“[L]a gente aquí es maravillosa y son como una familia para nosotros. Nunca imaginamos que viviríamos en Colombia porque vivíamos una buena vida en nuestra tierra natal [Palestina], donde todo estaba disponible. Pero Colombia es un país hermoso, y estamos felices aquí.” le dijo a Cerosetenta Mohammad Zaid, un colombo-palestino que dejó Jan Yunis por Barranquilla, el mediterraneo por el caribe.
Así estrenó su pasaporte colombiano.
Su voz precisa y la tan impensable conexión del siglo XXI entre mi país y Palestina a través de las vivencias de la familia Zaid me impactaron. Pensaba en la resonancia de la atrocidad. En cómo una bomba en Jan Yunis retumba en el cálido puerto de Barranquilla, la comunidad árabe más grande de esta esquina de Suramérica.
Y pensaba que si sostengo la hipótesis de que una atrocidad resuena en cualquier parte del mundo, se me permite pensar en que también impacta a cualquier persona. Recibir esta resonancia que nos llega de Palestina y El Líbano, de los hermanos haitianos, del Congo, Venezuela, Etiopía, Burma, Ucrania, los Estados Unidos, entonces nos afecta a todas y todos. Y en estas circunstancias de la vida en la segunda década del siglo, creo debe generar una nueva conciencia sobre la humanidad, la solidaridad, pero sobre todo sobre el cuidado.
Un cuidado radical en un momento en que emergen prácticas fascistas y mientras las violencias estructurales se perpetúan globalmente. Sobre todo porque la historia de la rendición de cuentas global de los derechos humanos nos muestra que la reparación llega muy tarde y la sanación quizás nunca. Un odioso ritmo no solo por lo lento sino por lo doloroso.
Esta articulación de ideas me surgió en medio de la edición de esta serie sobre “guerra, conflicto y derechos humanos” en OGR. Aunque prefiero llamarle curaduría porque mi intervención fue poca y el análisis es todo de las autoras y autores que se animaron a escribir. Por eso, les ofrezco a las y los lectores una forma de leer esta serie que recoge aprendizajes para responder a la pregunta: ¿qué puede explicar el ritmo de la rendición de cuentas en derechos humanos sobre las atrocidades actuales?
Para empezar este acercamiento, Almudena Bernabeu ofrece una perspectiva clave. Ante las atrocidades existen tres regímenes de derechos humanos que coluden. Por un lado, el derecho internacional de los derechos humanos. Por otro, el derecho penal internacional. Y, finalmente, la justicia transicional. Cada campo tiene concepciones diferentes sobre el daño y sobre quienes deberían repararlo. En esta colusión, las respuestas de los organismos de derechos humanos y de los tribunales son ambivalentes, en el mejor de los casos. En particular porque buscan respuestas distintas a los casos de violencia masiva. Por ejemplo, mientras el derecho penal internacional se enfoca en una mirada a la rendición de cuentas anclada en el pasado, la justicia transicional teóricamente busca transformar el futuro.
Este es un cortocircuito que limita las capacidades para enfrentar la atrocidad actual. Por eso, Bernabeu habla de la necesidad de tener pensamientos legales más circulares que entiendan la rendición de cuentas desde sus múltiples finalidades. Esta mirada, sin embargo, debe ser pensada desde los mismos cimientos de estos campos legales. Por eso, para seguir, Ntina Zavala en su contribución nos invita a mirar con sospecha el sistema global de derechos humanos y su relación con el despliegue de la guerra. Desde su mirada, tanto en la afinidad con el neoliberalismo como en el chauvinismo cultural occidental que encierra la historia legal de los derechos humanos se puede entender por qué no hay una intervención internacional acorde con las urgencias de las catástrofes humanitarias provocadas por la violencia actual.
Catástrofes a las que Maha Abdallah apunta en su contribución al preguntarse: ¿Cómo y por quienes ha sido desarrollado el valor de humanidad dentro del proyecto de los derechos humanos que no logra detener la atrocidad? Tomando la cruel realidad de Palestina, Abdallah reconoce en las ancladas posturas identitarias del proyecto de derechos humanos un escudo político que otorga el “regalo del tiempo” a algunos Estados para mantener sistemas de opresión a escala global.
Estas raíces del proyecto de derechos humanos muestran que los ritmos de la rendición de cuentas por violaciones de los derechos humanos tienen un origen complejo de difícil resolución que tiende a la perplejidad y la inacción. Por eso, para dilucidar los caminos posibles, las contribuciones de Kathryn Sikkink, famosa por su teoría de la cascada de la justicia, y de Gabriel Pereira, Leigh Payne y Laura Bernal-Bermúdez, por su teoría de la palanca de Arquímedes, nos ofrecen un principio de realidad sobre qué esperar de la agenda de rendición de cuentas global. Tomando como referencia la evolución en el abordaje de las violencias de género y de la violencia corporativa, respectivamente, se llega a una conclusión clara: la rendición de cuentas tarda décadas pero llega parcialmente.
Y llega si se da al menos una característica, que haya una unión de actores que pueda revertir el status quo de la violencia y la impunidad, mientras expone sus causas raíz. Lo que Abdallah se refiere como una “interconexión de luchas”.
Gracias a OGR por su invitación y a quienes leyeron durante estos meses estas valiosas reflexiones. El ritmo de la rendición de cuentas es odioso y el llamado es a acelerarlo desde todas nuestras posiciones siempre y cuando nos concienticemos del cuidado que nos debemos con las otras personas del mundo con las que compartimos este momento de la vida.