Hace cuatro años, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó por unanimidad que el 19 de junio de cada año sería el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia Sexual Relacionada con los Conflictos. Se marcó ese día para crear conciencia sobre este horrible delito, para honrar a los supervivientes de la violencia sexual relacionada con los conflictos y para reconocer a quienes han trabajado incansablemente para poner fin a estas violaciones.
Este esfuerzo por reconocer a las personas agraviadas y colocar a los supervivientes a la vanguardia de la lucha contra la violencia sexual recibió un impulso adicional el pasado mes de abril, cuando un debate de alto nivel en la ONU culminó con la adopción de la Resolución 2467 por el Consejo de Seguridad. La atención que dieron los medios a la Resolución se centró en la oposición política, encabezada por los EE. UU., a incluir el tema de la salud sexual y reproductiva, así como las vulnerabilidades interrelacionadas de las personas LGBTI. Lamentablemente, esta oposición tuvo éxito, y la Resolución no trata de manera exhaustiva las necesidades de todos los supervivientes de la violencia sexual relacionada con los conflictos.
No obstante, esta Resolución señala un avance trascendental. Convierte a los supervivientes en el elemento central de las respuestas y los esfuerzos de prevención, ofrece vías integrales para abordar el estigma, reformar el sector de la justicia, combatir la impunidad y prestar especial atención a los espacios y las personas desatendidos. Es en este último punto en el que el documento impulsa más la agenda, al arrojar luz sobre las víctimas y supervivientes “ocultos” de la violencia sexual, especialmente los niños y niñas nacidos a raíz de la violencia sexual y los hombres y niños que sufren violencia sexual durante los conflictos.
Se han necesitado décadas de esfuerzos de defensa y promoción, activismo e investigaciones meticulosas para entender cómo prevenir la violencia sexual contra las mujeres y las niñas en los conflictos, y para brindar respuestas adecuadas a las víctimas de esos abusos. Sin embargo, aún se entiende poco sobre la prevalencia, los patrones, las necesidades y los deseos de los hombres y los integrantes de la comunidad LGBTI que son supervivientes de violencia sexual relacionada con los conflictos.
Las investigaciones realizadas por All Survivors Project (ASP) muestran que la violencia sexual contra hombres y niños ocurre en muchas circunstancias diferentes, por ejemplo, en los ataques armados, los registros de viviendas y los puestos de control. También sabemos que el riesgo es particularmente alto cuando los hombres y los niños son privados de libertad o cuando son reclutados por fuerzas y grupos armados o son miembros de ellos. El desplazamiento forzado, ya sea dentro o a través de las fronteras nacionales, así como las situaciones de necesidad humanitaria extrema, también pueden causar que los hombres y los niños sean más vulnerables a la violencia sexual por parte de combatientes armados y otros actores, incluidos el personal de mantenimiento de la paz, los trabajadores humanitarios y los miembros de la delincuencia organizada.
Los primeros hallazgos de las investigaciones que está realizando ASP en Afganistán muestran que las condiciones de pobreza extrema en un entorno de impunidad y tolerancia social de los abusos perpetrados por personas ricas y poderosas, en combinación con las normas de género existentes, han permitido que impere durante décadas el abuso sexual de niños y hombres jóvenes, incluidos quienes tienen identidades de género y orientaciones sexuales diversas.
La información sobre los riesgos y las vulnerabilidades de las personas lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e intersexuales (LGBTI) a la violencia sexual relacionada con los conflictos sigue siendo mucho más limitada. Los múltiples niveles de estigma, exclusión y marginación a los que se enfrenta este grupo han acumulado capas superpuestas de invisibilidad. Sin embargo, al igual que en el caso de los hombres y los niños, es preciso tomar en cuenta la experiencia de las personas LGBTI para una comprensión más amplia de este delito y para las respuestas al mismo. Si bien todavía son muy escasos, hay signos positivos de que el reconocimiento está aumentando, al menos en algunos círculos de política internacional. En la ONU, la Oficina de la Representante Especial del Secretario General sobre la Violencia Sexual en los Conflictos y la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos reconocen cada vez más que las personas LGBTI son blancos potenciales de la violencia sexual relacionada con los conflictos.
Por lo tanto, es apropiado que la Resolución 2467 refuerce el marco normativo al solicitar la recopilación de datos desglosados por sexo de manera oportuna y confiable, así como respuestas en materia de salud, protección, rendición de cuentas y medios de subsistencia que apoyen a todas las personas víctimas de violencia sexual: mujeres, hombres, niñas y niños.
El reconocimiento es un primer paso crucial para prevenir estos delitos, pero debe ir acompañado de medidas concretas para la prevención y la protección contra ellos. Como lo demuestran los esfuerzos para proteger a las mujeres y las niñas contra la violencia sexual relacionada con los conflictos, no hay soluciones rápidas. En cambio, para evitar la violencia sexual relacionada con los conflictos, se necesitan enfoques multifacéticos y multisectoriales que tengan en cuenta los aspectos transversales relacionados con el género, la orientación sexual, la etnia, la edad y la discapacidad, cuya combinación aumenta la vulnerabilidad, o intensifica la marginación social, de personas ya de por sí desfavorecidas.
Las experiencias vividas de los supervivientes, sus deseos y sus anhelos deben guiar todas las respuestas. Resulta alentador que, a pesar de las presiones políticas, haya un esfuerzo constante por reconocerlo.