The misuse of religion has posed one of the bigger challenges to the human rights movement... Above, protests are staged in Tunis against religious violence and extremism in October 2011. Mirak Hikimori/Demotix (All rights reserved)
¿Hasta dónde podemos llevar la relación entre los derechos humanos y la religión sin comprometer aquello por lo que estamos luchando? Recientemente, Larry Cox argumentó en openGlobalRights que el verdadero poder del movimiento de derechos humanos proviene de sus dimensiones religiosas. Aun así, el mismo Cox afirma que “algunas de las expresiones más espectaculares del fervor religioso provienen de grupos que promueven la violencia, la intolerancia, la misoginia y la homofobia”. Dado que el uso incorrecto de la religión para justificar la opresión es uno de los principales desafíos que ha enfrentado el movimiento de derechos humanos, debemos tener mucho cuidado para no llevar esta conexión demasiado lejos.
Ciertamente, éste ha sido un debate agitado durante varias décadas. Hace quince años, Louis Henkin señaló que “las religiones no se han destacado por su compromiso con la igualdad de género. Algunas religiones no han escapado de tener roces con la esclavitud. Algunas religiones han sido acusadas de propagar, o tolerar, el odio hacia algún grupo (p. ej., el antisemitismo). En diferentes momentos, en diferentes lugares, la religión (o algunas religiones) no ha podido evitar algunas prácticas terribles, o al menos altamente cuestionables desde una perspectiva de derechos humanos”.
Incluso si esto no fuera verdad, no es particularmente útil estar discutiendo sobre si los derechos humanos se derivan de la religión, de ideas no religiosas de la Ilustración, de respuestas del siglo veinte al azote de dos guerras mundiales o de una combinación de todos los anteriores. Finalmente, ¿a dónde llegamos realmente con esta discusión?
Cox tiene absolutamente toda la razón al decir que los activistas de derechos humanos podrían esforzarse más para encontrar puntos de encuentro con las comunidades religiosas y que podrían beneficiarse de forjar alianzas con las agrupaciones confesionales. Una parte de los esfuerzos más eficaces para defender los derechos humanos en materia de la pena de muerte, las desapariciones forzosas, las condiciones en las cárceles y la tortura se han hecho en colaboración con líderes religiosos, y a veces bajo su dirección.
De hecho, Jo Becker, directora de promoción de la División de Derechos de los Niños de Human Rights Watch, concluyó que en los últimos años las alianzas estratégicas y de bases amplias han sido esenciales para la mayoría de los esfuerzos de defensa de derechos humanos. Pero para que estas alianzas funcionen, difícilmente se requiere un debate sobre las bases religiosas del movimiento de derechos.
Amnistía Internacional y otras organizaciones internacionales de derechos humanos tienen mucho que ofrecer, pero a menudo les hace falta la credibilidad inicial y la experiencia práctica local de las agrupaciones confesionales y otras agrupaciones de bases populares. Y como suele ser difícil prever con algún grado de certeza qué punto de presión será el punto de quiebre que finalmente genere un cambio, las probabilidades de éxito serán mayores si se utiliza un enfoque polifacético.
Pero esto no significa que simplemente podamos presionar para que todo el movimiento de derechos humanos “obtenga religión”. Después de todo, las alianzas son más eficaces cuando sus socios están en igualdad de condiciones, cuando cada integrante conoce y respeta los puntos de vista de los demás, y cuando todos pueden aceptar que habrá diferencias de opinión durante la búsqueda de un terreno común. Las mejores alianzas son más que la suma de sus partes. Un grupo diverso de activistas que habla con un solo mensaje puede romper con los estereotipos y provocar cambios profundos en las actitudes y las políticas.
En efecto, este tipo de alianzas aprovecha el verdadero poder del movimiento de derechos humanos: la propuesta de que todos somos iguales en cuestión de dignidad y derechos, independientemente de nuestro género, color, religión o cualquier otra de las innumerables facetas de nuestra identidad.
Sin embargo, estas alianzas no son eficaces cuando no son auténticas; por ejemplo, cuando las comunidades religiosas sienten que su fe se está utilizando como una herramienta, y que sólo las invitaron a la fiesta por el número de acompañantes que pueden llevar. Tampoco son convincentes si la religión sólo tiene una participación simbólica. Ciertamente, cuando se trata de cuestiones de fe y creencias, todos tenemos el derecho de practicar una religión y albergar otras creencias. En términos prácticos, esto significa que podemos y debemos responsabilizar a los Estados por las violaciones a la libertad religiosa de la misma forma en que lo hacemos cuando violan otros derechos.
...But human rights include the right to freedom of religion. Above, Tibetan refugees from Katmandu are arrested during a peace march while trying to cross the Nepal-Tibet border in June 2009. Edwin Koo/Demotix (All rights reserved)
No queda duda de que esto es un imperativo. La libertad religiosa enfrenta graves amenazas en muchas partes del mundo. Por citar sólo algunos ejemplos, en China, los budistas y cristianos que practican su religión fuera de las vías aprobadas oficialmente, así como los practicantes del Falun Gong, han sido torturados, han sufrido arrestos injustificados y han enfrentado otras restricciones graves a su derecho a la libertad de religión.
En resumen, los derechos humanos incluyen el derecho a la libertad religiosa, y ciertamente vale la pena recordarlo. Cox está en lo correcto cuando dice que necesitamos los derechos para proteger el poder que tiene la fe en la vida de las personas y evitar que se abuse de éste. Pero esta conexión no es lo mismo que presionar para que la religión sea una piedra angular de los derechos humanos. Aunque Cox afirma que la mayoría de las religiones predican el amor por todas las personas, cuando estas religiones son distorsionadas, usualmente predican justo lo contrario. Por lo tanto, es esencial insistir en que el Estado no debe legislar con base en un concepto único de moralidad. Ése es el punto en el que los vínculos entre los derechos humanos y la religión se vuelven altamente problemáticos, en particular en los países que tienen varias religiones en conflicto.
Es cierto que los activistas de derechos humanos trabajan frecuentemente con aliados en las comunidades religiosas y que deben aumentar esa colaboración. Si a eso se refiere Cox cuando habla de “obtener religión”, a que tenemos que entenderla mejor y reflejarla de manera más consistente en nuestro trabajo, entonces está bien. Me parece razonable.
Pero, ¿que los derechos humanos deban “obtener religión”, en el sentido de adoptar fundamentos religiosos para las normas de derechos humanos? Ésa es una propuesta discutible que presenta más riesgos que posibles ganancias.