modelo operaron, por ejemplo, en exitosas campañas internacionales contra las violaciones masivas de derechos humanos de las dictaduras de América Latina en los años setenta y ochenta del siglo pasado.
El búmeran es todavía ampliamente utilizado y continúa produciendo victorias importantes. Pero los actores contemporáneos de los derechos humanos están revisando su arquitectura. Identifico tres modelos emergentes:
El “búmeran interno”
Las ONG basadas en el norte global se están expandiendo, creando una presencia institucional directa en el sur global, buscando nuevas oportunidades para influenciar la política pública, recaudando fondos, ampliando sus redes y movilizando el entusiasmo popular.
Este nuevo enfoque es evidente en el intento de Amnistía Internacional de estar “más cerca del terreno”, así como en el actual proceso de globalización de Human Rights Watch. En ambos casos, un grupo conocido, originalmente con sede en el norte, está estableciendo o fortaleciendo oficinas en nuevos centros de poder global y regional, desde San Pablo hasta Delhi a Johannesburgo. A pesar de sus diferencias, estas dos ONG están embarcadas en esfuerzos paralelos por abrir estructuras organizacionales que hasta ahora han sido jerárquicas y centralizadas.
Como en otras burocracias globales, sin embargo, es probable que, en últimas, el poder de decisión se mantenga concentrado en sus oficinas del norte. En la práctica, estas organizaciones tienden a privilegiar la colaboración al interior de su estructura organizacional globalizada, antes que con organizaciones locales.
Esta reconsideración del clásico búmeran llevará entonces a bumeranes internos, en los cuales los canales tradicionales de poder entre el norte y el sur se internalizan, y se replican, en las ONG globalizadas.
La red global virtual
Una segunda opción son las redes globales virtuales. Potenciados por las tecnologías de información y comunicación, activistas cibernéticos y plataformas online de abogacía de derechos humanos como Change.org y Avaaz movilizan el poder de las multitudes descentralizadas para generar presión sobre una variedad de objetivos de derechos humanos, desde estados hasta las empresas. Un uso similar de la “riqueza de las redes (virtuales)” es evidente en la rápida diseminación transfronteriza de movimientos pro-derechos como Occupy.
Aunque los promotores de este modelo tienden a exagerar su novedad, aciertan al resaltar que su poder es “abierto, participativo y controlado por pares”. Su fortaleza radica en su habilidad para resolver dilemas de acción colectiva al agregar pequeñas contribuciones de alrededor del mundo a velocidad vertiginosa, desde pequeñas donaciones en esquemas de “crowdfunding” hasta recolección de firmas electrónicas para secundar peticiones transnacionales. Su debilidad es el reverso de su fortaleza: su dificultad para mantener la colaboración a través del tiempo y transformar su poder desestabilizador en influencia duradera, como lo muestra el declive del movimiento Occupy.
El “búmeran múltiple”
A medida que el poder global se vuelve más multipolar, las ONG están creando nuevas coaliciones que forman lo que denomino bumeranes múltiples. En este caso, la presión política por los cambios en materia de derechos humanos viene de diferentes ubicaciones geográficas y es movilizada y dirigida simultáneamente hacia múltiples objetivos.
Fui testigo del funcionamiento de este modelo en una campaña reciente. Entre 2011 y 2013, varias ONG latinoamericanas, incluyendo Dejusticia, crearon una coalición para defender la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) cuando fue atacada por varios gobiernos de la región. En esta causa, los Estados Unidos eran una parte importante del problema; no habían ratificado la Convención Americana de Derechos Humanos y su influencia regional estaba declinando. Como resultado, habría sido inútil, incluso contraproducente, que hubiéramos apelado a grupos de derechos humanos de Estados Unidos para que hicieran lobby ante su gobierno, y que este, a la manera del búmeran, presionara a los gobiernos latinoamericanos a defender la CIDH.
En cambio, las ONG latinoamericanas desarrollaron una estrategia de colaboración centrada en crear presión simultáneamente en sus distintos gobiernos para que apoyaran a la CIDH. También lograron inducir a gobiernos clave, como Brasil, a que defendieran a la CIDH de intentos de quitarle sus poderes esenciales. Una coalición regional de grupos de derechos humanos nacionales, haciendo lobby ante sus gobiernos y la potencia emergente de la región, logró el objetivo de preservar una institución clave de derechos humanos.
OEA-OAS/Flickr (Some rights reserved)
A session of the Inter-American Human Rights Commission
Se trató, entonces, de un búmeran sur-sur-sur de ONG nacionales. Pero otros bumeranes múltiples están surgiendo entre grupos del norte y del sur. Un ejemplo diciente es el International Network of Civil Liberties Organizations (INCLO), una coalición de 10 ONG nacionales de diferentes regiones del mundo que producen informes comparativos y coordinan esfuerzos de abogacía doméstica que emprenden las organizaciones integrantes.
Nuestra experiencia en Dejusticia
El trabajo internacional de nuestra organización, Dejusticia, tiende a concentrarse en consolidar el modelo de búmeran múltiple. Creemos que se acomoda a nuestras fortalezas institucionales y promueve una colaboración transnacional más equitativa y horizontal. Lo hacemos principalmente al crear vínculos entre ONG nacionales en diferentes regiones del sur global. Con este fin, promovemos la investigación y la abogacía colaborativa y horizontal, incluyendo un taller anual de investigación-acción para jóvenes defensores de derechos humanos del sur global. (Para mayor información, puede verse este corto video sobre el taller del año pasado). Este taller y su blog y publicaciones resultantes están estableciendo gradualmente una comunidad transnacional de activistas que llevan a cabo y publican investigaciones de calidad sobre su propio trabajo, y se involucran en abogacía de derechos humanos multidisciplinaria y multimedia.
Los retos
En la práctica, por supuesto, tanto Dejusticia como otros grupos mezclan todos estos modelos, tanto los viejos como los nuevos. Al final, como en todos los periodos de cambio de paradigma, probablemente predominará un modelo, pero los otros continuarán de alguna manera. El reto crucial es generar colaboraciones entre los modelos establecidos y emergentes, así como fortalecer las capacidades del campo de los derechos humanos como un todo.
Hacer un llamado a la colaboración es más fácil que practicarla. Para las ONG globales que siguen teniendo su centro en el norte, el reto es ajustar su modus operandi vertical, que les ha permitido hacer contribuciones clave, a una estructura más horizontal y colaborativa. Para las ONG nacionales, el desafío es crear nuevas estrategias que se refuercen mutuamente y que exploten los nuevos puntos de presión en un mundo cada vez más multipolar y más multimedia.