"Imagina un mundo sin [insertar aquí el animal]" es un estribillo común de las organizaciones sin ánimo de lucro dedicadas a la conservación de la fauna salvaje que buscan concienciar y acumular donaciones. Un mundo sin animales no sólo cambiaría significativamente el ecosistema, sino que perdería su importancia cultural. La pérdida de una especie animal cambiaría directamente las identidades, dado lo integrales que pueden ser los animales para las diversas historias, religiones y estructuras sociales de las culturas. Normalmente, los esfuerzos de conservación se consideran tarea de organizaciones sin ánimo de lucro. Sin embargo, dada la naturaleza entrelazada de la vida silvestre y los derechos humanos, los Estados deben ser parte activa de la conversación. Además del impacto sobre las poblaciones animales, la falta de acción por parte de los Estados para proteger y conservar la fauna salvaje es una violación de los derechos humanos, culturales y medioambientales.
La cultura no se define en muchos de los acuerdos fundacionales de derechos humanos de las Naciones Unidas, aunque se menciona con frecuencia. Por ejemplo, la Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH) garantiza que toda persona tiene derecho a participar en actividades culturales. El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC) reconoce el derecho "a participar en la vida cultural", asignando el deber de conservación, desarrollo y difusión de estos derechos culturales. En resumen, los derechos culturales se garantizan repetidamente, aunque no se definen.
Un concepto común de cultura abarca "las creencias consuetudinarias, las formas sociales y los rasgos materiales de un grupo racial, religioso o social". Podría decirse que incluyen actividades religiosas, arte, reliquias históricas y actividades basadas en la tradición que han conformado y siguen conformando la identidad. Desde esta perspectiva, las naciones que son parte del PIDESC y de la DUDH están obligadas a proteger y preservar la vida silvestre en su región como un derecho cultural.
Puede parecer extraño referirse a la conservación de la vida salvaje como un derecho humano, pero los animales son parte integrante de una historia humana compartida. Como se observa en muchas sociedades indígenas de todo el mundo, los animales han sido fundamentales para las religiones, el arte, las historias y la vida. Por ejemplo, el bisonte era esencial para las naciones indias de las llanuras de Estados Unidos, no sólo para el sustento, sino también para el arte y la religión. El exterminio sistemático del bisonte por los colonizadores europeos fue un ataque directo a la estructura y la vida cultural de los pueblos de las Primeras Naciones que habitaban las llanuras.
Los animales han sido cruciales para la vida cultural a lo largo de la historia. La alarmante disminución de las especies animales es indicativa de un fracaso global y estatal en la protección de este patrimonio cultural. Por ejemplo, la extinción del tigre de Tasmania representó una pérdida significativa en Tasmania y Australia. La especie, que se creía extinguida desde 1936, sigue figurando en los logotipos y el escudo del gobierno de Tasmania y sirve de mascota deportiva en Tasmania y Australia. Estos marsupiales también son importantes para las naciones aborígenes de la región, en muchas de cuyas leyendas y arte primitivo aparece el tigre de Tasmania. Las ramificaciones de la pérdida resuenan hoy en día.
La conservación de la fauna salvaje debería considerarse un derecho medioambiental. Faltan disposiciones explícitas en los documentos internacionales de derechos humanos sobre el cambio climático y el derecho a un clima futuro seguro y habitable. Sin embargo, las Naciones Unidas han aprobado una resolución que, aunque no es vinculante para los Estados miembros, reconoce el derecho a un medio ambiente sano. Además, cada vez se aboga más a nivel internacional por un clima futuro saludable. La conservación de la vida salvaje debería ocupar un lugar destacado en este derecho humano medioambiental. Nuestra propia salud, la del medio ambiente y la de los animales están intrínsecamente ligadas. La salud y la conservación de los animales están directamente relacionadas con la habitabilidad de nuestros propios entornos.
Las políticas de conservación y protección no pueden ser de "talla única". Cada nación debe tener en cuenta su propio conjunto de circunstancias y recursos únicos para emprender acciones eficaces. Ha habido casos de éxito de Estados que han emprendido la conservación de la fauna salvaje a nivel gubernamental, incluso con recursos limitados. Por ejemplo, Somalilandia tomó medidas enérgicas contra el tráfico y la caza furtiva de guepardos en respuesta a la menguante población. Se trata de un ejemplo especialmente impresionante de conservación de la fauna salvaje, ya que Somalilandia se considera parte de Somalia y no está reconocida como Estado soberano; sin embargo, el ministro de Medio Ambiente y los tribunales somalíes hicieron de los guepardos parte de una campaña de conservación.
Con los recursos más abundantes de una nación reconocida, la conservación es factible. Dado el significado cultural de los animales y la importancia de un medio ambiente sano para las generaciones futuras, los defensores de los derechos deberían adoptar la conservación de los animales como un derecho cultural y humano. Las naciones signatarias de la DUDH y/o del PIDESC tienen el deber de conservar y preservar las especies que habitan en sus territorios. Los líderes políticos y la sociedad civil deben tomar medidas inmediatas para proteger la vida salvaje y, de paso, proteger los derechos humanos.